Origen de la patraña central sobre la guerra civil, por Pío Moa

 

Pío Moa

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La identificación del Frente Popular como “el bando republicano y demócrata” es el núcleo de una inmensa producción historiográfica y política falsaria, aceptada también en gran medida por la derecha. La tesis solo un idiota o alguien muy desinformado podría creerla, y lo asombroso y digno de estudio es que haya tenido tan enorme éxito, prueba del inmenso poder de la propaganda para explotar la credulidad y la desinformación no solo de personas corrientes, sino de intelectuales, políticos y periodistas. Conviene explorar, por tanto, su origen.

¿Por qué la guerra de España suscitó tal emotividad en muchos países, y por qué vuelve a suscitarla tan pronto se ponen en cuestión versiones dogmáticas que quieren darse por definitivas? Si en Francia Los mitos de la guerra civil ha provocado tal furia –que no crítica racional– se debe a que aquella guerra tuvo una repercusión mucho más amplia que la propiamente nacional. Esa repercusión se debe a que en España se concentraron, si bien con grandes particularidades, las tensiones ideológicas y políticas que vivían Europa y América por entonces, y que, calculaba mucha gente, terminarían desembocando en una nueva guerra europea o mundial.

Quien  con más claridad lo previó fue  seguramente Stalin: una nueva “guerra imperialista” se acercaba, y el gran peligro para él era que estallase entre Alemania y la URSS. Por ello su estrategia, centrada en los frentes populares, buscaba exacerbar las “contradicciones” entre los fascismos y las democracias, de modo que la guerra comenzase entre Alemania por una parte y Francia e Inglaterra por la otra. Y la guerra de España le dio la gran ocasión: el Frente Popular español fue por ello santificado como la república democrática con la que debían solidarizarse las otras democracias hasta entrar en colisión con las potencias fascistas, Alemania ante todo. La propaganda soviética denunciaba  a las democracias por dejar abandonada a una de ellas en manos del “fascismo”. Y atribuía, no irracionalmente, esa “dejadez” de Londres y París a una estrategia contraria de procurar que la guerra se produjese entre Berlín y Moscú, como hasta cierto punto ocurría en España.

Esta política  se combinaba con otra en apariencia contradictoria, por la que dentro del Frente Popular serían los comunistas los que se hicieran  con la posición dominante (siempre en nombre de la democracia y el antifascismo), sobre todo en el ejército y la policía, de modo que a la hora de la victoria fuera el PCE la fuerza decisiva  que transformase la democracia “burguesa” en “popular”.

La doble estrategia staliniana fracasó porque ni  París ni, sobre todo Londres, entendieron el Frente Popular como un régimen afín a ell0s, y  porque la victoria de Franco destruyó cualquier esperanza de instaurar en España un régimen “popular”. El fracaso movió a Stalin a cambiar radicalmente de estrategia buscando el pacto con Alemania. Y lo consiguió porque, pese a estar los dos países destinados casi inevitablemente a la confrontación,  todavía no se hallaban preparados para ella. Con el Pacto germano-soviético logró Stalin lo que  no había alcanzado en España: que la contienda europea empezase por el oeste, y no en la frontera soviética. Y durante un tiempo se olvidó la patraña de un Frente Popular democrático y continuador de la II República.

Luego, el desarrollo posterior de  la  contienda europea como una alianza de las democracias y la URSS  resucitó la absurda visión de un FP democrático, que sigue caracterizando a toda la historiografía de izquierdas, incluso en parte de derechas.  Aunque Franco nunca se satelizó a Hitler ni a Mussolini,  su régimen tenía muy poco que ver con el de estos, y se abstuvo en la guerra mundial,  la equívoca visión resultante se ha asentado en casi toda Europa hasta hoy mismo. De  ahí el apasionamiento que suscita su necesaria revisión.

Podemos ver el asunto desde otro ángulo: si hubiera ganado el Frente Popular, España habría  sido invadida por Alemania, cuyas probabilidades de victoria habrían crecido notablemente. En el período hasta la invasión de Rusia, Inglaterra se encontraba al borde del colapso militar y financiero, resistiendo únicamente con la esperanza de la beligerancia de Usa, que Churchill suplicaba constantemente a Roosevelt. Pero este se mostraba muy reticente, fuera de buenas palabras y algunas provocaciones a los alemanes. En esas condiciones, el corte del Mediterráneo occidental, planeado por Hitler a  través de España,  habría disuadido con gran probabilidad a Roosevelt de dar el paso, e Inglaterra habría tenido que pedir la paz en condiciones mucho peores que tras la caída de Francia.

Franco o tenía ningún motivo para simpatizar con Inglaterra, y no obstante su neutralidad salvó a esta de un golpe que sumado a los anteriores le habría sido desastroso y muy posiblemente decisivo.  Parece una ironía más de la historia, pero no lo es. Franco temía que la URSS fuera la gran beneficiaria de la guerra entre Alemania e Inglaterra, no deseaba satelizarse a Hitler, tenía en cuenta ante todo los intereses españoles, que pasaban por la reconstrucción del país. Su neutralidad  favoreció sobre todo a Inglaterra, que, objetivamente, es mucho, mucho lo que debió entonces a la política española. Y por lo demás, ya sabemos cómo la ha pagado. Pero la política de Franco fue precisamente una consecuencia fundamental de su victoria sobre los “demócratas” del Frente Popular.


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