Pax Romana y España: El mundo católico reconoce la España Nacional, por Erik Norling

Erik Norling

Abogado

Doctorando en Historia

Apenas semanas después de concluida la Cruzada, a finales de mayo de 1939 una reducida delegación de la Juventud Católica de España se desplazó a la capital del Perú, Lima, para participar en el II Congreso Iberoamericano de Estudiantes Católicos. La encabezó Joaquín Ruiz-Giménez Cortés (1913-2009), un joven abogado madrileño y alférez provisional, miembro de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas (ACNdP) así como dirigente de las Juventudes de Acción Católica. Este primer encuentro internacional fue el inicio de una campaña desplegada por un grupo de jóvenes católicos españoles para lograr el reconocimiento del Nuevo Estado a nivel internacional. Para no tener que estar en la órbita de las potencias fascistas como deseaban muchos prohombres del Régimen. Esta característica, la de las estrechas relaciones de España con Alemania e Italia, despertaban suspicacias en medio católicos mundiales.El viaje se llevó a cabo con la autorización no sólo del Gobierno sino también de las jerarquías religiosas, en ese momento representando por el Cardenal Isidro Gomá, que consideraron que el viaje era de «particular importancia, para los españoles, de ser feliz coyuntura en la que pueden propagar los ideales católicos de la España Nacional».El congreso estudiantil formaba parte de las actividades de Pax Romana, una organización internacional que agrupaba a los estudiantes católicos a nivel mundial, fundada en 1921 gracias al empuje de la Confederación Nacional de Estudiantes Católicos de España, un sindicato estudiantil fundado por la ACNdP. En el mundo salido de la tragedia de la Primera Guerra Mundial, sus objetivos eran fomentar la amistad y los principios de la Paz entre los jóvenes universitarios, llegando a agrupar a centenares de miles de universitarios de más de tres decenas de países. La ACNdP potenció este tipo de viajes al extranjero para crear lazos de unión con otras organizaciones católicas, en especial las de carácter estudiantil, que se sucedieron en los años venideros. Era una experiencia novedosa ya que hasta entonces los viajes al extranjero eran excepcionales. En el XII congreso de la internacional católica universitaria, celebrado en septiembre de 1932 en Francia, Alberto Martín-Artajo (1905-1979) fue nombrado vicepresidente del Consejo Internacional. Era un joven y brillante Letrado del Consejo de Estado, miembro de la ACNdP y dirigente del sindicato estudiantil. Esto acredita cuán apreciada fue en el extranjero la confederación española. Su capacidad de trabajo era admirable y demostró ser infatigable en todo lo que acometía.

Católicos españoles en el congreso de Washington
El verano de 1939 tuvieron ocasión Alberto Martín-Artajo y Joaquín Ruiz-Giménez de seguir profundizando en esta estrategia de reconocimiento del catolicismo internacional del nuevo Estado español. En agosto se desplazaron al XVIII Congreso Internacional de Pax Romana, que se celebró en Washington. Junto a otros 150 delegados europeos de una decena de países, partieron vía París desde el puerto de Le Havre, en un viaje que les proporcionaría numerosos contactos. La acogida fue muy calurosa, siendo un homenaje al valor de la juventud católica española durante la Guerra Civil. Martín-Artajo se dirigió a la asamblea con una conferencia titulada “La Acción católica, su naturaleza y caracteres específicos”. Estando allí les sorprendió la noticia del inicio de la Segunda Guerra Mundial con la invasión alemana de Polonia. El resultado de la pequeña presencia española fue importante. Ruiz-Giménez resultó elegido presidente de Pax Romana además de que, al regreso a Europa con escala en Roma, fueron recibidos tanto el Sumo Pontífice Pío XII el 28 de septiembre. Ambos se comprometieron a organizar el siguiente congreso de la organización internacional en Zaragoza para 1940, si bien el estallido del conflicto en Europa modificó los planes y tuvo que posponerse hasta 1946. Ya en España, Ruiz-Giménez y Martín-Artajo fueron recibidos por el Caudillo en audiencia civil, a quien ofrecieron la presidencia de honor del congreso que pretendían organizar.Tras su vuelta de EE.UU., Martín-Artajo volvió a principios de 1940 a su puesto de Letrado en el Consejo de Estado, ascendido pronto a secretario general con el teniente general Gómez-Jordana, además de colaborador del Instituto de Estudios Políticos y profesor en la recién creada en 1944 Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad de Madrid. Dos instituciones que dirigía el también propagandista Fernando María Castiella (1907-1976), que había sido secretario de extranjero del sindicato estudiantil católico y que será ministro de Asuntos Exteriores de Franco entre 1957-1969. Por su lado, Ruiz-Giménez, que se doctoró en Derecho y licenció en Filosofía, obtuvo la cátedra de Derecho Natural en la Universidad de Sevilla, de la que pasó a la de Salamanca y a la de Madrid. Como militantes católicos, Martín-Artajo era miembro del consejo nacional de la ACNdP y máximo dirigente seglar de la Acción Católica. Por su lado Ruiz-Giménez prosiguió incansable su actividad como presidente internacional de Pax Romana. En 1943 había visitado al Papa en Roma y ambos estuvieron presentes en las jornadas de Pax Romana celebradas en Montbarry, Suiza, en abril de 1945. Allí tuvieron asimismo ocasión de visitar a Don Juan, padre del monarca Juan Carlos I. Estaban en el cénit de su carrera profesional, en su treintena, cuando optaron por saltar a la política.

 

El cerco internacional a España

Pocos meses después del final de la Segunda Guerra Mundial, en julio de 1945 Martín-Artajo fue nombrado ministro de Asuntos Exteriores en la remodelación de gobierno. Era un momento delicado para España. En agosto, reunidos en Potsdam, Alemania, los Tres Grandes vencedores (Stalin, Truman y Churchill) incluyeron una mención a España en la declaración final donde señalaban su antipatía por el Régimen. Fue el principio de una serie de ataques diplomáticos contra España. El momento culminante se produjo en diciembre de 1946, cuando en la Asamblea General de la ONU se aprobó la Resolución 39 (I) que provocó la retirada de casi todos los embajadores acreditados en Madrid.Entre sus primeras medidas fue la de transformar el Consejo de la Hispanidad en el Instituto de Cultura Hispánica y pensó que el más apropiado para presidirlo sería Joaquín Ruiz-Giménez. Nombrado en septiembre de 1946, se rodeó de un grupo de compañeros del grupo católico que estaban en la misma sintonía que Martín-Artajo, la mayoría procedente de la ACNdP, además de colaboradores de Pax Romana: el futuro director del instituto, embajador y ministro de Franco, Alfredo Sánchez Bella; el periodista Manuel Jiménez Quílez; el comandante de ingenieros Francisco Sintes Obrador, así como un joven Manuel Fraga Iribarne. Desde allí llevaron a cabo una importante labor de divulgación y difusión cultural para consolidar las estrechas relaciones entre España y los países hispanoamericanos, siendo ejemplo de ello la, para entonces, muy moderna revista gráfica Mundo Hispánico que se distribuía por todo el mundo hispanoparlante.

El XIX congreso de Pax Romana de 1946
La decisión de colocar a Joaquín Ruiz-Giménez como director del Instituto fue aceptada por Franco tras el éxito del XIX congreso celebrado entre Salamanca y El Escorial los días 20 de junio al 5 julio de 1946. Se hizo coincidir con un congreso internacional de juristas en Salamanca para conmemorar el IV centenario de Francisco de Vitoria, con presencia de reconocidos profesores de numerosas universidades extranjeras católicas. También aprovecharon el encuentro para constituir la Asociación Cultural Iberoaméricana, que será presidida por Pedro Laín Entralgo. Asistieron alrededor de 225 delegados de más de 30 países, la mayoría hispanoamericanos pero también una nutrida representación inglesa y portuguesa, polacos, suizos, italianos, etc. Los delegados extranjeros fueron recibidos por el cardenal primado Pla y Deniel en el salón del Trono del Palacio Arzobispal en Toledo. Se desarrolló como una importante muestra de apoyo del mundo católico hacia España, donde importantes personalidades eclesiásticas, como el arzobispo de Cardiff Monseñor McGrath que defendió a España ante la campaña internacional: «Dios salve a España de las maquinaciones de todos sus enemigos. Puedo aseguraros que existe una solidaridad de fe, religión y cariño entre los católicos ingleses y los españoles, a pesar de la propaganda falsa y calumniosa».El congreso de Pax Romana tuvo la imagen pública de un evento de corte religioso-cultural, totalmente alejado de veleidades políticas. Si bien de manera formal no había sido organizado desde instancias oficiales, a nadie dejaba de ser obvio que se trató de un importante referente propagandístico en esos momentos de dificultades. Fue la primera confirmación del reconocimiento del mundo intelectual católico de la España de Franco frente a todos los medios internacionales que, escorados a la izquierda, exigían la rendición de España. Le siguieron otras iniciativas en el mismo sentido, para romper el cerco, como las Conversaciones Católicas Internacionales de San Sebastián desde 1947, auspiciadas también por la ACNdP y el patrocinio del Ministerio de AA.EE.; los Cursos de Verano en la Universidad Menéndez Pelayo de Santander que aún hoy prosiguen su labor; la participación de españoles en las jornadas de Pax Christi en Francia e Italia a partir de 1949 o el I Congreso mundial de Apostolado Seglar en 1951; y finalmente, el más importante, el XXXV Congreso Eucarístico Internacional, celebrado en Barcelona en 1952.   Hoy sabemos que Franco logró, con la ayuda de su ministro de AA.EE Martín-Artajo y su grupo de militantes católicos, superar las duras pruebas que le impuso el cerco de las Naciones Unidas. En 1950 se levantaron las restricciones de la ONU contra España, se firmó el Concordato con el Vaticano en 1953, el mismo año de los pactos con EE.UU., para, en 1955, ingresar España en la ONU. Comenzó una nueva etapa del franquismo, ya legitimado internacionalmente, que llevó al desarrollismo económico. El apoyo católico había sido decisivo, y nunca reconocida del todo, para esta victoria. 


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