Pensamiento de Franco: Hacia la verdadera democracia

Ya en 1938, aunque algunos puedan olvidarlo, decía en unas declaraciones a un periódico extranjero: «Nosotros crearemos la verdadera democracia, no lo que de democracia sólo tiene el nombre y que permite la explotación de los débiles por los fuertes; queremos constituir una sociedad sana, una democracia que sea digna del hombre y le dé la conciencia de la dignidad de su Estado.» Evidentemente, una democracia así entendida no era posible con un país empobrecido, ni con una clase trabajadora ya privada de la protección jurídica y material de que hoy disfruta. Eran precisos unos años de sacrificio que nos permitiesen, con el esfuerzo de todos, rehacer una sociedad maltrecha, en la que, por ejemplo, en 1933 se perdieron por conflictos laborales más de catorce millones de jornadas de trabajo. Era preciso experimentar una organización sindical que sólo en teoría conocíamos; era necesario restablecer la paz social y llevar al ánimo de los trabajadores y empresarios el convencimiento de que, con los adecuados cauces legales, era posible tratar de encontrar solución a los inevitables conflictos que nacen de apreciaciones diferentes sobre una misma realidad económica.

Toda nuestra labor se inclinó en esa dirección, y al ritmo que las condiciones del supuesto se cumplían fuimos arbitrando los medios para dar realidad a nuestro más importante empeño: solución negociada de cualquier conflicto posible, y participación directa del mundo del trabajo en la dirección política del país. Como veis, es enteramente torpe e inútil que se pretenda coaccionamos desde fuera e invitarnos con uno u otro pretexto, generalmente con intención malévola, a adoptar determinados patrones institucionales típicos de la democracia individualista e inorgánica.

A este respecto, es justo recordar la repulsa que el pueblo español siempre sintió hacia la democracia inorgánica de los partidos políticos, puesta de relieve en diversas ocasiones a través de su historia. No tenemos más que recordar el entusiasmo popular con que en los tiempos modernos fue acogida la Dictadura del General Primo de Rivera, y lo que sucedió a los pocos años de implantada la República, que hubo de culminar en el Movimiento Nacional libertador. No era que el pueblo español rechazase los principios democráticos, enraizados en su ser siglos antes de que otras naciones los practicasen; sino que era la repulsa, el asco y el desprecio que le producían al ver sepultada su voluntad por la tiranía de los partidos políticos predominantes. Era justo el pronunciamiento de los españoles ante aquel sistema de democracia, que iba unido a todo nuestro triste pasado; que había suplantado todos los principios de participación popular en el poder político y cuyos gravísimos resultados tenía a la vista.

Francisco Franco Bahamonde

(9-III-1963: Madrid.—IX Consejo Nacional.)


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