En Una hora con la Historia estamos repasando las maniobras extraordinariamente hábiles con las que Franco salvaguardó la neutralidad en medio de remolinos que amenazaban tragarse al país. No solo tuvo que lidiar con las presiones de Hitler y Mussolini, en algunos momentos amenazadoras y con quienes tenía una deuda de gratitud, sino también con los chantajes y amenazas de los anglosajones. Y, dentro del régimen, con los generales e intelectuales que creían la única salida una monarquía tutelada por Inglaterra y con el nada brillante y poco escrupuloso Don Juan a la cabeza. Lo más llamativo es cómo hasta en los momentos más difíciles conservó una calma que sacaba de quicio al intrigante embajador inglés Hoare.
Hay dos opiniones que, creo, reflejan mejor que otras ese rasgo de la personalidad de Franco. Prieto señaló que alcanzaba “el grado más alto del valor, la serenidad en la lucha”; y Diego Hidalgo: “Nunca lo vi jubiloso ni deprimido”. Esta serenidad y estabilidad anímica, y la capacidad de obrar inteligentemente en los peligros más graves es algo que se da muy rara vez. Habría que añadir un realismo basado en un buen conocimiento de los hombres pues no en vano se desenvolvía con tranquila eficacia entre los legionarios como entre los personajes más encumbrados o empingorotados. Su capacidad para inspirar confianza y disciplina sin recurrir al terror derivaba seguramente de los rasgos anteriores. Basta comparar los numerosos hechos heroicos de su bando durante la guerra, con la disciplina del ejército contrario, de carácter prácticamente terrorista, pero inferior a la de los nacionales.
Son esas cualidades, insisto en que muy poco frecuentes, las que le permitieron desafiar después de la guerra a la combinación de maquis y de aislamiento impuesto por la ONU, así como a las gigantescas escandaleras en Europa cuando se trató de aplicar la ley a terroristas. Y supo arar siempre con los bueyes disponibles, como dice el refrán. Azaña se quejaba de la imposibilidad de gobernar con tanto imbécil como le rodeaba. También rodeaban a Franco bastantes imbéciles, solo hay que ver los manejos de muchos de sus generales e intelectuales en momentos difíciles. Pero supo hacerles arar. Otra cualidad que poseen muy pocos dirigentes.
Conforme se acercaba el fin de la guerra mundial crecía por todas partes la inquietud sobre el futuro del franquismo. El embajador inglés Hoare estaba furioso porque no conseguía impresionar a Franco con sus amenazas implícitas. Pero Franco tenía una visión del futuro que se revelaría mucho más acertada que las insolencias con que replicaba el gobierno inglés a sus análisis: 211 – Franco prevé el futuro | Cambios en el mundo en los últimos 20 años – YouTube
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