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Pablo Linares Clemente
Presidente de la Asociación para la defensa del Valle de los Caídos
Revista Afán
El Valle de los Caídos se inauguró el 1 de abril de 1959, 19 años después del inicio oficial de su construcción, el mismo día de 1940 y coincidiendo con el vigésimo aniversario de la finalización de la contienda, motivo principal de existencia del propio conjunto monumental.
Poco menos de un año antes de esa inauguración, el Papa Pio XII emitió el breve pontificio “SIAl CRUX” por el cual y mediante intervención oficial de la Santa Sede otorgaba al templo el titulo y derecho de abadía. Era el 27 de mayo de 1958.
Carta Apostólica de Pío XII
Título y derechos de la Abadía de la Santa Cruz del Valle
Stat Crux
Texto íntegro de la Carta Apostólica, Stat Crux, del Papa Pío XII (27 de mayo de 1958) por la que se otorgan al templo y monasterio de la Santa Cruz del Valle de los Caídos el tftulo y los derechos de Abadía. Dos años más tarde (7 de abril de 1960) el templo fue elevado al honor y dignidad de Basílica por Breve Pontificio de Juan XXIII (44 Documenta), y dos meses más tarde (4 de junio de 1960), en nombre del Pontífice, la Basílica fue consagrada por el cardenal Caetano Cicognani.
“Una gran Cruz, signo de salvación y faro de eterno reposo, yérguese en lo alto de una roca que se eleva entre las cimas del Guadarrama. De tal forma ha sido perforada la granítica mole que la gran cavidad se ha transformado en un templo subterráneo. No lejos se han levantado edificios suficientemente amplios y destinados a ser moradas apropiadas para el servicio del culto, para los huéspedes y para los peregrinos. El Jefe del Estado Español, Francisco Franco Bahamonde, ha inspirado tan prodigiosas obras a fin de levantar un monumento a la memoria de cuantos, por una causa o por otra, entregaron su vida y sucumbieron en la Guerra Civil y para que, al mismo tiempo, en este nuevo hogar de la religión, Dios fuera convenientemente honrado y se alcanzaran dones celestiales para la Nación española.
La misma Autoridad suprema se ha dirigido a los monjes del insigne monasterio de Silos, perteneciente a la Congregación de Solesmes de la Orden de San Benito, para que observaran en esta montaña, mansión de paz, los estatutos de la vida monástica, atendieran el culto sagrado, cultivaran los estudios y al pueblo fiel impulsaran, no solo hacia lo espiritual y eterno, sino también hacia la práctica de las virtudes cristianas. Por ello, para que pudiera decorosamente vivir la familia religiosa que allí habría de congregarse, no sólo se le ha provisto con suficiencia, sino incluso con esplendidez. Finalmente, nos han dirigido Preces para que, según nuestro beneplácito, otorgásemos al nuevo monasterio ya su templo el título y los derechos de Abadía.
Aceptando de buen grado tales súplicas y según nuestro conocido aprecio hacia los discípulos de San Benito, después de haber consultado a los miembros de La Sagrada Congregación de Religiosos, exigimos y constituimos para siempre, con nuestra Autoridad apostólica y en virtud de estas Letras, la nueva Abadía exenta, que ha de ser nombrada con el título de Santa Cruz del Valle de los Caídos, a la cual, como perteneciente a la Congregación de Solesmes de la Orden de San Benito, la hacemos partícipe de todos los y privilegios concedidos a los Abades tal familia religiosa. Sin que nada lo pueda impedir. Esto promulgamos, establecemos, decretando que las presentes Letras sean y permanezcan siempre firmes, válidas y eficaces: que produzcan y conserven íntegros sus plenos derechos que favorezcan cumplidamente, ahora y después, a los Prelados y monjes, tanto presentes como futuros, de la mencionada Abadía, que de esta forma establecemos y, conforme a esto, se ha de interpretar y definir.
Desde ahora se ha de tener sin efecto y sin valor cuanto aconteciera ir en contra de ellas, sea a sabiendas o por ignorancia, o por quienquiera o en nombre de cualquier autoridad”.
Dado en Roma, junto a San Pedro, bajo el anillo del Pescador, el 27 de mayo de 1958, vigésimo de nuestro Pontificado.
Dos años después, otro Papa, el hoy Santo Juan XXIII elevó el templo de Cuelgamuros al honor y dignidad de Basílica mediante un breve Pontificio.
Breve pontificio de Juan XXIII que declara Basílica la Iglesia de Santa Cruz
Salutiferae Crucis
“Yérguese airoso en una de las cumbres de la sierra de Guadarrama, no lejos de la Villa de Madrid, el signo de la Cruz Redentora, como hito hacia el cielo, meta preclarísima del caminar de la vida terrena, y a la vez extiende sus brazos piadosos a modo de alas protectoras, bajo las cuales los muertos gozan el eterno descanso.
Este monte sobre el que se eleva el signo de la Redención humana, ha sido excavado en inmensa cripta, de modo que en sus entrañas se abre amplísimo templo, donde se ofrecen sacrificios expiatorios y continuos sufragios por los Caídos en la guerra civil de España, y allí, acabados los padecimientos, terminados los trabajos y aplacadas las luchas, duermen juntos el sueño de la paz, a la vez que se ruega sin cesar por toda la nación española. Esta obra, única y monumental, cuyo nombre es Santa Cruz del Valle de los Caídos, la ha hecho construir Francisco Franco Bahamonde, Caudillo de España, agregándola una Abadía de monjes benedictinos de la Congregación de Solesmes, quienes diariamente celebran los Santos Misterios y aplacan al Señor con sus preces litúrgicas.
Es un monumento que llena de no pequeña admiración a los visitantes: acoge en primer lugar a los que a él se acercan un gran pórtico, capaz para concentraciones numerosas; en el frontis ya del templo subterráneo se admira la imagen de la Virgen de los Dolores que abraza en su seno el cuerpo exánime de su Divino Hijo, obra en que nos ha dejado el artista una muestra de arte maravilloso. A través del vestíbulo y de un segundo atrio, y franqueando altísimas verjas forjadas con suma elegancia, se llega al sagrado recinto, adornado con preciosos tapices historiados; se muestra en él patente la piedad de los españoles hacia la Santísima Virgen en seis grandes relieves de elegante escultura, que presiden otras tantas capillas. En el centro del crucero está colocado el Altar Mayor, cuya mesa, de un solo bloque de granito pulimentado, de magnitud asombrosa, está sostenida por una base decorada con bellas imágenes y símbolos. Sobre este altar, y en su vértice, se eleva, en la cumbre de la montaña, la altísima Cruz de que hemos hecho mención. Ni se debe pasar por alto el riquísimo mosaico en que aparecen Cristo en su majestad, la piadosísima Madre de Dios, los apóstoles de España Santiago y San Pablo y otros bienaventurados y héroes que hacen brillar con luz de paraíso la cúpula de este inmenso hipogeo.
Es, pues, este templo, por el orden. de su estructura, por el culto que
en él se desarrolla y por sus obras de arte, insigne entre los mejores y, lo que es más de apreciar, noble sobre todo por la piedad que inspira y célebre por la concurrencia de los fieles. Por estos motivos, hemos oído con agrado las preces que nuestro amado hijo, el Abad de Santa Cruz del Valle de los Caídos, nos ha dirigido, rogándonos humilde mente que distingamos este tan prestigioso templo con el nombre y los derechos de Basílica Menor.
En consecuencia, consultada la Sagrada Congregación de Ritos, con
pleno conocimiento y con madura deliberación y con la plenitud de nuestra potestad apostólica, en virtud de estas Letras y a perpetuidad, elevamos al honor y dignidad de Basílica menor la iglesia llamada de Santa Cruz del Valle de los Caídos, sita dentro de los límites de la diócesis de Madrid, añadiéndola todos los derechos y privilegios que competen a los templos condecorados con el mismo nombre. Sin que pueda obstar nada en contra.
Esto mandamos, determinamos, decretando que las presentes Letras sean y permanezcan siempre firmes, válidas y eficaces y que consigan y obtengan sus plenos e íntegros efectos y las acaten en su plenitud aquellos a quienes se refieran actualmente y puedan referirse en el futuro; así se han de interpretar y definir; y queda nulo y sin efecto desde ahora cuanto aconteciere atentar contra ellas, a sabiendas o por ignorancia, por quienquiera o en nombre de cualquiera autoridad”.
Dado en Roma, junto a San Pedro, bajo el anillo del Pescador, el día siete del mes de abril del año mil novecientos sesenta, segundo de nuestro Pontificado.
De este modo, se fijó como fecha de consagración de la nueva Basílica el 4 de junio de ese 1960. La ceremonia fue celebrada por el Cardenal Gaetano Cicognani, buen conocedor de nuestro país puesto que había sido Nuncio delPapa en España desde 1938 hasta 1953 año el que fue nombrado prefecto de la Sagrada Congregación de Ritos. Como tal celebró la ceremonia de Consagración.
Los actos de Consagración de la Basílica -así lo recogen los periódicos de la fecha- comenzaron a las diez y media de la mañana del ese sábado 4 de junio. A esa hora se encontraban depositadas en una urna especial portada por unas andas, las reliquias de 77 santos, entre las que se encontraban las de San Lorenzo, Santo Domingo de Guzmán, San Ignacio de Loyola. San Francisco Javier, Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz, San José de Calasanz y San Antonio María Claret, todos ellos presentes en el mosaico de la cúpula de la nueva Basílica.
La noche anterior, la urna con las reliquias fueron llevadas por los monjes de la nueva abadía en procesión por los arcos de la lonja del monasterio en la noche clara y en lo alto iluminada, bajo las estrellas, la Cruz más grande de la cristiandad. Posteriormente, las reliquias que habían sido enviadas por S.S. el Papa, fueron depositadas en la capilla de la abadía donde fueron veladas toda la noche por la comunidad benedictina.
Volvemos al sábado día 4.
El Cardenal Cicognani bendijo el Altar Mayor de la Basílica, mientras hacían lo propio con los 8 altares laterales los Obispos de Salamanca y Guadix, el Obispo Auxiliar de Madrid-Alcalá y los Abades mitrados de Silos, Samos, Cóbreces, San Pedro de Cardeña y Santa María de la Oliva. Las reliquias de los Santos fueron depositadas en cada uno de los altares. Entonces el Cardenal, precedido por el crucífero y los acólitos, recorrió el exterior de la basílica, de derecha a izquierda, rociando las paredes de la exedra con agua gregoriana. Posteriormente el Cardenal tomó de nuevo el báculo y la mitra. Con el primero golpeó tres veces las puertas cerradas de la Basílica mientras decía: “Levantad puertas vuestros quicios y elevaos puerta de bronce para que entre el Rey de la Gloria”.
Abiertas las puertas en ese momento, Monseñor Cicognani hizo la señal de la Cruz con el extremo del báculo mientras decía: “He aquí la señal de la Cruz. Oíd todos los espíritus infernales” y “Paz en esta casa”.
En ese momento se entonaron las letanías de los Santos, a los que siguieron cinco invocaciones rogando al Señor se dignara bendecir y consagrar la basílica. Se recorrió después la nave principal del templo rociando sus paredes con agua bendita. Lo propio se hizo en el Altar mayor y los 8 altares laterales (Capillas de las Vírgenes de la Inmaculada, Carmen, Loreto, Pilar, Merced y África, Capilla del Santísimo y del Sepulcro)- Prosiguió la ceremonia de consagración finalizando con el Santo Sacrificio de la Misa.
El día siguiente, domingo 5 de junio, el Papa Juan XXIII, mandó un mensaje escrito a “nuestro querido hijo el Cardenal Caetano Cicognani, con ocasión de la Consagración de la Basílica de la Santa Cruz del Valle de los Caídos.
Reproducimos integro el mensaje Papal por su indudable importancia y con la esperanza sea tenido en cuenta entre las dignidades eclesiásticas tanto españolas como vaticanas de las que pudiera depender el futuro de la basílica y de la modélica comunidad de monjes benedictinos.
MENSAJE DE SU SANTIDAD JUAN XXIII CON MOTIVO DE LA CONSAGRACIÓN DE LA BASÍLICA DE LA SANTA CRUZ DEL VALLE DE LOS CAÍDOS
Domingo 5 de junio de 1960
A nuestro querido hijo el Cardenal Gaetano Cicognani:
Un vivo y particular consuelo experimenta Nuestro corazón al sentirnos presente en espíritu entre los numerosos fieles congregados para las ceremonias de estos días en la grandiosa Iglesia de la Santa Cruz del Valle de los Caídos, que acaba de ser solemnemente consagrada y a la que, por el esplendor de su arte, por la dignidad de su culto y por la piedad de los numerosos peregrinos que con ritmo creciente la frecuentan, hemos querido honrar con el título de Basílica. A cuantos en ella están reunidos y a todo el noble pueblo español deseamos llegue en estos momentos Nuestra palabra de Bendición.
Los anales gloriosos de España, los encantos de su paisaje, lo que de grande y elevado se ha forjado con su dolor en los años duros del pasado, se han dado cita en ese hermoso valle, bajo el signo de la paz y de concordia fraternas, a la sombra de esa cruz monumental que dirige al Cielo las oraciones de la fervorosa Comunidad Benedictina y de los devotos visitadores por la cristiana prosperidad de la Nación, y que quedará como en alerta permanente para transmitir la antorcha de la fe y de las virtudes patrias a las generaciones venideras.
¡Cuánto Nos complace en esta solemne circunstancia alentar a los católicos españoles en su empeño de conservar íntegro y puro su fecundo patrimonio espiritual! Testigo es la Historia de que los altos ideales cristianos dieron cohesión e impulso a sus antepasados para las grandes empresas y de que, cuando decayeron tales ideales, se mermaron y debilitaron igualmente sus lazos de unión, poniéndose en peligro su límpida y heroica trayectoria secular.
Amamos a España, cuya pureza de costumbres, lo mismo que sus bellezas y tesoros de arte, hemos podido admirar en los gratos viales con que hemo recorrido sus tierras. Por eso Nos alegramos de que la España que llevó la fe a tantas naciones quiera hoy seguir trabajando para que el Evangelio ilumine los derroteros que marcan el rumbo actual de la vida, y para que el solar hispánico, que se ufana justamente de ser cuna de civilización cristiana y faro de expansión misionera, continúe y aun supere tales glorias, siendo fiel a las exigencias de la hora presente en la difusión y realización del mensaje social del cristianismo, sin cuyos principios y doctrina fácilmente se resquebraja el edificio de la convivencia humana.
Que tengan levantada siempre su mirada Nuestros Hijos amadísimos de España hacia las altas metas, con el espíritu grande que los caracteriza, seguros de que la obediencia a la Ley de Dios atraerá la protección de la Providencia, que en el tejido de todo quehacer histórico guía a los individuos y a los pueblos, dóciles a la voz del Rey de cielos y tierra, in viam prosperitatis et pacis.
Nuestra súplica confiada va en estos momentos a la Virgen Santísima, venerada con tanta devoción en España, la que en sus más significativas advocaciones tiene puesto de honor en ese Santuario y a la que pedimos cobije bajo su manto las almas de cuantos en él duermen fraternamente unidos su último sueño. Que ella proteja a esa grande Nación y a los que rigen su suerte. Con estos sentimientos y estos votos gustosamente te damos a ti, querido Hilo, con el Venerable Episcopado de ese católico país, a su Jefe de Estado y Gobierno, con todo el amadísimo pueblo español, una particular Bendición Apostólica.