Plaza de Oriente (1980), por Blas Piñar

Blas Piñar López

Madrid, 23 de noviembre de 1.980

¡Españoles de todas las tierras de España, de la España peninsular, de la España insular, de la España africana y de la España de la emigración!

¡Pueblo, y no masa, como quieren los marxistas!

¡Pueblo de la Nación española, y no del país, como quiere el liberalismo!

Españoles que habéis venido a esta Plaza de las lealtades, a recordar, como una afirmación de futuro, las figuras excepcionales y ya casi le­gendarias de José Antonio y de Franco; a fundiros en un abrazo fraterno, a im­pulsos del amor a la Patria; a formular de una manera clamorosa vuestra protesta colectiva y unánime por los errores acumulados, por la decadencia económica, por el incremento del paro, por la presión fiscal confiscatoria, por el terro­rismo impune de cada día, por la inseguridad ciudadana, por la destrucción de la familia, por la ruptura de la unidad de la Nación, por las humillaciones hechas a nuestros pescadores apresados, a nuestros camioneros agredidos, a nues­tro honor como pueblo: campo de experimentación de los fabricantes de mentiras, que vienen a darnos lecciones desde el exterior, pero que desde el exterior despiden con burla a los pedigüeños que llaman a las puertas de las cancille­rías foráneas y albergan y protegen a aquéllos que nos asesinan.

Ha llegado el momento de decir ¡Basta! Ha llegado el instante de decir que el pueblo español está dolorosamente harto de tanta miseria mate­rial y moral. Ha llegado el día de decir que somos un pueblo digno, al que se le puede engañar, pero al que, descubierto el engaño, no se le puede mantener aherrojado con las argollas y las cadenas de la tiranía, o adormecido con la droga de una propaganda falaz, que agotó, por cierto, todos sus recursos publi­citarios.

Vaya un saludo también para los amigos de otras tierras, mezclados con nosotros en esta concentración inigualable: a los exiliados de las na­ciones sojuzgadas por el comunismo y a los camaradas de los países en los que aún queda un rescoldo de libertad. Unos y otros habéis convertido a Madrid, en esta jornada luminosa, en la Capital del mundo libre; y a este recinto, en la Plaza Mayor del Occidente cristiano.

Esta magna concentración demuestra que, como os decía desde este mismo lugar, el Movimiento que pusimos en marcha al inicio de la falsa reforma se ha convertido en un movimiento imparable; más aún, en un movimiento arrollador que nada ni nadie puede detener, que goza de la autoridad moral y de la fuerza coercitiva que dimanan de un puñado de verdades intangibles y de una congruencia en las conductas de quienes las hemos servido, me atrevo a decir que heroicamente, en medio de la deserción, del silencio, del desprecio y de las campañas difamatorias.

Con esas verdades como bandera y esa gallardía en la conducta, hemos recorrido, incansablemente, sin dejarnos rendir por el desaliento espiritual o el cansancio físico, todas las tierras de la Patria. Hemos ido a las grandes urbes y a los pueblos apartados. Hemos ido a las poblaciones conflictivas, sin temor a las amenazas. Por eso estuvimos en Galdácano y en Guernica, en Bilbao y en San Sebastián, enfrentándonos con valor a quienes disparaban sobre nosotros, y también, no hace mucho, en Vitoria, donde el derecho de reunión fue escarnecido por una autoridad amedrentada, pero donde la bandera nacional paseó, con sus vivos colores electrizantes, entre los alaveses que la miraban, desde su pánico, con devoción y con amor.

Ya está la cosecha madura, el premio a una labor sacrificada, aunque sabemos y reconocemos con humildad que no es el que planta ni el que riega, sino Dios, el que da el incremento.

Sin morder la verdad, para convertirla en error, sin modificar la conducta, que algunos motejaban de excesivamente combativa, para disculpar, sin duda, la propia tibieza, entramos en el Congreso por la puerta grande de la transparencia ideológica y con el respeto de quienes, aun siendo adversarios, aprecian la lealtad y la gallardía ajenas.

Algunos dicen: ¡pero estás solo! Y yo les contesto: no estoy solo, parque a mi lado, con su ayuda próxima y caliente, a la española, están los casi cuatrocientos mil votos de “Unión Nacional”, y los votos de quienes no nos votaron entonces y nos votarían convencidos y entusiastas ahora; y los votos de tantos centenares de miles de españoles y de españolas que acuden a nuestros actos innumerables de afirmación nacional; y los votos de una juventud que aún no vota o no ha votado todavía; y los votos de cuantos estáis aquí respaldando con vuestra presencia, con vuestros aplausos, con vuestros gritos, con vuestras pancartas y con vuestra alegría contagiosa, esas verdades y esa conducta; y los votos, en fin de la historia de nuestro pueblo, de los héroes y los mártires de la Cruzada, de los victimados por el terrorismo, y también, por qué no decirlo, de José Antonio y de Franco, que, desde la orilla de la inmortalidad, nos envían un saludo y nos contemplan satisfechos, al saber que con vosotros, la mejor infantería de España, estamos en víspera de recobrar una victoria que quiso venderse por un plato de lentejas agusanadas.

No es puro recuerdo este acto. Pero, aunque lo fuera, tendría ya un significado positivo, porque el recuerdo de un bien que se pierde, estimula para volver a lograrlo, y aquí, los responsables del drama español, saben que José Antonio y Franco, lo mismo que el Cid Campeador, pueden ganar batallas después de morir.

No hace falta, pues, que los muertos resuciten. Ni los siglos que transcurrieron resuciten, ni resucitan para el tiempo los que fallecen. Pero como las ideas están por encima de los siglos y del tiempo, las ideas no mueren; y son las mismas ideas, las que José Antonio en la línea de la Tradición española esbozó con elegancia dialéctica, y las que Franco hizo realidad tangible, forjando una España unida y en orden, las que, encarnadas en nosotros y enraizadas en nuestro pueblo, nos brindan la esperanza de un futuro me­jor.

Que nadie, para desvirtuar esta concentración, afirme luego, marginando su propia dinámica, su espontánea razón de ser, que no cabe descubrir en la misma otro alcance que el estrictamente negativista de la protesta, por­que estoy seguro que no quedaríais contentos si, al preguntaros por las razones de estar aquí y ahora en la Plaza Mayor del Occidente Cristiano, respondierais: “hemos venido a reproducir el ‘no es esto, no es esto’ de Ortega y Gasset ante el fracaso de la II República”.

Vosotros habéis venido aquí, y quisiéramos que esto quede muy claro, a decir que no a todo esto, porque antes habéis dicho que sí, estáis diciendo que sí, de una manera rotunda e indubitada, a un manojo de verdades.

– Habéis venido a afirmar que creéis en Dios, principio, fin y providencia, y que si hay que dar a Dios lo que es de Dios, y al César lo que es del César, no puede olvidarse que el César también es de Dios y que, por ello, la comunidad política, por muy autónoma que sea para el cumplimiento de sus fines, no puede desconocer el Derecho divino revelado, el Derecho natural ni el fin trascendente del hombre.

– Habéis venido a afirmar que os sentís miembros de una Patria unida; que queréis la España una, y no cincuenta y una, porque esa unidad de historia, de convivencia y de destino, es sagrada y no puede disolverla ni el separatismo aberrante, ni el federalismo trasnochado, ni la falacia del Estado de las autonomías.

– Habéis venido a afirmar que queréis una convivencia fraterna, que no se puede destrozar la economía de la Nación, ni la economía de la empresa, con el absentismo laboral, con la huelga salvaje o con el espíritu de lu­cro sin medida; y que por ello el Sindicato no puede ser una escuela para la enseñanza del odio, sino una escuela donde se enseña, en el amor, a producir más y a repartir con justicia.

– Habéis venido a afirmar que queréis que a vuestros hijos se les dé una educación adecuada a vuestras creencias y se les prepare para un oficio y profesión de acuerdo con su capacidad, y no para que sean corrompidos por la droga y la pornografía, con amparo municipal, a través del “Libro rojo del Colegio”.

– Habéis venido a afirmar y a defender a la familia, a rechazar el divorcio que la deshace, el aborto que destruye la vida, y la anticoncepción que rechaza que su brote primero se produzca.

– Habéis venido a pedir la restauración del orden moral, el poder con eficacia, la desaparición del terrorismo, la vivienda digna, el puesto de trabajo, el salario remunerador y la confianza en el futuro.

– Habéis venido a dar un SI a este puñado de verdades. Pero como da la casualidad de que estas verdades son las de José Antonio y las de Franco, las verdades que profesa un cristiano auténtico y un español de veras, resulta que esta concentración multitudinaria no es una propuesta a favor de otra alternativa liberal que sustituya a la de Adolfo Suárez, sino un repudio del liberalismo de izquierda o de derecha, que nos ha traído tantos males, y con ellos la amenaza de la dictadura marxista, contra la que hoy luchan los obreros polacos y los guerrilleros de Afganistán, y una proclama ardorosa de los valores religiosos, nacionales y sociales, y, por ello, de amor a Dios, a la Patria y a la Justicia.

¡Españoles de todas las tierras de España! ¡Amigos y hermanos de más allá de nuestra frontera! En este día de júbilo, gritad conmigo:

¡JOSÉ ANTONIO PRIMO DE RIVERA!

¡PRESENTE!

¡FRANCISCO FRANCO!

¡PRESENTE!

¡CAÍDOS POR DIOS Y POR ESPAÑA!

¡PRESENTES!

 

¡VIVA CRISTO REY!

¡ARRIBA ESPAÑA!

¡ADELANTE ESPAÑA!


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