¿Podemos seguir siendo monárquicos?, por Blas Piñar López

Blas Piñar López

Leganés 28 de enero de 1.978

 

Si las malas noticias deben callarse o transmitirse con prudencia, las otras, las buenas, deben comunicarse de inmediato y con alegría. Y os traigo una de éstas. Según nos hace saber la revista “Posible” (25-I-78), el Sha de Persia nos acaba de regalar un millón quinientos mil dólares. ¡Motivo de júbilo, sin duda! Espero que el director de “Posible” me diga lugar, día y hora para el percibo de tan respetable suma. Voy a otorgar un poder a su favor para que la perciba en nombre de “Fuerza Nueva” y voy a premiarle con un 30% de comisión.

¡Cómo se miente y se difama!

Durante la campaña electoral de Toledo, una periodista extranjera me confesó que los actos de propaganda de “Fuerza Nueva” habían sido para ella algo sorprendente.

Suponía que nuestro Movimiento lo integraban y respaldaban grupos de señoritos, de intelectuales, de vejestorios del franquismo, capaces, eso sí, de dar una conferencia, publicar un libro de cierta altura científica y lamentarse del presente recordando con nostalgia el pasado.

De ahí precisamente la sorpresa, al encontrar, evidenciando sus prejuicios, tres cosas en nuestros actos:

– Una clara y resuelta AFIRMACIÓN DE FUTURO, ahincada en un pasado histórico del que no solo no nos avergonzamos, sino que, además, nos enorgullecemos.

– Una PRESENCIA JUVENIL mayoritaria, prueba de la adhesión fervoro­sa de aquéllos a quienes por sus años no es posible calificar ni de vejestorios ni de portavoces de la nostalgia.

– Un APOYO POPULAR omnipresente en el que hombres y mujeres de las clases trabajadora y media destacan de manera visible: profesionales, em­pleados, pequeños comerciantes e industriales, campesinos y obreros.

¿Por qué se dan en nuestro movimiento y en los actos públicos a través de los cuales pretende darse a conocer, por un lado, y manifestar su creciente madurez, por otro, estas características bien apreciables? Sin duda porque sintoniza, recoge e interpreta aquellos sentimientos y aquellas ideas matrices, y me atrevería a decir que genéticas, recreadoras y vivificadoras de un pueblo que no quiere dejar de vivir como nación, que no abdica de su propia personalidad configurada por tradición y por historia; que no renuncia a su quehacer en lo universal.

La clave del éxito de una empresa política se halla en su acierto para hacer suya y abanderar la esencia última de un pueblo, su específica razón de ser; para separar la broza de lo contingente de aquello que es constitutivo; para deshacer la cortina de humo de la confusión ideológica y exponer la doctrina salvadora con claridad y sin recortes; para conseguir el rechazo de la abulia del espíritu aburguesado que convida a la entrega y templar las voluntades, enardecer el alma y disponerla a la lucha sin cuartel en un mundo que está en la divisoria de su inmediato destino.

Creo que no me engaño al estimar que “Fuerza Nueva” ha dado con la clave casi mágica que tiene la razón y el estilo, la palabra y la música, la verdad y el talante de la España que sacude la modorra y comienza a despertarse, que se conoce engañada y busca, todavía un poco inconsciente, a los que nunca engañaron, que tiene sed de conducta limpia y de fidelidades nunca quebrantadas, de juramentos jamás olvidados, y se llega hasta el manantial donde todavía brota con ilusión el agua cristalina de la fe en Dios, del amor a la Patria y del duro combate por la Justicia.

Por eso estamos en todas partes. En Barcelona y en Sevilla, en Vall de Uxó o en la cuenca minera de Asturias, en la España peninsular y en la insular; en locales cerrados o al aire libre, como el 20 de noviembre en Madrid o como hace unos días en la calle protestando por la creciente oleada de terrorismo, que si es verdad que no desestabiliza el proceso democrático, como en tantas ocasiones ha repetido el Gobierno, sí desestabiliza a España, aunque ello importe muy poco al equipo suicida que detenta el poder, ya que ese equipo tiene como lema: ¡Viva la democracia y mueran los españoles!

Y estamos por ello en Leganés, en una zona marcadamente popular, con gentes del pueblo, para examinar en común y en voz alta algunos de los temas que nos preocupan por su gravedad y trascendencia. Problemas que están en la mente de todos. No es una cuestión de espeleología y de inmersión submarina. No hay que recurrir al telescopio para acercar ni al microscopio para conseguir un aumento. Basta simplemente ver, y en ocasiones ni ver, como ocurre,

– a las jóvenes violadas,

– a las amas de casa robadas,

– a los vigilantes y guardacoches golpeados,

– a los españoles asesinados,

– a los amnistiados sin amnistía.

Es todo un orden social y económico que se consiguió con esfuerzo el que se hunde.

A mí me molestan y hasta me irritan los ataques, incluso de gentes alineadas en grupos de doctrina en parte común, los ataques al Régimen destrozado. Yo, ante estas críticas acres, acerbas, me atrevo a preguntar:

– ¿Quién aumentó el nivel de vida de los españoles?

– ¿Quién arrancó a las clases modestas su fisonomía proletaria?

– ¿Quién creé la Seguridad Social?

– ¿Quién detuvo el paro y consiguió una comunidad de pleno empleo?

– ¿Quién multiplicó las viviendas?

– ¿Quién mejoró las vías de comunicación, puso en marcha la industria del automóvil, mejoró los ferrocarriles, cubrió España de aeropuer­tos y normalizó y acrecentó el trasporte marítimo?

– ¿Quién hizo de España la mayor potencia turística del mundo y la dotó de una red hotelera envidiable?

– ¿Quién llevó a término la utilización casi exhaustiva de nuestros recursos hidráulicos?

– ¿Quién comenzó, con éxitos parciales, la prospección petrolera de nuestro subsuelo y de nuestros litorales?

– ¿Quien, arrancando de la miseria, nos convirtió en un país indus­trial y competitivo en los mercados exteriores?

– ¿Quién nos dejó una saneada reserva de divisas?

– ¿Quién erradicó el analfabetismo y multiplicó las becas escolares?

– ¿Quién nos dio cuarenta años de paz en la calle y de optimismo creador?

– ¿Quién nos devolvió, en suma, el honor y el orgullo de ser y de sabernos españoles?

 

Alguien ignorando todo esto, y mucho más que podría enumerarse, nos desafía con las metas no logradas y con las imperfecciones y lagunas del sistema liquidado,

¡Qué pena!

La perfección es un objetivo, pero nunca algo tangible en un mun­do limitado e imperfecto. El programa es una cosa y las posibilidades de lograrla otra.

Pero lo que es una realidad palpable es que hemos pasado de una sociedad tranquila y de bienestar a una sociedad convulsa y en fase de empobrecimiento. Y lo que no es admisible, porque no es lógico, es la contraposición entre la doctrina y la obra, cuando el creador de la doctrina no tuvo la posibilidad de un trabajo constructivo en el que los materiales, los instrumentos y el clima, no eran los más adecuados para emprender y consumar la obra.

Por eso nosotros no repudiamos ni combatimos la obra de Franco. Hemos sido, al margen de su contorno oficialista, los leales indicadores del proceso que conducía a su demolición, y por ello mismo los adelantados en la gran empresa de continuar esa misma obra, depurándola de incrustaciones ajenas y perfeccionándola en la continuidad de su filosofía y de sus metas.

Estimo que ahí está: de una parte, la única garantía de supervivencia para la nación española, y de otra el entendimiento noble de la leal­tad.

En una ocasión y con motivo de un debate muy polémico en las Cor­tes, alguien escribió que dónde estaba mi lealtad, hablando y escribiendo contra lo que parecía un deseo y un objetivo de Franco.

Y a ello contesté que la lealtad obliga a decir con respeto y con ra­zones lo que uno honradamente piensa, al superior que pide consejo, pues para eso sin duda lo pide y no para el aplauso o la palabra aduladora. Después, si el jefe no sigue el consejo, la lealtad no mueve a la protesta o a la murmuración. Y más tarde, si el consejo fue afortunado y la decisión errónea, esa misma lealtad obliga a ponerse al lado del jefe para evitar y para evitarle las consecuencias de su error. ¿O es que el jefe no está expuesto, por humano, a equivocarse?

Decía Rafael García Serrano que Franco se equivocó tan sólo allí -y todos sabemos a qué se refería- donde puso apasionamiento. ¡Y es verdad! Por eso aquí, en lo que esa equivocación implica, es donde de forma más varonil y enérgica debemos poner en ejercicio nuestra lealtad al pensamiento y a la obra de Franco; y en función de esa lealtad proceder a un ajuste, ya que no de nuestra ideología, sí al menos de la táctica.

Ello nos conduce a descubrir algo que nos parecía inviable y hasta antológicamente imposible: que las instituciones creadas por Franco fueran las llamadas a destruir el franquismo. Quizá el franquismo era tan fuerte, se ha­llaba tan enraizado en el pueblo, que sólo la utilización de los instrumentos creados por el régimen, y que gozaban de su propia fortaleza, podían aniquilarlo.

Y así han sido las cosas desde el Consejo Nacional a las Cortes, pasando por el Consejo del Reino, La Monarquía católica, tradicional, social y representativa, continuadora del Régimen, se ha transformado en una Monarquía liberal, parlamentaria, forjadora de una Constitución abrogante del Régimen que le dio vida.

Esto plantea a quienes somos leales a la Monarquía, bien por conside­rarla continuadora de nuestro sistema tradicional, o bien por entenderla ins­taurada para el mejor servicio al Estado que alumbró el 18 de julio, un grave dilema, ¿Podremos seguir siendo monárquicos?

Yo sé que en la conciencia de muchos españoles de buena voluntad existe planteado este problema. Y como no cabe la menor duda que un estado dubitativo del alma, paraliza y abruma, lo mejor es que con resuelta energía tratemos de darle respuesta. Yo, al menos, os voy a dar la mía.

En primer lugar: cuando a raíz del trauma sucesorio me preguntaron por el futuro de la Monarquía, contesté que, si se apoyaba en las fuerzas políticas leales al 18 de julio, se consolidaría, pero que, si buscaba el aval de republicanos y marxistas, esa consolidación resultaría imposible.

En segundo lugar: hay un principio general de derecho, que en nombre de la equidad rompe el “pacta sunt servanda” y que se conoce como cláusula “rebus sic stantibus”. Se da sobre todo en las obligaciones en que la presta­ción de una de las partes es periódica y por largo tiempo.

Por ello, si las cosas no se plantean tal y como fueron contempladas, lo convenido es injusto y la revisión o la extinción ajustada a conciencia y derecho, se imponen.

De aquí que, si la Monarquía no es la tradicional, ni la del 18 de ju­lio, sino precisamente la liberal del 14 de abril, nuestra adhesión y vinculación ideológica y social quedan canceladas. Otra cosa sería imperdonable; y la propia constitución monárquica de signo liberal nos despreciaría.

En tercer lugar: yo entiendo que, a pesar de tales razones, no debemos dejar de ser monárquicos. Mas, para que lleguemos a esta conclusión, ten­go antes que advertiros una cosa que, por no pensar seriamente, con facilidad se olvida.

Monarquía no se contrapone a República, porque Monarquía es el gobierno de uno y por tanto supone un Régimen en que el poder, siendo uno, no está dividido. En este aspecto, Monarquía se contrapone a Diarquía o a Poliarquía, o a anarquía, pero no a República.

La Monarquía liberal con división de poderes y creación de un cuarto poder moderador y arbitral, no tiene de Monarquía más que el nombre; aunque a veces suceda que la moderación y el arbitraje se transforme en impulso y látigo para la obtención de todos los poderes.

Decía Vicente Manterola que comprendía la República, pero que no podía comprender la Monarquía liberal y menos aún, como ha escrito Salvador Da­lí, cuando los reyes de la monarquía liberal ni siquiera se sienten o confie­san monárquicos.

Pero, aclarando ideas para llegar a la conclusión a que aquí y ahora vamos a llegar, entendemos que la Monarquía del 18 de Julio es una cosa y la corona como órgano a su servicio, otra muy distinta; y que es posible ser mo­nárquico sin ser realista.

Alguien puede, y con razón, preguntarme, pero ¿cómo ser monárquico sin dinastía, o, como decía Ossorio Gallardo, monarquía sin rey?

Pues sí; continuando un Régimen monárquico, es decir, con unidad de poder -porque ahí está su esencia y la razón de sus éxitos- con un jefe de Estado que lo rija, sin título de rey.

En este aspecto, el ropaje importa poco, lo que nos importa es el principio monárquico que puede darse incluso con la formulación republicana.

Ha dicho Felipe González que el P.S.O.E. es republicano sin mostrarse hoy beligerante contra la Monarquía.

¡Estaría bueno! ¡Si hasta se anuncia un gobierno de socialistas-republicanos para la Monarquía española!

Pues bien, nosotros que somos fieles al principio monárquico, precisa mente en función de esa fidelidad del panorama que contemplamos y de la cláu­sula “rebus sic stantibus”, tampoco seremos beligerantes contra una República, aunque el nombre nos traiga ecos desagradables, en la que el principio monár­quico sea el animador principal del sistema.

Pero, ¿cómo encaramos con el presente pensando en el futuro? ¿Cómo hacer realidad el lema “organizarse hoy para vencer mañana”? Pues mañana lo veremos en el Restaurante “El Bosque”, con motivo de la Clausura del Primer Congreso Nacional de Fuerza Joven.

Camaradas y amigos: ¡ARRIBA ESPAÑA!

 


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