Preludios del 18 de julio de 1936

Indalecio Prieto en el 18 de julio de 1936

A primera hora de ese día, llegó a su casa el ayudante del general Pozas, el capitán Naranjo, para informar a Prieto de un mensaje recogido por la estación de radio que la Guardia Civil tiene en el barrio madrileño de Cuarenta Fanegas., en el que se anunciaba la sublevación de la guarnición de Melilla. En la noche del 16 de julio de 1936, Prieto advirtió un inusitado ir y venir de trabajadores por las calles de Madrid, un cierto desasosiego, motivado por la sugestión de determinados temores, que se confirmarían en la madrugada del 18 de julio.

El líder socialista se pone en contacto con el presidente del Gobierno Casares Quiroga, el cual rogó a Prieto “que no lo revelase a nadie, pues procedía mantenerla en secreto para ahogar el movimiento en Melilla, sin que se propagara por la Península”. Prieto le contesta que es necesario informar a todo el país, especialmente a las grandes ciudades, para que las masas proletarias se opongan a los sublevados.

Los acontecimientos del día, con la extensión de la sublevación convencen al presidente de la República, Manuel Azaña de que tiene que tomar medidas urgentes.

En el Ministerio de la Guerra se reúnen con Casares, Prieto, Largo Caballero, Marcelino Domingo y Martínez Barrio. El presidente del Gobierno, desbordado por los acontecimientos, no sabe qué hacer. Es entonces cuando Largo Caballero propone que la primera medida es armar al pueblo, a lo que se opone Casares. Tampoco Azaña toma ninguna decisión en ese urgente momento. A finales de la tarde llama a Palacio a Martínez Barrio, informándole que ha aceptado la dimisión de Casares, y le pide forme Gobierno.

Según Prieto todo aquello no era más que perder el tiempo, ya que Azaña, nada más conocer la sublevación, debía haber reunido a los más significados políticos del régimen y formar un Gobierno de “resistencia y de guerra”.

Ante las perspectivas que se presentaban y conocer que una manifestación popular se pronunciaba contra el Gobierno nonato, Martínez Barrio desiste. Entonces Azaña llama corriendo a su amigo y correligionario José Giral, el cual formó un Gobierno solo de republicanos.

La primera decisión que toma es la de entregar las armas al pueblo. Otra medida nefasta fue la de disolver las unidades militares y licenciar a las tropas. Se impuso la idea de un ejército constituido sobre la base de milicias populares, que actuaban sin ninguna coordinación central. Se empieza a hablar de la necesidad de un mando único, y así lo hace Prieto en un artículo que publica en Informaciones.

Indalecio Prieto “La necesidad del mando único”

En nuestra guerra civil es también absolutamente indispensable que tropas y milicias al servicio de la causa de la libertad tengan mando único. Corresponde éste, como es natural, al Gobierno o a la persona en quien el Gobierno delegue, y aunque desde el Ministerio de la Guerra se viene ejerciendo dicho mando, pueden estorbarle, a mi juicio, iniciativas aisladas que surgen por exceso de entusiasmo. Vale más un solo mando, por malo que sea, que veinte mandos buenos que lo ejerzan de modo simultáneo y no trabado, ya que está pluralidad supone, o acciones contradictorias o dispersión de fuerzas que esteriliza energías. Esto que acabo de decir constituye el abecés del arte de guerrear. Todos tenemos ahora un objetivo común: derrotar al fascismo. Las gentes de ideología más extrema verían truncadas sus esperanzas sí no aniquilamos al fascismo. Ese aniquilamiento podrá ser, para unos, el máximo y para otros, el mínimo, pero para todos es aspiración común e indeclinable, Pues bien; a tal enemigo se le derrota con mayor facilitad cuando más perfecta sea la coordinación de quienes pelean contra él. No basta con haber triunfado en Cataluña y todo el Levante, con haber ahogado la sublevación en Madrid y sus cercanías ni con haberla contenido en el Cantábrico, ni bastará con que en cualquier día próximo se rindan Oviedo y Córdoba y se tome Aragón. Hay que triunfar en España entera; y para obtener esta victoria general, la única que nos habrá de salvar, es improcedente atalayar el problema guerrero desde punto de vista locales, provinciales o regionales. Tan absurdo como contemplarlo con las miras estrechas del partidismo. Si nos llegara la mala hora de una derrota, idea que, desde luego, desecho, no habría cuartel para nadie en las izquierdas, y el mismo extremo rigor padecerían los republicanos tibios que los anarquistas más exaltados. Ahí están, para demostrarlo, las represalias realizadas por la facción, que a la hora de fusilar no se ha entretenido en hacer distinciones. Con ser de izquierda basta para el suplicio y la muerte«Dos o más años tardaron los ejércitos aliados que se batían al Norte de Francia y en territorio belga durante la gran guerra en establecer el mando único. La heterogeneidad de aquellos ejércitos hacía dificilísimo semejante acuerdo, al cual se oponía no sólo el puntilloso amor propio de los respectivos caudillos, sino incluso la honrilla nacional, pues resultaba muy duro que tropas de un país cifradas en millones de hombres aparecieran bajo las órdenes de un general aliado pero, al fin, extranjero. Mas las altísimas conveniencias de unificar la acción concluyeron por apartar todos esos obstáculos subalternos y, bajo el mando único, pudieron al cabo los aliados ganar la guerra.

Creo que hemos pasado del período del entusiasmo inicial para entrar ya de lleno en el de la organización, sin la cual no habrá modo de proseguir con éxito la guerra. Y no hay organización posible sin un alto mando único, que conociendo en su conjunto las necesidades de la campaña y a la vista de las disponibilidades señale uno a uno los objetivos sobre los cuales deba concentrarse la acción y distribuya las fuerzas, obteniendo de ellas la máxima elasticidad y, por lo tanto, logrando la mayor eficacia.

El ímpetu de los leales de cada zona tiende, como es natural, a atacar a los rebeldes que tienen más próximos; pero, a veces, los objetivos que de ese modo se persiguen interesan muy secundariamente y el esfuerzo que para conseguirlo se emplea adquiriría una utilidad centuplicada aprovechándole en atenciones distintas. Pongamos, por ejemplo, el caso de más bulto que se presenta ante nuestros ojos: la acción contra las Baleares. El triunfo ha venido nimbando a los reconquistadores, a quienes acompañan mis fervientes votos por que también la victoria corone la más ardua empresa en que ahora andan metidos de tomar la isla de Mallorca. En nuestro poder desde los primeros instantes Mahón por la actitud heroica de la marinería, no creo que de aquel archipiélago nos importara de momento otra cosa que recoger en dicha base naval y en Ibiza el armamento copioso allí depositado y traerlo a la Península, donde era infinitamente más útil que en Mallorca. Comprendería yo la acumulación de toda clase de elementos para someter a la legalidad republicana a los reaccionarios mallorquines, muchos en número, y aquella guarnición, muy considerable, si todos los territorios peninsulares estuviesen en nuestro poder; pero cuando hay extensas zonas rebeldes en la Península resulta, a mi juicio, un poco extemporánea la acción entablada contra Mallorca. Nuestros hombres, de valentía probada, que allí combaten;  fusiles, las ametralladoras y los cañones de que disponen y la aviación y buques de guerra a su servicio estarían dando a estas horas, en cualquiera de los frentes peninsulares a que tuvieran acceso, un rendimiento muy superior al que allí obtienen.

A efectos del más pronto aplastamiento del fascismo, de la conquista de cualquier provincia española vale de momento muchísimo más que la toma de Mallorca. Por una razón muy sencilla: porque aquí la rebelión puede propagarse si nuestras defensas se debilitan, y en Mallorca no. Allí había de quedar aislada. No iban a venir los mallorquines a nado, con su fusil a la espalda a invadirnos por Levante, y de otro modo imposible, por carecer de medios para el desembarco. Pues como este ejemplo que cito, sin menoscabo alguno para el heroísmo de los reconquistadores, a quienes, desde luego, rindo el testimonio de mi admiración, se pueden ofrecer otros muchos, en orden a que en muchos frentes sobra lo que en otros falta, a que en unas milicias abunde lo que en otras escasea y a que en la retaguardia hay exceso de ametralladoras y fusiles mientras los reclaman con insistencia desde algunas líneas de combate.

La guerra civil ha entrado ya en una fase que atribuye papel preponderante a la organización. No hay organización posible sin mando único, y no hay mando único verdaderamente efectivo si cada cual se lanza por sí a desarrollar sus propias iniciativas bélicas sin someterse a una alta dirección que abarcando los problemas todos de la guerra pueda medir las mayores necesidades en cada hora y en cada lugar».

Diario Informaciones de Madrid, del 27 de agosto de 1936.


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