Respuestas al cuestionario de José María Gironella para el libro “100 españoles y Franco”, por Blas Piñar

Blas Piñar López

31 de diciembre de 1.978

 

 

P.- El general Franco es una de las figuras político-militares más controvertidas de nuestra época. Sus apologistas le han llamado “la espada de Occidente”; sus detractores, “el hombre más nefasto de la historia de España”. ¿Cómo definiría usted la personalidad del general? ¿Fue un gran patriota? ¿Fue un cínico ombliguista, ambicioso de poder? ¿Inteligente? ¿Solamente astuto? ¿Tuvo visión profética o anduvo a remolque de los acontecimientos? (Etcétera.) ¿Podría usted darnos su personal juicio valorativo.

R.- El adulador y el difamador tienen la misma contextura moral. Por eso, el salto de una a otra postura se explica. No me extraña, pues, que los calificativos que Vd. enumera con relación a Francisco Franco -y que son atribuibles a personas distintas- puedan ser juicios de valor, expresados con otras pala­bras, y de una sola, aunque en tiempos diferentes.

Si el interrogante “cínico ombliguista” es suyo, lamento que, a un hombre como Vd., inteligente, observador y sensible, se le haya podido ocurrir.

Franco, para mí, fue un gran español, que supo intuir las virtudes de un pueblo y encenderlas, para salvarlo de su postración y de su agonía. Ganó el primer combate de la guerra civil universal contra el materialismo, marxista o capitalista; rehízo a España, elevando los niveles de vida a cotas que hubieran parecido increíbles; erradicó el analfabetismo; creó una sociedad permeable, en la que no resultaba difícil a los que trabajaban con ahínco, escalar puestos superiores, ganó para la Patria respeto y admiración -aunque es posible que odio también-, pero jamás despreció, y devolvió a los españoles, el orgullo de serlo.

En síntesis, y para seguir la pauta de su cuestionario, le diré que, según mi criterio, Franco fue un gran patriota, muy inteligente -lo que conlleva un tanto por ciento de astucia y de experiencia vital aprovechada-, y en gran medida con visión profética, tal y como lo avala su enfoque de la guerra mundial, como lucha fratricida e inútil entre los pueblos de Europa, que conduciría a su decadencia y a su colonización material, económica e ideológica.

 

P.- Igualmente controvertida es la obra llevada a cabo por el general Franco a lo largo de sus treinta y nueve años de mandato autoritario. ¿Cuáles serían en su opinión, los aspectos positivos -si los hubo- de la labor del general? ¿Cuáles serían -si los hubo- los aspectos negativos? Parece cierto que en ese período “España ha cambiado la piel” (embalses, industrialización, desarrollo turístico, autopistas, etc.). ¿Ha cambiado también de alma? ¿Han quedado resueltos algunos de los problemas básicos que atávicamente han afectado al país?: ignorancia, falta de espíritu cívico, carga de envidia y de agresividad, la reforma agraria, la cuestión sanitaria, carencia de investigación, presión oligárquica, corrupción, etc.

R.- Los dos puntos primeros de su cuestionario mezclan la temática. Por ello, al dar respuesta al primero también he contestado parcialmente el segundo.

Debo añadir, para completar mi punto de vista, que, efectivamente, como tituló mi buen amigo Waldo de Mier uno de sus mejores libros: “España ha cambiado de piel”. De la España zaragatera y triste a la España que Franco acaudilló, hay, sin duda, un abismo. Todas las realizaciones concretas que Vd. apunta, y otras más, son ciertas.

No acepto, sin embargo, la contraposición que Vd. hace entre el “cam­bio de piel” y el “cambio del alma”, pues en este caso la piel nueva no es fruto de un trasplante realizado por un experto en cirugía estética, sino de una “metanoia”, de un cambio profundo de actitudes y comportamientos íntimos. El cambio de piel, la aparición de una epidermis sonrosada, limpia, que transparenta salud, no fue por superposición o añadida, sino alumbrada y hecha realidad de dentro hacia afuera. ¿Que hubo aspectos negativos? Evidente. Son propios de cualquier empresa humana que, por serlo, está hecha por hombres, que son imperfectos. La misma santidad es fruto de la purificación, y, por tanto, de un ascetismo inmaculante.

El grupo político que yo represento, y que es fruto de una corriente de opinión nacida en el año 1.966, quiso levantar una bandera de lealtades frente al progresivo alejamiento oficialista de los Principios ideológicos del Estado. Es decir, que nosotros, que jamás fuimos aduladores y que no somos ahora demoledores, reconocemos la existencia de aspectos negativos en la trayectoria del Régimen. Nuestra postura, que algunos hombres del gobierno calificaron entonces de contestataria y que provocó dos querellas contra mí ante el Tribunal Supremo, amén de varios secuestros de nuestra revista semanal, era fruto de la fidelidad y nunca del resentimiento.

Vd. enumera algunos de los aspectos negativos. Con toda sinceridad estimo que el de la ignorancia -a niveles populares y por lo que hace referencia a la cultura básica- ha sido resuelto; el espíritu cívico aumentó de for­ma visible, aunque ahora estemos en período regresivo por el asco y la postu­ra egoísta a que conduce la caótica situación actual; la envidia uno de nuestros pecados personales- más que un aspecto negativo de la obra de Franco es un aspecto negativo del hombre concreto, que sólo puede superarse con una do­sis de humildad y otra de sentido común; la agresividad se superó ampliamente, aunque hoy retorne, por el clima de inseguridad en que vivimos; la reforma agraria se hizo en gran parte, no quitando las tierras a sus propietarios -que eso, a veces, no es reforma, sino robo-, sino aumentando su productividad, creando nuevos regadíos, estableciendo la concentración parcelaria, creando los huertos familiares y viviendas en el campo, y consiguiendo para nuestros productos agrícolas y sus derivados colocación amplia en los mercados exteriores; la cuestión sanitaria tuvo atención preferente y múltiple, a través de diversas instituciones públicas y privadas, que llevaron a la desaparición de enfermedades endémicas, como el tracoma, a la creación de una red hospita­laria y asistencial excelente, a la disminución de la mortalidad, a la prolongación de los años de vida, y hasta al aumento de estatura; la investigación -aunque estimulada- es cierto que no tuvo logros espectaculares, pero la investigación no se improvisa y puede, además, no tener relieves importantes cuando se inicia con retraso y se pretende alcanzar a naciones mucho más ricas y que comenzaron mucho antes la tarea; la presión oligárquica ha existido, evidentemente, como existe, incluso con mayor fuerza y dominio en la política, en países no sólo occidentales, sino de configuración marxista. El caso de la introducción de la Coca-Cola en China continental, después de reanudar sus relaciones diplomáticas con los Estados Unidos, revela hasta dónde alcan­za la presión de la oligarquía financiera internacional. Esa presión, que mu­chas veces amenaza y ahoga, reduce hoy la soberanía de la llamada Europa libre; en cuanto a la corrupción, habría que distinguir entre la que haya exis­tido y la que se ha imaginado para difamar al Sistema y a sus hombres, con finalidad política, y la que crea la fantasía de los que asumen esa “carga de envidia” que Vd. mencionaba. Por otra parte, habría que aclarar si la corrup­ción incidía o no incidía en las instituciones públicas, porque sólo de la primera, o mejor, de no haberla corregido y sancionado, será directamente responsable la Administración.

 

P.- Intriga e invita a reflexión el hecho de que el general Franco se mantuviera en el poder, con carácter personal y absolutista, durante casi cuatro décadas. ¿A qué atribuiría usted que tan larga permanencia fuera posible? ¿A que era, el general, un caudillo nato, carismático? ¿A la flagrante inoperancia de las fuerzas de la oposición? ¿Al apoyo oficial de la Iglesia? ¿A que el pueblo español estaba mayoritariamente satisfecho con el Régimen establecido al término de la guerra civil? (¿O fueron otros los motivos determinantes?).

R.- A mí no me intriga y casi no me invita a la reflexión el tema por Vd. planteado. La reflexión se produce como consecuencia de una duda y se hace preci­sa ante algo que no se ve con claridad. Yo no tengo esa duda y contemplo la cuestión sin nebulosas. Franco tipificaba al hombre español sin prejuicios ni odios. Se ganó el cariño del pueblo. El pueblo le quería y le quiere aún más ahora, que ha muerto y compara y como dice Vd. muy bien, sin rencores ni utopías, estaba mayoritariamente satisfecho. La identificación de un pueblo con quien le encabeza es la única explicación de las casi cuatro décadas de caudillaje, y no de poder personal y absolutista, que los hechos históricos demuestran que es, entre tantas afirmaciones estúpidas, una más.

 

P.- ¿Cree usted que el general Franco respetó los “derechos humanos”, o que los violó de forma sistemática, implacable y cruenta

R.- Franco, por cristiano auténtico y por militar de formación puritana, respetó los “derechos humanos” y en muchas ocasiones pudo hasta confundir la mi­sericordia con la debilidad. Recuerde las consecuencias graves para España de la conclusión del proceso de Burgos.

 

P.- El general Franco habló con obsesiva insistencia de la “Unidad de los hombres y de las tierras de España”, ¿cree usted que los españoles estamos ahora más unidos que en 1.936, o detecta usted indicios de divisiones igualmente profundas?

R.- Hablo así recogiendo la fórmula de José Antonio Primo de Rivera, que ofreció su sangre martirial y joven para que no se vertiera más sangre en contiendas civiles entre españoles. La reconciliación, el perdón y hasta el olvido del trauma de nuestra guerra se habían logrado. La vuelta a empezar que supo­ne la liquidación del Estado del 18 de julio, de la Victoria conseguir por unos españoles y de la paz ganada para todos, no me hace detectar, sino presenciar divisiones, que pueden ser profundas y que en algunas comarcas españolas están produciendo asesinatos brutales y continuos que, ante la inoperancia y pasividad del Estado, pueden dar origen a una legítima defensa apoyada en la legitimidad del derecho humano a la vida.

 

P.- El general Franco, como dije al principio, se ve sometido a un implacable análisis crítico, como terribles acusaciones lo mismo en lo atañente a su persona que a su obra. Usted da muestras de considerar que todo ello es una calumnia y continúa defendiéndole con una lealtad que no deja de causar favora­ble impresión incluso entre muchos sectores discrepantes de “Fuerza Nueva”. Ahora bien, ¿cómo justificaría usted que el desmantelamiento de las instituciones legadas por el general Franco se haya producido con tanta rapidez? ¿Puede una obra realmente sólida desmoronarse como un castillo de naipes?

R. – En primer lugar, la obra de Franco no se ha desmoronado como un castillo de naipes. Usted hablaba al principio de la “piel” y del “alma”. Desde luego que la piel del ordenamiento constitucional de la época de Franco ha sido arrancada, y de continuar, así las cosas, se tratará de destruirla por comple­to. Pero el alma del Estado nacional y social del 18 de Julio, la filosofía política del mismo, no sólo no se ha desmoronado, sino que gana fuerza por momentos.

Por otra parte, no olvide que mi lealtad a Franco no es una lealtad sólo a la persona, o la lealtad de quien le debiese favores personales, sino la lealtad al símbolo, a lo que él -pese a los aspectos negativos- simboliza para España y para los hombres y los pueblos que desean ser libres y soberanos. No he estado en el círculo de las amistades de Franco. No he tenido puestos de alta responsabilidad en sus gobiernos. He vivido de mi trabajo profesional, que he realizado en un ambiente pacífico que el Régimen creó. Sólo cuando desde mi vida diaria comprobé que el intento de deshacer una obra, que yo entendía consustancial con mi Patria, había empezado a tener éxito, abandoné la lámpara de mi propia celda -lo que le aseguro no es precisamente cómodo- y acudí a la batalla en el instante menos provechoso, cuando la deserción in­terna y la presión foránea eran ya tan fuertes que sólo la fe desnuda podía darnos la entereza necesaria para luchar por un Estado, cuyos directores parecían empeñados en disolverlo.

 

P.- El general Franco ha sido llamado “campeón de la milicia del cielo y de la tierra” (diario Arriba); “Gran Arquitecto” (Juan de Ávalos); “regalo que la Providencia hace cada tres o cuatro siglos” (Carrero Blanco); “el enviado de Dios” (Millán Astray); “La estilográfica más poderosa de España” (Giménez Caballero); “nuestro señor en la tierra” (Pilar Primo de Rivera), etc. Resumiendo, un culto a la personalidad comparable al que recibieron Hitler, Stalin, Mao-Tse-Tung, etc. ¿Cree usted que en el caso del general Franco dicho culto perjudicó su visión objetiva de la realidad, o considera usted que el Caudillo hacía caso omiso de tan desmedidos elogios?

R.- Franco era, por lo que pude observar en las escasas oportunidades que pude hablar con él, sencillo, afectivo y hasta tímido. Su timidez le obligaba a comportarse de un modo seco, cuando en el fondo la aparente frialdad era un escudo que velaba sus sentimientos.

A un carácter de este tipo, esas frases le harían reír, y en los casos que Vd. cita estimo que no trataban de hilvanar un culto idolátrico a la persona, sino que expresaban, quizá con exageraciones emocionales del momento, la admiración por un hombre de excepción, dígase de él lo que se quiera.

 

P.- ¿Qué opinión le merece la política internacional que, a lo largo de su mandato, llevó a cabo el general Franco? El hecho de que consiguiera vencer (superar) el bloqueo impuesto al Régimen español al término de la II guerra mundial, y que posteriormente estableciera relaciones diplomáticas con los países más importantes del mundo, ¿cabe atribuirlo a su habilidad y sentido político o a una conjunción de circunstancias favorables, ajenas a él (como pretenden algunos historiadores)? ¿Y cómo explica usted que, excepto su via­je a Portugal, no saliera jamás de España, ni siquiera para visitar los “paí­ses hermanos” de América?

R.- Uno de los grandes aciertos de Franco fue su política exterior. Sólo la paciencia, sumada al celo por la causa, hizo posible lo imposible: que los vencedores de la guerra mundial, que con notable injusticia nos colocaron en­tre los vencidos, sin haber participado en ella, rectificaran su error. Si hubo o no circunstancias favorables para el éxito de Franco, no es ésta la oca­sión de entrar en un análisis que nos llevaría muy lejos. Pero la verdad es que colocar la nave allí donde la corriente la conduce a buen puerto, es tam­bién un signo de habilidad de quien la pilota.

Que Franco -salvo su salida a Portugal- no recorriera el mundo, argu­ye hasta el límite la solidez de su política internacional. La moda de los viajes continuos de los jefes de Estado -y advierto que hablo de la política viajera, no del acierto de algunas visitas concretas al exterior- prueban una de estas dos cosas: la homologación en el campo del turismo oficial o la des­confianza en la habilidad del cuerpo diplomático.

Cosechar en el área exterior triunfos ostensibles, sin tener que ir con la maleta al hombro -sin moverse de casa-, esperando a la puerta a los embajadores en regreso, no es sólo una victoria moral, es, a otros niveles, un ahorro de divisas.

 

P.- ¿Cree que la democracia que se está configurando en España puede ser beneficiosa para nuestra nación, o detecta en ella indicios que pueden resultar corrosivos para nuestra convivencia y nuestra deseable grandeza?

R.- Lo que se está implantando en España no es una democracia. So pretexto de devolver libertades, nos hemos quedado sin auténtica libertad. So pretexto de reivindicaciones sociales, los trabajadores han perdido las conquistas socia­les del Estado del 18 de Julio y el paro crece cada día. So pretexto de reformar las estructuras económicas, se está arruinando la economía. So pretexto de acabar con la violencia, puede contabilizarse el asesinato y los cien delitos de cada día. So pretexto de reconocer la variedad de los pueblos de España, se rompe la unidad de la nación. So pretexto, en fin, de una reforma, que como depuración y perfección siempre resulta necesaria, se ha dilapidado el patrimonio moral y material recibido y creado con esfuerzo admirable.

Todos los indicios -y no solamente algunos- que son ya amargas reali­dades, resultan descaradamente corrosivos, no ya para la deseable grandeza, sino para la imprescindible convivencia de los españoles.

La España que encontró Franco en 1.936, podemos volver a reencontrarla ahora. Algunos españoles que no le comprendieron, comienza, al contemplar lo que Vd., llama democracia, a explicarse las razones que le movieron a configu­rar otra democracia diferente, perfectible, sin duda, pero muy distinta de la que hoy padecemos.


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