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Capítulo 1. Primera parte
Es innegable que Franco, liderando el alzamiento militar de Julio de 1936, dio un golpe de estado. Pero no fue el primero en darlo, pues el PSOE de Largo Caballero ya había herido a la República de muerte, desacatando sus leyes y agitando la calle en su contra. Largo Caballero no ocultaba sus planes de instaurar un régimen totalitario, (p.ej., su discurso de Febrero de 1936 incitando a “Destruir la República burguesa”), bajo un lema, (hoy afortunadamente olvidado, pero entonces omnipresente), provisto de un aura de sacrosanta impunidad; “La Dictadura del Proletariado”. Una meta que había justificado la quema de las Iglesias, la compra y entrega de armas a los mineros asturianos en 1934, y la posterior huelga, y el alzamiento general contra la República ese año en Asturias y Cataluña. Alzamiento que fracasó después de que los mineros asturianos hubiesen asesinado a miles de personas, y destruido y quemado lo que pudieron, que no fue poco.
No, el PSOE de Largo Caballero no fue un bastión de la segunda República, si no todo lo contrario. Como ya he señalado, Largo veía a la República como un invento burgués que debía, o bien someterse a los designios del proletariado, interpretados en exclusiva por el PSOE, (pues el PCE entonces era pequeño), o bien, dar paso a su dictadura.
No es necesario extenderme en justificar aquí esas afirmaciones, que pueden ser constatadas fácilmente. Baste decir que el estado contra el que Franco se alzó, el de la Segunda República, era solo el pellejo de un bello sueño con el que se disfrazó un frentepopulismo que consideraba la democracia una entelequia burguesa, y que estaba completamente decidido a imponer su gobierno por la fuerza.
En cambio Franco, aunque monárquico declarado, sí fue un leal defensor de esa segunda República antes de que fuera secuestrada por el frentepopulismo, sirviéndola en diversas posiciones de confianza, y llegando a ser jefe del Estado Mayor del Ejército.
En 1934 recibió el encargo del gobierno de la República, de contener la revolución minera en Asturias y lo hizo de forma rápida y eficaz. El frente populismo, dirigido por el PSOE, pero ahora secundado por el Partido Comunista, que se erguía como segunda fuerza en el frente popular, denunció esa contención como feroz represión, inventando una serie de ejecuciones y crímenes que nunca se cometieron.
Aunque la República dictó una serie de sentencias de muerte a los responsables de esa revolución, el gobierno las revocó, dejando libres a los responsables y líderes de la revolución, en un intento de aplacar al desbocado frente populismo, que usó la pretendida represión por la revolución de 1934 para deslegitimar a la República como representantes del “proletariado”, ente supremo cuyos intereses, quedaba demostrado, que esta no podía defender.
Los elementos más moderados del PSOE como Indalecio Prieto y Julián Besteiro, se vieron completamente desbordados por comunistas, anarquistas y el propio sector revolucionario del PSOE liderado por Largo Caballero. Estos, decididos a asumir el poder directamente, no ocultaban sus planes para finiquitar a una República que consideraban burguesa, y por tanto enemiga de “los trabajadores”. De nuevo, estas
afirmaciones son fácilmente constatables en libros de historia o pinacotecas, así como también los detalles de esta etapa final de la segunda República.
Estos acontecimientos causaron crisis en el ejército, que se dividió en dos bandos; uno dispuesto a rebelarse contra los desmanes de los usurpadores de la República y otros que se sentían obligados a mantenerse leales a esa República a pesar de todo. Al estallar la guerra civil la mayoría de los oficiales y tropa, (más del 80%), se mantuvieron fieles al gobierno de la República.
La toma de posiciones a partir de los sucesos 1934, y de la radicalización revolucionaria del frentepopulismo, fue rápida, y a principios de 1936 los generales rebeldes dirigidos por el general Mola tenían articulada su estrategia y un plan de alzamiento militar. Los rebeldes constituyeron la Junta de Defensa Nacional, integrada por los generales Mola, Cabanellas, Saliquet, Ponte y Dávila, y los coroneles Montaner y Moreno.