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José Alfredo García Fernández del Viso
Nuestra cruzada se encuentra jalonada de hechos valientes y heroicos, prevaleciendo para la historia varios de ellos. Como no, en la mente brota rápidamente el crucial, la liberación del Alcázar toledano. Sin embargo sin desmerecerlo existieron otros muchos, dónde grupos de patriotas, de españoles hicieron frente a la sin razón y a la ignominia haciéndose fuertes, costase lo que costase. Uno de estos hechos, fue la resistencia del cuartel del Simancas en Gijón (Asturias).
En el año 1936 Gijón era ya la ciudad más poblada de Asturias, una gran urbe con barrios aledaños, todo ello jalonado por una incipiente y arcaica industria. Destacaba el barrio conocido como “el coto”, una zona elevada de la ciudad sobre la playa de San Lorenzo, dónde las vistas fueron y son magníficas.
Es precisamente aquí donde un antiguo colegio de jesuitas se convierte en cuartel militar. Corría el triste año de 1934 cuándo Gil Robles, a la sazón ministro de la Guerra, ordena la transformación del antiguo edificio escolar en centro militar, alojando en su interior al regimiento de infantería de montaña “Simancas”, número cuarenta.
Esta dependencia militar cohabitaba prácticamente con otro centro castrense. Apenas 100 metros separaban uno del otro, se trataba del cuartel de zapadores de “el Coto”.
Los años discurridos entre el levantamiento patrio nacional y la revolución de octubre son difíciles en Asturias. Los mineros encuadrados en los partidos y organizaciones de izquierdas campan a sus anchas, más si cabe tras la blandenguería demostrada desde el gobierno radical-cedista hacia los autores de la intentona golpista de octubre de 1934.
Tras la victoria frente populista en febrero de 1936 los acontecimientos se precipitan de un modo notable. La revolución es ya patrocinada sin tapujos desde la propia República, lo que conlleva irremediablemente al pueblo español a resurgir de sus cenizas, a plasmar esos principios serenos y valientes, los cuales conformaron nuestra historia partiendo de las raíces cristianas.
El alzamiento del 18 de julio actúa como banderín, era el resorte necesario para despertar del letargo a una sociedad española adormecida y en muchos casos acobardada. En Asturias, será el coronel Antonio Aranda quien haciendo caso omiso a las autoridades republicanas, tomará el mando de las operaciones libertadoras desde Oviedo.
Al unísono, al toque de clarín, se suma la guarnición de Gijón con el coronel Antonio Pinilla Barceló al frente. Los dos batallones de la ciudad astur se sitúan al lado de la patria, no dudan, no vacilan ni un instante. Su juramento en pos de España, es llevado por fin a la practica. Sin embargo, la muchedumbre gijonesa está armada, todos los útiles de guerra concienzudamente escondidos tras la revolución de octubre salen a la luz. Una masa ingente de izquierdistas ataviadas de mono azul con caras rabiosas intentan frenar el golpe, con el único propósito de acabar con los dos acuertelamientos existentes en la ciudad.
Cuatro días después del Alzamiento Nacional estas mismas masas se dedican a detener a cuántas personas de filiación distinta a la suya se les antoja, tanto del ámbito religioso como político. Es así como al poco tiempo fusilan a 116 personas cuyo único delito fue amar a España y a Jesucristo ¡gran falta entonces! Mientras los transportaban en camiones hacia el martirio las frases más comunes, muchas de ellas pronunciadas por milicianas eran de este son; “queremos sangre para hacer morcillas o ¿lleváis cerdos para matar?”
A continuación su obsesión es aniquilar las formaciones militares, por ello los frente populistas piden ayuda a mineros y sobre todo a la armada, para desde la costa intentar lanzar duros ataques contra los sitiados.
Lo que en un principio según fuentes izquierdistas iba a ser “cuestión de horas” se transforma en días, en realidad, largos días.
Efectivamente los ataques se suceden, el día 29 de julio desde la batería antiaérea de Santa Catalina comienzan un bombardeo intensísimo. Los sitiadores incendian el edificio, así como el de zapadores, llegando a construir un túnel por debajo del Simancas, para de esta forma con la ayuda de mineros volarlo literalmente por los aires. Sin embargo la defensa es heroica, Gijón se convierte en una nueva Numancia y el enemigo no puede, lo intenta con toda la saña posible, pero los sitiados encomendándose a la patrona gijonesa, la virgen de Begoña, frenan cualquier atisbo de flaqueza.
Las tropas nacionales parten desde Galicia para socorrer a Asturias, pero el camino se convierte en lento y pesado, debido a la resistencia existente en numerosos pueblos, por lo que no consiguen acercarse a la región astur en tiempo para él auxilio.
Dentro del “Simancas” la situación es angustiosa, faltan alimentos, el agua poco a poco comienza a no ser potable, son momentos durísimos. Mediante una emisora los sitiados dan la voz de alarma al resto del ejercito nacional; “no podemos más”. Es cuándo ante tal situación, llega a Gijón un crucero de la armada nacional, el Almirante Cervera, el cual a través de sus cañones intenta mitigar el sufrimiento de los bravos patriotas.
Gijón poco a poco se convierte en una ciudad fantasma. Los bombardeos son incesantes, ante lo cual, la población huye hacia zonas rurales, mucho más tranquilas en comparación con los focos urbanos.
La situación al paso de los días es límite, los heridos dentro de los dos cuarteles se multiplican, siendo cada vez menos luchadores frente a los izquierdistas. Así las cosas a mediados de Agosto se inicia una gran batalla por el control del cuartel de zapadores de El Coto, el cual tras impedirlo por todos los medios es entregado al enemigo el día 16 de agosto de 1936. Los pocos supervivientes del mismo se refugian en el Simancas, dónde la situación es parecida al mencionado cuartel de zapadores, ya en poder de republicanos.
Esta victoria en parte, les daña la moral a los sitiados, mientras sitiadores todo lo contrario, realizan un llamamiento a las cuencas para el envío de más mineros.
Las bombas son continuas, sus cuatro paredes comienzan a flaquear con multitud de agujeros, Simancas está a punto de capitular. Desde fuera acercan a las mujeres e hijos de los sitiados para que depongan su actitud bajo pretexto de fusilamiento inmediato para sus seres queridos. Sin embargo, no capitulan, la patria está por encima de todo, incluso de sus familias.
El día 21 de agosto se convierte en insostenible. Los republicanos con mejores armas y más hombres someten al cuartel a un cañoneo de artillería de diferentes calibres, a la vez de explosiones en sus muros por medio de la dinamita minera. Todo comienza a derrumbarse.
Ante ello los bravos sitiados se ven obligados a salir al patio exterior, siendo reunidos por el coronel Pinilla para indicarles el final ya que la situación es crítica. Sin armas, sin hombres, sin comida y sin agua, soportando tal fuego enemigo era imposible continuar.
A última hora de la tarde del día 21 por un gran agujero en el muro principal comienzan a entrar milicianos. Los combates son ya cuerpo a cuerpo, con la bayoneta calada. Las escenas dantescas, unos al grito de ¡Viva Rusia!, los de dentro enforverizados entregando la vida al Altísimo al grito de ¡Arriba España!.
Y llega el momento culmen de la heroicidad. El oficial de comunicaciones nacional del Simancas logra hacer funcionar uno de los aparatos de transmisión indicando al crucero Almirante Cervera lo siguiente: “el enemigo está dentro, disparad contra nosotros”.
¡Qué heroísmo! ¡Qué valentía! . Ante la derrota inminente, anteponen sus vidas para intentar salvar el glorioso movimiento nacional.
Poco se pudo hacer desde “el Cervera”. Los milicianos eran muy superiores en número, con lo que a última hora de la noche del día 21 de agosto de 1936 él Simancas pasaba a formar parte de las huestes republicanas, resistiendo en esos momentos la capital astur el envite republicano, también otro ejemplo de heroicidad.
La historia así fue, guste o no. Unos pocos idealistas se lanzaron a la recuperación de los valores y de los principios, en definitiva a la recuperación de España, mientras otros, rabiosos, emergieron con toda su furia para su destrucción. Los gritos antagónicos de ¡Viva Rusia! y ¡Arriba España! lo reflejan bien a las claras.
Cómo supieron morir con Gloria los héroes de Simancas
La gloriosa gesta de los heroicos defensores de Simancas, contada por uno de los supervivientes, el teniente de navío e ingeniero naval don Ángel Riva Suardíaz, que se presentó en el cuartel desde el primer momento y del que salió herido cuando la horda penetró en el recinto calcinado y agujereado por la metralla, escapando milagrosamente con vida.
La heroica defensa
El mando pudo comprobar que en la calle no había fuerzas adictas al glorioso Alzamiento. Los rojos dominaban en toda la ciudad. El cuartel de Zapadores, no muy alejado del de Simancas, tampoco era hostilizado. Toda la furia marxista se concentraba sobre el de Simancas. Este cuartel se comunicaba por heliógrafo con el de Zapadores, y éstos con Aranda por “radio”.
Mandaba las fuerzas del Simancas el coronel Pinilla, quien pidió el envío de aviones y barcos de guerra. No se hizo esperar el auxilio. Llegaron tres aviones y el “Almirante Cervera”. Un trimotor comercial rojo apareció también lanzando unos explosivos que no hicieron efecto alguno, pues lanzaba dinamita y la dinamita para los soldados no tenía la menor importancia. Pero después el aparato rojo vino con bombas. Un día arrojó cien.
Se les unen los Zapadores
Empezó a ser atacado también el cuartel de Zapadores. El día 16 éstos se pasaron al cuartel de Simancas, en un total de 110 hombres. El teniente coronel y el comandante retirado Jareño llegaron heridos. Figuraban entre los pasados los tenientes jijonenses Alfredo Vega, Díaz Acebal y García Rendueles. El coronel del Simancas redactó una orden saludando a los heroicos defensores del cuartel de Zapadores. Este cuartel era destruido a cañonazos por la horda creyendo que estaba lleno de gente.
El día 21 de agosto el cuartel quedaba convertido en ruinas, custodiado por los cadáveres de los jefes, oficiales, clases y soldados que supieron hallar muerte gloriosa en la heroica defensa. Presentóse el capitán Hernández del Castillo diciendo:
-“Quedó destruido el calabozo en que estuve arrestado. Estoy a disposición del Ejército por si algo puedo hacer.”
Se le mandó arrestado a un refugio.
Se agravaron los últimos momentos de la resistencia. Los rojos entraban ya en el cuartel. Se acuerda enviar al “Cervera”, que se hallaba frente a Gijón, la siguiente orden:
“Disparad sobre nosotros. Los rojos están dentro del cuartel.”
El “Cervera” pide se lo manden en despacho cifrado. La respuesta fue espartana:
“Ya no tenemos tiempo. Fuego.”
Y sucumbieron los restantes defensores de Simancas.
(ABC, 23 de agosto de 1938)
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