Un poco de historia, inquietudes, fe y esperanza, por Pedro González-Bueno

Pedro González-Bueno Benítez

Dr. Ingeniero de Minas

Revista Afán

 

La Humanidad lleva tiempo, a pesar del espectacular progreso tecnológico, mostrando en su cansancio e inconformidad, su rebeldía, lo que a su manera, y también con fuerza, parece manifestar la Naturaleza.

Europa dejó de ser el espejo en el que se miraba el mundo, espejo que alumbrado por Grecia, Roma y España marcó el paso de la Historia durante siglos. Las dos últimas guerras mundiales no resolvieron los problemas que las motivaron y por el contrario dejaron latentes los mismos problemas que las desencadenaron; la primera, dejó  patente la rotura de Europa y no apagó el odio entre naciones vecinas, y la segunda sustituyó la barbarie del nazismo por un reforzado poderío criminal comunista, cediendo Europa a los Estados Unidos la antorcha de liderazgo en el orden mundial.

Los hombres, de igual manera que las naciones, en los momentos de peligro o desconcierto, claman por la unidad. Y así ha sido y así será. Pero la unidad, esa palabra que tanto se proclama, es una palabra hueca si no existe, si no se define aquello que une, aquello con lo que comulgan a quienes se convoca.

Sobre la primera búsqueda de la unidad de Europa, me remito a lo que con su lúcida brillantez dijo sobre este tema José Antonio Primo de Rivera en su discurso en el Teatro Calderón, en  Valladolid el 3 de marzo de 1935: “Destruida Roma empieza (una época) como un barbecho histórico. Luego empiezan a germinar brotes de cultura, las raíces de la unidad van prendiendo por Europa. Y llega el siglo XIII, el siglo de Santo Tomás. En esta época la idea de todos es la “unidad” metafísica, la unidad en Dios; cuando se tienen estas verdades absolutas todo se explica, y el mundo entero, que en este caso es Europa, funciona como la más perfecta economía de los siglos. Las Universidades de Paris y de Salamanca razonan sobre los mismos temas en el mismo latín. El mundo se ha encontrado a sí mismo. Pronto se realizará el Imperio español, que es la unidad histórica, física, espiritual y teológica.”

Y de ese Imperio, forjado en la “unidad en Dios”, podemos hoy enorgullecernos de lo que dice Borja Carlús (ABC 19.09.1921) refiriéndose a, nada menos, que a : trescientos años de paz Española: Es notable observar que todo lo sólido que hay en Iberoamérica proviene de esa época: el casco histórico de las ciudades creadas por España, las universidades y colegios, la red hospitalaria, la lengua, la religión, la cultura uniforme, … el fruto de años de aplicación de las Leyes de Indias, de prospera tranquilidad y de mestizaje”.

Algo más de dos siglos de abandono de los Principios y Valores  que alumbraron a los pujantes Virreinatos, llevaron a toda  la América Hispana a su ruina moral y material, agravada hoy en día por su desvarío indigenista, siendo  posible este, el último paso en un proceso de auto destrucción.

Europa, adentrado el siglo XVIII, inicia una nueva era con la Revolución Francesa y la Revolución Industrial en Inglaterra, que se producen casi simultáneamente, y surgen en el espectro socio-político nuevas ideologías, el liberalismo, el capitalismo y el socialismo, que conducen, ya en el siglo XX a dos formas de gobierno: la democracia y el comunismo, que lo único que tienen en común es su olvido de Dios. Y hoy sorprendentemente , es bajo estos dos sistemas políticos donde se encuadran, con sus particularidades, prácticamente todas las naciones de este mundo globalizado.

Hemos despreciado, mejor dicho, condenado, lo mucho bueno que la Humanidad elaboró con esfuerzo y generosidad a lo largo de siglos; principalmente ese gran tesoro que supone la obra realizada bajo el signo de la Fe, del manto cultural de lo que entendemos como Civilización Cristiana, de la que España fue su abanderado sin fallo ni traición, a lo largo de su Historia.

Pero es España la que en el siglo XX, ajena a las corrientes políticas imperantes en el mundo, después de derrotar al comunismo en el campo de batalla, crea bajo la misma Fe el Nuevo Estado, revolucionario en lo social y fundamentado en los mismos principios, valores, y tradiciones, que la hicieron la nación más poderosa del mundo durante siglos. Y es en esos casi cuarenta años que transcurren entre el día de la Victoria de la Cruzada el primero de Abril  de 1939 y la muerte de Franco el 20 de Noviembre de 1975, en los que España se encuentra a sí misma, vuelve a su ser, dando ejemplo como entonces, de unidad y de buen gobierno, de paz, prosperidad, justicia y dignidad.  España en esos años vuelve a ser faro, pero, sin el poderío de tiempos pasados, su luz se pierde en la oscuridad que nubla a un mundo  que arde en guerras,  colonialismos racistas, revoluciones y genocidios, bajo ideologías anticlericales y materialistas.

Y es a mediados del siglo pasado, en plena guerra fría entre los vencedores de la IIGM, cuando  6 países europeos, en busca de perpetuar la paz en Europa y hacer frente al reto de un mundo cada vez más globalizado, firman el Tratado Constitutivo del Carbón y del Acero (CECA) – comunidad con fines socio-económicos-, origen de lo que es hoy la Unión Europea.

Y hoy estamos en el desarrollo de ese ambicioso y complejo proyecto de unión, de la mayoría de los países de Europa, con la dificultad que supone esa unión sin la comunión en ese algo superior, trascendente, necesario siempre que se habla de la unidad de naciones.

Vivimos tiempos de incertidumbre, las naciones buscan su encaje en el puzzle mundial, puzzle que hace tiempo dejó de limitarse a lo territorial, y todas lamentablemente con un alto grado de corrupción nefasto, por no decir mortal, compañero de viaje, para cualquiera acción de gobierno.

¿Y… España?. Hoy voy a puentear el calvario que vivimos bajo la dictadura de Pedro Sánchez, dando por hecho que tendrá un próximo fin, y pensar en la España que tendrá que resurgir de las cenizas a que quedará reducida tras estos ignominiosos tiempos que vivimos. El sacrificio y esfuerzo de las generaciones llamadas a tan colosal tarea, son los mismos con los que aquellas  se enfrentaron en los años 40 y siguientes del siglo pasado. Pero mi inquietud radica en ¿qué motivará a esas generaciones?, o dicho de otra manera, ¿qué España aspiran a construir?. Las generaciones de entonces teníamos muy claro por lo que luchábamos, era un objetivo que Franco sintetizó en un discurso en Barcelona en el año 1957; lo que llamamos voluntad de Imperio, (expresión, hoy, no al alcance de todos) y eso ya no es posible.  Los tiempos y las circunstancias han cambiado; España pertenece a la Unión Europea, a la que irremisiblemente seguirá perteneciendo en el futuro, unión que supondrá pérdida de independencia y sometimiento a normas de la Unión, pero que en ningún caso deberían afectar a las señas de identidad que la hicieron única y sobresaliente.  “A partir del siglo XVI las naciones nacionalizan la religión, a diferencia de las naciones católicas que no tienen religión nacionalizada, en las que el Jefe de Estado de esa religión está en otro sitio” (Elvira Roca Barea), entre las que se encuentra España, hecho diferencial que se hace patente en el espíritu que iluminó al pueblo español, cuando alcanza sus momentos de esplendor, siendo ejemplo de buen hacer en el mundo.

Los que luchamos hoy en defensa de la España Inmortal – recientemente vivida en la España de Franco-, lo hacemos como entonces, unidos en la Fe y con el fin de que esa llama, espíritu que alumbró la Hispanidad, no sólo no muera si no que brille, si cabe con más luz, para que ilumine a las generaciones que van a vivir situaciones cruciales de esta nuestra gran nación que es España. Así sea.

 


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