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Enrique de
Aguinaga
Centro
Cultural de los Ejércitos, Gran Vía, 13, Madrid
Miércoles,
8 de marzo, 2017, 19:00 h.
Primera estación. En la
que Julián Marías nos echa dos manos
Julián Marías (1914-2005)
escribe hace ya veinte años (1996):
¿Cómo sería posible la
monstruosa falsificación de la Historia
reciente a que estamos sometidos, si no se encargaran de ella los
que no la han vivido ni conocido ni quieren
conocerla?[1]
Hay que partir de la
situación: vivimos inmersos en la mentira. El filósofo Jean François Revel, a finales del siglo pasado, introduce una idea contundente que se ha convertido en
referencia obligada. Dice Revel:
La primera de todas las fuerzas que
dirigen el mundo es la mentira. La civilización del siglo XX se ha basado, más
que ninguna otra antes de ella, en la información, la enseñanza, la ciencia, la
cultura; en una palabra, en el conocimiento, así como en el sistema de gobierno
que, por vocación, da acceso a todos: la democracia[2].
Como recuerdo vivísimo, en sus memorias, cuenta
Julián Marías:
Un día detrás de la puerta del
comedor de la casa de Hortaleza, protegidos por ella, mi hermano y yo, nueve y
seis años, hicimos una solemne promesa: no mentir nunca…por mi parte la hice
con una seriedad que no se creería posible a esa edad y que había de condicionar el resto de mi
vida[3].
Noventa y cuatro años
más tarde, su hijo Javier, como un
retruécano provocativo, escribe un artículo que titula “Juro no decir nunca la verdad” para atribuir esta
decisión a
colectivos entregados al engaño
sistemático y perpetuo…colectivos que se encuentran, sobre todo, en el mundo de
la política, en el que un empeño como el de mi padre sería impensable…de hecho
se da por descontado que todos los políticos mienten y engañan y que no les queda más remedio. En
consecuencia, se les presupone un alto grado de falsedad: va en el oficio[4].
En la copiosa
colaboración periodística de Julián
Marías abundan los artículos fieles a su juramento infantil, como “La
vegetación del páramo”, “Una modesta versión de la leyenda negra”, “La
desfiguración del pasado”, “¿Por qué
mienten?“, “La realidad y sus máscaras”, “Vivir contra la verdad”, “Verdad y
mentira”, “Defensa de la verdad”, “Monederos falsos”, “Rebelión contra la
mentira”, “Impunidad de la mentira” o “La verdad os hará libres”.
Tres muestras de su
contenido:
1. El
ámbito preferido de la falsificación actual es la Historia, que se
distorsiona, falsea o simplemente
inventa con casi total impunidad[5].
2. Se
ha hablado en estos días de don Niceto
Alcalá Zamora, con respeto y admiración…pero se ha ocultado púdicamente que
fue despojado, injusta e ilegalmente, de la Presidencia de la Republica…y que
estuvo en grave peligro en ambas zonas de la guerra civil, lo que le obligó al
exilio[6].
3. Me preocupa indeciblemente que a
los sesenta años del final de la guerra civil, se siga mintiendo sobre ella,
sus orígenes o sus consecuencias[7].
Segunda
estación. En la que se clasifican los modos de mentir
Hay una primaria y
sibilina forma de mentir el pasado, que es la de juzgarlo desde la mentalidad
actual; es decir con ignorancia de las circunstancias y de las concurrencias de
aquel tiempo, de los antecedentes y concomitancias, extraído el pasado de su
contorno de hostigamientos y avatares, sacado de su seno histórico.
Me decía una nieta: Abuelo, que tontos eran los antiguos romanos
que no tenían televisión. Y yo trataba de explicarle que los autores del
Derecho Romano eran muy listos.
Los historiógrafos nos
explican que la visión del pasado con óptica posterior, en cuanto anacrónica,
es aberrante, que el contexto es imprescindible, que lo sucedido sin su propia
salsa es indigesto. Así lo aprendí del catedrático de la asignatura Carlos Seco Serrano, que nos dice: No se puede calificar el pasado desde la
simple mentalidad del presente[8]. Lo escribe en
un artículo, “Los riesgos de un cincuentenario”, en vísperas del aniversario de
la guerra y de la correspondiente declaración del Gobierno socialista, que asume
la historia sin mezquindades ni rencores,
en el seno de la definitiva
reconciliación de los españoles (1986) Hace treinta años. La declaración del
gobierno de Felipe González termina
diciendo:
El Gobierno expresa su convicción de que España ha
demostrado reiteradamente su voluntad de olvidar la heridas abiertas en el
cuerpo nacional por la guerra civil; su voluntad de vivir en un orden político
basado en la tolerancia y la convivencia, en el que la memoria de la guerra
sea, en todo caso, un estímulo a la Paz y el entendimiento entre todos los
españoles.
Para que nunca más, por ninguna razón, por ninguna
causa, vuelva el espectro de la guerra civil y el odio a recorrer nuestro país,
a ensombrecer nuestra conciencia y a destruir nuestra libertad.
Por todo ello el Gobierno expresa también su deseo de
que el 50 aniversario de la guerra civil selle definitivamente la
reconciliación de los españoles y su integración irreversible y permanente en
el proyecto esperanzado que se inició a raíz del establecimiento de la
democracia en la Monarquía encabezada por el Rey Don Juan Carlos, proyecto que
fue recogido en la Constitución de 1978 y fue refrendado por el pueblo español
para el que consagra definitivamente la Paz.[9]
En la aberración del
pasado, hay una variante típica. Aquella que potencia lo anecdótico ocultando
lo categórico. La que suplanta la historia esencial por una sarta de pormenores adventicios. Julián
Marías lo ha visto así:
La pintura que se está sirviendo a
los españoles de una porción sustancial de su Historia es risible, por su
exageración y, no menos, por sus omisiones. Es una extraña mezcla de recuerdos
ampliados de menudencias y olvidos de lo que tuvo importancia[10].
¡Cuántos sarcasmos,
cuantas chanzas, cuantas rechiflas, a
cuenta de la pretendida autarquía de
los años cuarenta, con los gasógenos por bandera! Pero ni una sola palabra
sobre la causa de aquellas hambres y carencias: el acoso y el aislamiento internacional. A mí, que estuve en la plaza
de Oriente (1946), no me lo tienen que contar. La plaza de Oriente fue la más
espontánea y vibrante manifestación. Yo tenía veintitrés años, era pobre y
entusiasta, Allí estuve con Jacinto
Benavente y el doctor Marañón.
Este era el panorama:
En 1944, intento de
invasión guerrillera organizado por el Partido Comunista e introducción del
maquis. Ruptura de don Juan de
Borbón con los manifiestos de
Lausana (1945) y Estoril (1947). Exclusión de la Conferencia internacional de
San Francisco y condena de la Conferencia de Potsdam (Stalin, Churchill y Truman, 1945). Cierre de la frontera
con Francia y repudio de Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia en declaración
conjunta (1946). Condena de la ONU y subsiguiente retirada de embajadores
(1946).
Tienen que pasar cuatro
años para que la ONU revoque su condena y regresen los embajadores (1950),
cuatro años de asfixiante lazareto con un solo objetivo: la derrota de Franco. Objetivo contraproducente,
porque el pueblo, como el toro, se creció al castigo, con su humor desgarrado:
Si
ellos tienen ONU, nosotros tenemos dos.
Por fin, España ingresa
en la ONU como miembro de pleno de Derecho, en 1955, y, en 1959, nos visita y
abraza el presidente de Estados Unidos, general Eisenhower.
Otra broma. En un libro
cercano, teñido de solvencia, se reduce todo el aliento social de un Régimen a
la supuesta anécdota en que, a modo de programa, Franco le dice a Ridruejo:
Hay
que darles a todos los trabajadores una bicicleta[11].
Y ni media palabra de
la implantación de la Seguridad Social, fundamento del Estado de Bienestar:
Seguro de Enfermedad, Seguro de desempleo Magistratura del Trabajo, Ordenanzas
Laborales, Convenios Colectivos, Universidades Laborales, Formación
Profesional…
Pero todo esto no deja
de ser sutilezas, frente a la directa destrucción del pasado como suma de todo mal, sin mezcla de bien alguno.
El periodista Hermann Tertsch, que
ha acuñado el término la mentira
antifranquista, ante la desoladora España de 2015, en su
libro “Días de ira”, se pregunta:
¿Cómo hemos llegado a esta triste y
peligrosa situación?
Y
se responde:
Por la mentira (…) No
haber luchado con eficacia contra esa
mentira [el proyecto totalitario del presidente Zapatero] es un inmenso fracaso nacional que envenenó
definitivamente la relación de la sociedad española con la verdad (…)
porque los pocos conocimientos de nuestros jóvenes radican en fundamentos
falsos y la mentira de la supuesta España antifranquista ha intoxicado a todas
las generaciones de la España democrática (...) En muy poco tiempo la
población española se adaptó en masa al nuevo mandamiento democrático que era
mentir (…) España se ha convertido en un inmenso campo de la manipulación
histórica (...) La
mentira antifranquista es la peor lacra moral de la España contemporánea
(…) La gran mentira antifranquista tuvo efectos añadidos de inmensa
gravedad (…) sustentada en el
desconocimiento vigilado y cultivado, grandes sectores de la sociedad, con la
simpleza y puerilidad de las sociedades actuales, identifican al franquismo
como el mal absoluto y a la República y
el antifranquismo como el bien impoluto (…) La mentira antifranquista ha tenido una brutal incidencia en la
Universidad y en especial en las
Ciencias Sociales…[12].
El propio Tertsch explica en qué consiste la gran mentira antifranquista:
En que se haya aceptado como verdad
que el franquismo no evolucionó en cuarenta años, que fue durante tanto tiempo
un régimen totalitario asimilable al de
Hitler, que tuvo sojuzgado al pueblo hasta el 20 de noviembre de 1975 y que
el 21 de noviembre todos pudimos volver
a ser demócratas.
En esta falsedad, comúnmente
aceptada, está el origen de nuestra incapacidad
para alcanzar puntos de consenso mediante el dialogo. Los españoles
hemos asumido la narración falaz de
nuestro pasado reciente y, cuando la mentira es socialmente aceptada, esta deja
de ser condenable. No hay sanción moral para la mentira, porque todos llevamos
mintiendo sobre nuestro pasado desde hace cuatro décadas[13].
“Mentira transmutada en
verdad” es el título de la carta que Victoria
Prego, presidenta de la Asociación de la Prensa de Madrid, escribe
recientemente a los periodistas. Victoria
examina el nuevo fenómeno:
Las mentiras repetidas cientos,
miles, millones de veces que por el
volumen de su presencia se convierten en verdades, en hechos comprobados.
A este fenómeno se le ha puesto el
piadoso nombre de posverdad. La mentira transmutada en verdad por obra y
gracia de su repetición infinita, plantea un problema de la máxima importancia para el
ejercicio de nuestra profesión[14].
Tercera
estación. En la que se lee el Boletín Oficial del Estado
Miente la llamada ley de la memoria histórica porque la ley de la memoria histórica, repetida y
repetida, no existe, si no es como sobrenombre de la ley 52/2007, de 26 de
diciembre, por la que se reconocen y
amplían derechos y se establecen medidas en favor de quienes padecieron
persecución o violencia durante la guerra civil y la dictadura. Es decir,
ley de reparaciones, no de ajuste de cuentas.
En cuanto al articulado:
De los 22
artículos, de esta ley, solo uno, el
artículo 15, tiene el directo carácter atribuido indebidamente a todo el
conjunto: implantación de la hemipléjica memoria
histórica, convertida en una no menos problemática memoria democrática, en el preámbulo y en la disposición adicional tercera.
Los artículos 1, 2 y 3
establecen el ámbito de la ley, con el
fin de fomentar la cohesión y solidaridad entre las diversas generaciones de
españoles en torno a los principios, valores y libertades constitucionales.
El artículo 4, crea la
Declaración como documento de reparación y reconocimiento personal,
Los artículos 5 y 6 se
refieren a prestaciones y pensiones de viudedad y orfandad.
Los artículos 7, 8 y 9 (indemnizaciones por
tiempo de estancia en prisión), referidos exclusivamente a la Dictadura, no
consideran la prisión sufrida en la
Guerra Civil.
El críptico artículo 10
indemniza, particularmente, a las personas fallecidas en defensa de la democracia
durante el periodo comprendido entre 1 de enero de 1968 y 6 de octubre de 1977.
Los artículos 11, 12,
13 y 14 precisan las actuaciones para la
localización e identificación de víctimas violentamente desaparecidas.
El artículo 16 se
refiere al Valle de los Caídos, escuetamente, en estos términos:
1, El Valle de los Caídos se regirá
estrictamente por las normas aplicables
con carácter general a los lugares de culto y los cementerios públicos. 2, En
ningún lugar del recinto podrán llevarse a cabo actos de naturaleza política ni
exaltadores de la Guerra Civil, de sus protagonistas o del franquismo.
Artículo 17, edificaciones y obras realizadas
mediante trabajos forzosos.
Artículo 18, concesión
de la nacionalidad española a los voluntarios integrantes de las Brigadas
internacionales.
Artículo 19, reconocimiento de la labor de las asociaciones, fundaciones y
organizaciones destacadas en la defensa de la dignidad de todas las víctimas
de la violencia política a que se
refiere esta ley.
Los artículos 20, 21 y
22 y la disposición adicional primera se circunscriben al mantenimiento,
desarrollo y utilización de los archivos privados y públicos relativos a la Guerra Civil y la Dictadura.
Queda el artículo 15 (Símbolos y monumentos públicos), con su condena del pasado, que
tiene cuatro apartados; pero solo el primero es sustantivo de la llamada memoria histórica, mientras que los tres
siguientes son simples derivaciones. De este modo, la llamada ley de la memoria histórica, con 43 palabras,
cinco líneas y media en el BOE, se reduce a la siguiente disposición:
Las administraciones públicas, en
el ejercicio de su competencias, tomarán las medidas oportunas para la retirada
de escudos, insignias, placas y otros objetos o menciones conmemorativas de
exaltación, personal o colectiva, de la sublevación militar, de la Guerra Civil
y de la represión de la Dictadura.
Es curioso que, en todo
el articulado, es la única vez que se usa el termino sublevación militar, que fracasó, y se distingue de Guerra Civil, que, en el desarrollo de
las naciones, es fenómeno de instalación histórica.
Aquí queda una cuestión
a dilucidar: ¿Cuándo se considera que, en los objetos y menciones, se llega a la exaltación en estricto sentido (exaltar: elevar a alguien o algo a gran auge
o dignidad)? Por ejemplo: ¿Es
exaltación de la Guerra Civil, el monumento a Francisco Largo Caballero, promotor de la que, con carácter de
guerra civil, declaró expresamente y se conoce como Revolución de Octubre,
contra la Republica, considerada como efectivo comienzo de la Guerra Civil? [15]
Sin efectos
punitivos, para apoyar las excepciones,
el apartado 3 del artículo 15 anuncia la elaboración de un catálogo de vestigios de la Guerra Civil y la
Dictadura que, por lo pronto, introduce temerariamente, a este respecto, el
termino vestigio, es decir: ruina,
señal o resto que queda de algo material o inmaterial.
Un periodo histórico de
cuarenta y dos años (1936-1978) lo impregna todo de tal forma que un catálogo
de vestigios es prácticamente imposible[16]. Los típicos vestigios, como el tren Talgo, la
Organización Nacional de Ciegos, o los
embalses, amén de los vestigios clásicos, como la industrialización, la clase
media o la Monarquía, se disolverían en una ingente multitud de obras,
servicios, instituciones, edificaciones, expresiones orales y escritas, bienes y males de toda clase. Un indicio: de
las 1.278 leyes actualmente vigentes, 279 (29 por ciento) las firmó en su día Francisco Franco[17].
También el preámbulo o
exposición de motivos de la Ley suscita observaciones, enfáticas, si se
considera que el texto fue redactado personalmente, de su puño y letra, por el
propio presidente del Gobierno, José
Luis Rodríguez Zapatero, que así lo declara a los medios de comunicación[18].
Primera
observación. La invocación al espíritu de reconciliación y concordia y de
respeto al pluralismo y a la defensa pacifica de todas las ideas, en el marco
de la Constitución, invocación tan hermosa como contradictoria en su uso, en cuanto que reconciliación y condena, como
soplar y sorber, al mismo tiempo, no parece posible.
Segunda, sin
comentarios. La afirmación de que no es
tarea del legislador implantar una determinada memoria colectiva.
Tercera. El
convencimiento de que los ciudadanos tienen derecho a que los símbolos públicos
sean ocasión de encuentro y no de
enfrentamiento, ofensa o agravio. A la vista está.
Cuarta. La presente ley quiere contribuir a cerrar
heridas todavía abiertas en los españoles.
Una vez, en
el preámbulo, y dos más, en el artículo
3, la reiterada invocación a las
condenas y sanciones impuestas por motivos
de creencias religiosas, se reduce a
declarar ilegítimos los tribunales y las condenas, sin más consecuencias,
cuando la persecución religiosa en la Guerra Civil y sus antecedentes están
considerados como la más sangrienta
sufrida por la Iglesia desde la proclamación del cristianismo como religión
oficial de Europa, quince siglos antes[19].
Final.
El pasado día
7 de febrero, en el Senado, como el 21 de diciembre, en el Congreso, el
ministro de Justicia, Rafael Catalá,
respondiendo a sendas interpelaciones, ha defendido el mantenimiento de la Ley por el Gobierno, en todos sus
términos. No es esta la actitud de muchas personas cualificadas. Una mínima
muestra:
Serafín Fanjul, de la Real Academia
de la Historia:
La infame ley de la memoria histórica significa un
insulto y una provocación contra, al menos, la mitad de los españoles[20].
Andrés Trapiello, vocal del
Comisionado de la Memoria Histórica
Parece que hoy se entiende por memoria histórica
únicamente lo que les sucedió a los que perdieron la guerra civil y sufrieron,
tras ella, la persecución del Régimen de Franco[21]
Victoria Prego, periodista
El argumento de que las víctimas de la Republica ya
fueron rehabilitadas y homenajeadas por el franquismo, es insostenible. Si se
considera el Régimen de Franco como sistema ilegal, no se le puede luego
reconocer para dar por resarcidos los sufrimientos de aquellas víctimas[22].
Gabriel Albiac, filosofo
Hasta los ateos sabemos que hacer que lo que fue no
fuera no es dado ni a Dios. Ni siquiera a Zapatero.
Sabíamos que la ilusa promesa de
compensar a las víctimas de la guerra civil (o sea, a todos) era el equivalente
de aquella alegoría agustiniana en la que un niño vacía el mar con una concha[23].
Carlos Amigo, arzobispo emérito de
Sevilla:
No se puede recuperar la memoria para profanarla con
intereses ideológicos sobrepuestos porque ese camino no puede sino llevar a distorsión de los hechos con
tal de apoyar, aunque sea con la falsedad, los propios argumentos[24]
por