Pío Moa
Ángel Viñas y otros historiadores más o menos lisenkianos han publicado un libro sobre Los mitos del 18 de julio, título que recuerda algún otro. De las distorsiones dialécticas y extraños olvidos de don Ángel y varios de sus compañeros me he ocupado en diversos artículos (se hallan fácilmente en Internet). Están empeñados en convencernos de que II República y Frente Popular fueron lo mismo y de que Stalin defendió una supuesta democracia republicana en España mientras las democracias reales la abandonaban. Da cierta pereza meterse a fondo con esta nueva producción, jaleada, no podía ser menos, por El País y similares.
Por lo que he podido ver en resúmenes, el libro de Viñas y demás quiere desmontar unos mitos consistentes básicamente en que:
a) Contra el pretendido legalismo de Franco, este ya pensaba en anular las elecciones del 16 de febrero antes del recuento de votos;
b) Contra la idea de una rebelión exclusivamente militar, existía una “trama civil”, sin la cual aquella “habría sido un desastre”;
c) Frente a la idea de que fue Franco quien gestionó la ayuda italiana, en realidad ya había contactos con Mussolini de tiempo atrás, con peticiones de armamento y otras;
d) Contra el mito de que se pretendía un golpe blando, se buscaba “una violencia extrema” y “una guerra teóricamente breve”, como probarían los contratos de armas con Mussolini;
e) Según el mito, el levantamiento del 18 de julio fue una cruzada católica, pero lo cierto es que Mola preveía la continuación de la república con separación de Iglesia y estado, y solo posteriormente se habló de cruzada;
f) No había secesionismo, sino un autonomismo limitado, lo cual haría caer por tierra la “patraña” del peligro de una “España rota”;
g) Otra pretensión mítica, la del peligro comunista, quedaría en evidencia ante la pequeñez del PCE, que además había dado en 1935 un giro prorrepublicano;
h) Contra el infundio de una persecución religiosa durante la república, se afirma que no pasó de una “posible iconoclastia” por la quema de templos y símbolos, pero sin asesinatos.
Y apuntan los autores que “algunos historiadores” (citan a Payne, Bennassar y Beevor) cometen el error “de utilizar como fuentes la prensa y las memorias”.
Así pues, la sublevación del 18 de julio (comenzada el 17 en Melilla, como se sabía de siempre y acaba de narrar en detalle Miguel Platón), con todos sus enormes riesgos y la fortísima posibilidad de ser derrotada (casi certeza ya el día 20, al quedar en manos del Frente Popular la abrumadora mayoría de la aviación, la marina, las fuerzas de orden público, la mitad del ejército de tierra, la industria, las principales ciudades, etc.), se produjo sin uno solo de los motivos aducidos por los rebeldes: ni había peligro comunista, ni separatista, ni persecución religiosa: solo una república burguesa, reformista y democrática. Por tanto, los rebeldes buscaban acabar precisamente con esa república. ¿Y por qué? ¿Por puro odio vicioso a la democracia? La respuesta se ha dado mil veces: porque las reformas de las izquierdas beneficiaban al pueblo tanto como ponían en peligro los privilegios e intereses de la “oligarquía reaccionarias”, de los banqueros, terratenientes, la Iglesia, jerarquía militar, etc.
Ahora bien, se dan cuatro circunstancias esenciales que Viñas y cia “olvidan”:
1) La república fue traída, en rigor, por derechistas católicos que organizaron el Pacto de San Sebastián, y por la entrega pacífica del estado a los republicanos por parte de los monárquicos en un auténtico autogolpe.
2) En 1933, después de haber experimentado la reformas populares de las izquierdas (tan criticadas por el propio Azaña), la masa del pueblo votó al centro derecha, es decir, según estos autores, a la oligarquía financiera y terrateniente y la jerarquía militar y eclesiástica;
3) Al año siguiente, en octubre, los principales partidos de la izquierda (PSOE, Esquerra, sectores anarquistas, PCE e izquierdas republicanas) se sublevaron o apoyaron la sublevación contra la república, es decir, contra una Constitución y legalidad republicanas que las mismas izquierdas habían impuesto, y no por consenso;
y 4) Las derechas no habían replicado al asalto izquierdista a la república con un contragolpe “fascista” o “reaccionario”, sino con la defensa de aquella legalidad izquierdista que aspiraban a cambiar, cierto, pero dentro de las normas legales. Estos cuatro y decisivos hechos me parecen hoy completamente clarificados, gracias en cierta medida a mis investigaciones, y bastan para echar por tierra toda la mitología de “clase” de “pueblo”, de “oligarquías, etc. Por tanto, ni las reformas izquierdistas beneficiaban al pueblo ni este las apreciaba tanto como Viñas y demás suponen, ni el grueso de la derecha pensaba en destruir la república sino que, por el contrario, la defendió contra un brutal asalto izquierdista.
Entonces se plantea inevitablemente la gran cuestión: ¿por qué en 1934 la derecha no aprovechó las ventajas de estar en el poder para liquidar de una vez, en un contragolpe, a la república y a la izquierda, y en cambio en 1936 se rebeló desde fuera del poder, con tantas perspectivas de fracasar, algo de lo que recelaba especialmente Franco? ¿Qué había cambiado entre esas dos fechas? He investigado esta cuestión, la verdaderamente decisiva para entender los hechos, en mi reciente monografía El derrumbe de la II República. Historia de un proceso trágico. El señor Viñas y sus acompañantes podrían reflexionar al respecto. Ya iré tratando estos asuntos, que son el Atlántico ignorado por los descubridores del Mediterráneo.
Pues debo señalar ahora que sus descubrimientos, no aportan nada especialmente novedoso.
Sobre el punto a): Franco, como muchos otros, se alarmó por la violencia callejera e impositiva que condicionaba y distorsionaba el recuento de votos, como reconoce el propio Azaña y vuelve a señalar Alcalá-Zamora en sus memorias; por lo demás, diversos líderes izquierdistas y el propio Azaña habían anunciado su intención de no respetar una comicios desfavorables para ellos.
Punto b): por supuesto, no es nada nuevo que existía una “trama civil”, como existía una masa de población asustada por el violento proceso revolucionario abierto tras las fraudulentas (ya hablaremos de eso) elecciones de febrero del 36.
Punto c) Son sabidos de antiguo los tratos entre los monárquicos –muy minoritarios en la derecha—y Mussolini; y es probable que Mussolini no confiara en ellos, dada su ineficacia. Está bien añadir nuevos datos, lo cual no contradice la gestión de Franco.
Punto d): Nadie pretendía un golpe “blando” ni “europeo”(¿?). Se buscaba un golpe muy violento al principio a fin de paralizar la resistencia y hacerlo menos sangriento finalmente. Esto, que tanto indigna a los historiadores izquierdistas (si el golpe es de derecha) también lo pretendía el PSOE en sus instrucciones para la insurrección de octubre, planteada directamente como guerra civil y no como golpe, según he documentado en Los orígenes de la Guerra Civil.
Punto e): Tampoco aquí dicen nada nuevo. La sublevación del 18 de julio fue inicialmente republicana, luego la dinámica de la lucha y la sangrienta persecución religiosa de las izquierdas le dieron en parte el carácter de cruzada por mantener la civilización cristiana en España. Por cierto, Besteiro habla de “cruzada antikomintern” y ocasionalmente los del bando izquierdista se atribuyen también el término “cruzada”
Punto f): Los partidos “nacionalistas” son por naturaleza separatistas: parece que Viñas y cia no han leído sus proclamas y aspiraciones (podría aconsejarle Una historia chocante, sobre esa cuestión). Cosa distinta es que, no sintiéndose con fuerza para imponer la secesión, los separatistas buscasen instrumentos intermedios con vistas a ir fortaleciéndose hasta conseguirla. Así, los estatutos con los que Azaña pensaba resolver la cuestión, eran para los separatistas catalanes (y luego para el PNV) solo un paso táctico en su estrategia. Ahora mismo la cosa está clarísima con Mas en Cataluña. Uno no sabe si estos historiadores son singularmente romos en sus análisis o toman por romos a los demás.
Punto g): Con el PCE pasaba algo semejante: su doctrina buscaba conquistar el poder por las armas, pero el fracaso de sus insurrecciones en Europa, el éxito de los nazis en la utilización de las normas democráticas y el temor de Stalin a que Hitler le atacara, llevaron a la táctica de los Frentes Populares con el objetivo de fortalecerse movilizando y dirigiendo (y engañando) a todos los antifascistas, para orientarlos al totalitarismo. Se ve que nuestros historiadores no han leído el informe de Dimítrof, tan explicativo, en el VII Congreso de la Comintern. O desconocen la doctrina esencialmente totalitaria de los comunistas. Que unos historiadores desconozcan o pasen por alto esos documentos no revela un nivel académico demasiado alto.
Punto h) La persecución religiosa durante la guerra tuvo carácter técnicamente de genocidio: intento de exterminar a un determinado grupo social así como a una cultura, la cristiana católica, que casualmente es la base de la cultura española en la historia. No es cierto que no se matase a clérigos y católicos antes de julio del 36: durante la revolución de octubre del 34 fueron asesinados varios religiosos en Asturias y Cataluña. Por otra parte, suena a pura y cínica mala fe minimizar como “iconoclastia” la quema de cientos de iglesias, bibliotecas, centros de enseñanza y obras de arte valiosísimas ya casi desde el comienzo de la república.
Y una observación metodológica: utilizar la prensa de la época y las memorias de los protagonistas no tiene nada de “equivocación”: son fuentes de enorme valor, sobre todo si se contrastan entre sí. He escrito un libro, Los personajes de la República vistos por ellos mismos, comparando las memorias de los políticos más relevantes de entonces. El método es sumamente fructífero y hace falta mucha cerrazón mental para ignorarlo. Claro que existen otras fuentes utilizables, en especial los archivos. Pero también hay que saber utilizar estos. Ya señalé en alguna ocasión la curiosa mezcla de miopía e interpretación arbitraria aplicada por Santos Juliá, por ejemplo, al archivo de Largo Caballero en la Fundación Pablo Iglesias, el cual estudié a fondo para mi trilogía sobre la Guerra Civil.
Para terminar, los autores de Los mitos del 18 de julio exponen ufanos sus títulos como profesores universitarios y similares, sin darse cuenta de que no dejan muy honrada, precisamente, la universidad. Y como observó Stanley Payne a Javier Tusell, en USA –y en otros países— los mejores historiadores son a menudo personas ajenas al profesorado universitario.