Antonio Molle Lazo, Mártir de la Boina Roja

 
 
PPG – FNFF 
 
 
Antonio Molle Lazo ació en Arcos de la Frontera, Cádiz, el 2 de abril de 1915, que coincidía en Viernes Santo. Su padre, Carlos Molle, católico a machamartillo y Tradicionalista, era representante de comercio. Josefa Lazo, su madre, de profunda religiosidad, impartió a sus siete hijos una educación cariñosa y al mismo tiempo austera, sin blandenguerías. Cuando Antoñito tenía cinco meses, se trasladaron a Jerez, por motivos profesionales del padre. En Jerez llevaron al niño primero a un parvulario y después al Colegio de los Hermanos de La Salle.
 
   Uno de los rasgos de Antonio, ya desde chico, era que no toleraba que se ofendiera a Dios en su presencia o se faltara a la caridad para con sus compañeros. Cuando tuvo que dejar el colegio se dispuso a trabajar para ayudar a la familia.
 
   En el año 1931 se inscribió en un Círculo de la Juventud Tradicionalista, y con todo el ardor de sus 16 años se dio a trabajar por la gloria de Dios. Durante todo el tiempo de la república, por propagar sus ideales repartiendo propaganda acabó en la cárcel. En la prisión cantaba himnos al Sagrado Corazón. Se le prohibió cantar y guardó silencio, pero llenó las paredes de versos y estrofas. Lo que más sentía era no poder oír Misa ni comulgar. Rezaba el Rosario, solo o con otros católicos que por serlo iban llenando la cárcel. A un compañero le confesó: «Sufriré los más grandes tormentos antes que apostatar de mi Dios».
 
   Un día vio entrar en la cárcel a su hermano Carlos. Había participado en la defensa del Convento de Santo Domingo. Pensando Antonio en el sufrimiento de sus padres, propuso al juez cargar con la condena de los dos. No fue aceptada la propuesta. Después de un mes y medio de estar encarcelado, el 16 de mayo, Antonio fue puesto en libertad.
 
   Allí habían ya conocido las más tremendas profanaciones eucarísticas e incluso el ataque contra la imagen de la Patrona de la población, la Virgen de Villadiego, y otros desastres, hasta su iglesia saqueada y reducidas a cenizas sus mejores obras de arte…
 
   Ante el Alzamiento Nacional, los tres hermanos Molle, Carlos, Antonio y Manolete se presentaron voluntarios, con sus 23, 21 y 14 años respectivamente. Antonio fue encargado de algunas misiones difíciles en Jerez, Ubrique, Sanlúcar y Sevilla. Lloró de pena al ver las ruinas de San Román, San Marcos, Santa Marina, San Gil, Ómnium Sanctorum. Volvió a Jerez y el 2 de agosto partió de nuevo para Sevilla acompañado de otros valerosos muchachos que formaban el flamante Tercio de Requetés de Nuestra Señora de la Merced, Patrona de Jerez. 
 
   El 6 de agosto, primer viernes de mes, Antonio comulgó. Parece como si hubiera presentido su cercana muerte al despedirse: «Atención a la radio… porque uno de estos días oiréis hablar de mí». En Peñaflor, el mismo día 18 de julio, se lanzaron los marxistas a la calle: detenciones, asesinatos, incendios, segunda profanación del hermoso templo parroquial, que quedó convertido en almacén de víveres lo que lo salvó de su total destrucción. Lora del Río y Peñaflor fueron liberadas, pero se temía una nueva toma de aquellos pueblos. Se dispuso que 15 requetés y 14 guardias fueran a guarnecer Peñaflor. Molle estaba entre ellos. Y una mañana se escuchó el grito de alarma que conmovió a la población. Algunos se fueron al Ayuntamiento y otros subieron a las azoteas de las casas, para desde allí repeler la agresión de varios centenares de marxistas de Palma del Río que se acercaban amenazadores, unos a pie, otros a caballo y algunos en camiones. Se sabe que Antonio estuvo en el Convento de las Hermanas de la Cruz, con intención de salvarlo.
 
   La situación se hacía dificilísima. Molle, en un intento de sumarse al resto de los defensores, fue descubierto. Había terminado las municiones y tenía inutilizado su fusil. Inerme como estaba, sus perseguidores se abalanzaron sobre él, le golpearon con furia y le gritaron: «¡Manos arriba!». Al pasar por la calle, algunas de las mujeres encerradas le vieron, desarmado, con las manos en alto y ferozmente maltratado. Hay un testigo excepcional que, providencialmente, presenció lo que después sucedió. Se trata del jefe de la estación de Peñaflor, Ángel de las Heras Morón, también fichado por católico «peligroso». Fue atrapado en su casa, donde se había refugiado con su esposa, su hija y cuatro nietecitas.
 
   «Al cruzar por una ventana que daba vistas a la carretera pude ver que, a la cabeza de un enorme pelotón de marxistas, enfurecidos y dando voces como energúmenos, se destacaba una boina roja, impresionándome bastante por sospechar lo que después pude confirmar. Una vez en el jardincillo, donde me pusieron para fusilarme, los increpé, diciéndoles que sólo eran capaces de matar a hombres viniendo en piaras, pues lo demostraba que un solo Requeté había necesitado ser cazado por un pelotón enorme, después de quedarse sin municiones».
 
   Aquellos hombres estaban ebrios de odio y de venganza. Uno decía: “Vas a ver la muerte que damos a ese canalla”. Y otro: “A ese chivatón no lo matamos aquí. Lo vamos a llevar a Palma del Río y allí, despacio, lo vamos a atormentar a nuestro gusto”.
 
   Cuando ya estaban apuntando con sus fusiles para acabar con el Jefe de la Estación, como movidos por un resorte le abandonaron, para unirse al grupo que escarnecía a Antonio Molle. Le rodeaban en siniestro corro en medio de la carretera, enfrente mismo de la estación, y no paraban en sus blasfemias y vituperios. Con intención de acobardarlo, gritaban al rostro de Molle: «¡Muera España! ¡Viva Rusia!». Pero él respondía a cada provocación: «¡Viva España! ¡Viva Cristo Rey!».
 
   Las burlas y las blasfemias continuaban, sin poder domeñar el ánimo de aquel joven esforzado. Se les ocurrió entonces la idea de lograr que Antonio apostatara de su fe a fuerza de tormentos. Quisieron obligarle a decir: «¡Viva el comunismo!». Y respondía él con fuerza sobrehumana: «¡Viva Cristo Rey!». Y uno le cortó la oreja. Volvían a insistir en que pronunciara una blasfemia. El mártir, invicto, seguía dando vivas a Cristo Rey y a España. Los verdugos multiplicaban sus ofensas contra aquel joven desarmado que estaba a su merced. Le cortaron la otra oreja, le vaciaron un ojo, le hundieran el otro de un brutal puñetazo, le llevaron parte de la nariz de un tajo feroz. Antonio iba resistiendo con heroica firmeza. Su sangre corría copiosa. Sus dolores debían ser horribles. De vez en cuando se le oía decir: «¡Ay, Dios mío!», y Dios le daba de nuevo valor para resistir aquella cruenta pasión y exclamaba con renovados bríos: «¡Viva Cristo Rey!».
 
   También el doctor Joaquín Suárez, Médico de Peñaflor, testificó corroborando lo manifestado por el Jefe de la Estación. Parecía imposible que un cuerpo tan maltratado, sangrante y mutilado, tuviera arrestos suficientes para seguir dando pruebas de aquella sobrehumana fortaleza. Al fin uno gritó: «¡Apartarse… que voy a disparar!». Quedó Antonio solo, todo él empapado en sangre. Comprendió que llegaba su hora gloriosa, la de dar la vida por Dios y por la Patria. Extendió cuanto pudo sus brazos en forma de cruz y gritó con voz clara y potentísima: «¡Viva Cristo Rey!».
 
   Sonó la descarga que le abriría las Puertas del Cielo, y su cuerpo agonizante cayó pesadamente a tierra, con los brazos en cruz. Al ver los sicarios que aún respiraba, quisieron rematarle. Lo impidió uno: «No ‘arrematarle’… Dejadlo que sufra…».
 
   Era el 10 de agosto de 1936. Siempre será conocido como el  Mártir de la Boina Roja. Soldado Requeté de España. “Me mataréis, pero Cristo triunfará”. En los años fervorosos de la posguerra fue grande el impacto producido por la muerte martirial de Antonio Molle Lazo.
 
   Se editaron centenares de miles de estampas, de folletos, se habló del caso en los periódicos, se recibían cartas pidiendo datos, y otras relatando gracias atribuidas a su intervención… Antonio Molle Lazo es invocado y se atribuyen a su intercesión grandes favores.
 
   Sus restos descansan en la iglesia de los PP. Carmelitas Calzados, de Jerez de la Frontera. Su Mausoleo está en una Capilla presidida por Cristo Rey, Nuestra Señora de las tres Avemarías y la Cruz sobre su tumba.
 
   Recordemos la Oración:
 
   “Señor, que dijisteis: a aquel que me confesare en la Tierra ante los hombres, yo lo confesaré en el Cielo ante mi Padre Celestial”.
 
   Algún día veremos en los Altares a Antonio Molle Lazo, Mártir. Sobre su vida y su muerte gloriosa son fundamentales los libros: Antonio Molle Lazo. Mártir de Dios y de España. Charlas biográficas, del Padre Ramón Sarabia, Ediciones El Perpetuo Socorro, Madrid-1940; Un Mártir de Cristo Rey: Antonio Molle Lazo de Hilarión Sánchez Carracedo, Edita el Convento Carmelitas Descalzos, Barcelona-1940; y, por último y más reciente, el de Fray Santiago Cantera Montenegro: Antonio Molle Lazo (1915-1936). Juventud, Ideales y Martirio, Editorial Scire, Barcelona-2009.
 
 
 

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