José Enrique Jarque Pérez
Un héroe olvidado
Para todo viajero que llegue a Londres, es un punto de visita obligada la céntrica Trafalgar square presidida, desde su alta columna de honor, por la estatua del almirante Horacio Nelson.
En este monumento, la nación británica honra a un héroe nacional cuya mayor hazaña, que le costó la vida, fue dirigir el combate en el que la escuadra británica derrotó a la combinada franco-española el 21 de octubre de 1805, a la vista del gaditano cabo de Trafalgar.
Hasta ahora, cuando el viajero que contemplaba al almirante Nelson era español y, además, conocía bien nuestra historia naval, no podía dejar de experimentar una cierta sensación de envidia al comparar el reconocimiento de los británicos al hombre que, desde la mar, cambió los destinos de su nación, con el nulo recuerdo que entre los españoles tenía un marino que, igual que Lord Nelson, con su entrega y sacrificio influyó en el destino de una parte muy importante del imperio español, y lo hizo, precisamente, enfrentándose a las pretensiones expansionistas de los británicos.
Ese hombre fue Blas de Lezo, el héroe olvidado durante muchas generaciones y del que hoy, afortunadamente, comienza a recuperarse su memoria. La Armada nunca olvidó a su gran héroe y además de dedicarle una lápida en el Panteón de Marinos Ilustres de San Fernando (Cádiz), lo honró dando su nombre a una serie de buques a lo largo de su historia. Hoy en día, el nombre de “Blas de Lezo” lo luce en sus aletas una fragata de la clase “Álvaro de Bazán” o “F-100” como también se la conoce. Precisamente, esta fragata fue enviada, apenas unos pocos meses después de su entrada en servicio, a representar a la Armada española en los actos conmemorativos del 200 aniversario de la batalla de Trafalgar, organizados en 2005 por la Royal Navy en Portsmouth. Fue una manera muy sutil de recordarle a los británicos que también ellos habían conocido el sabor de la derrota y nada mejor que mostrarles, con la presencia de la fragata, el nombre de Blas de Lezo, o “Don Blas” como ellos familiarmente llamaban a su conocido y temible enemigo.
Una vida al servicio de España
Antes de volver a las iniciativas que hoy en día se llevan a cabo para rescatar del olvido la memoria de Blas de Lezo, conviene hacer un breve repaso a su biografía.Blas de Lezo y Olavarrieta nació en Pasajes (Guipúzcoa) el 3 de febrero de 1689, en el seno de una familia de marinos. A los 12 años, su padre lo envió a un colegio naval en Francia, en el que se graduó en 1701 como guardiamarina, embarcando en la escuadra francesa, a las órdenes del conde de Toulouse, gran almirante de Francia. No debe de extrañar el hecho de que los comienzos de Lezo en la mar fueran en la Marina francesa, ya que, por aquel tiempo, España se hallaba inmersa en una guerra civil con implicaciones internacionales, la Guerra de Sucesión, en la que Francia defendía los derechos dinásticos de la Casa de Borbón al trono de España frente a las aspiraciones de la Casa de Habsburgo, apoyada por el Sacro Imperio, Inglaterra, las Provincias Unidas de los Países Bajos, Prusia y la mayoría de los estados alemanes, a los que se unieron posteriormente el reino de Portugal y el Ducado de Saboya. En esta situación bélica, Luis XIV promovía la integración de los marinos españoles y sus buques con la escuadra francesa, mucho más potente y mejor organizada (téngase en cuenta que la Real Armada no se crea como institución del Estado hasta 1714, como consecuencia de la profunda reforma administrativa llevada a cabo por Felipe V)
En este escenario de guerra civil y europea, Blas de Lezo tuvo su bautismo de fuego en el combate de Vélez Málaga entre la escuadra francesa del Conde de Toulouse, en la que formaban 12 galeras españolas, y la anglo-holandesa del almirante Rooke, que acababa de tomar Gibraltar. En esta acción el marino español se distinguió por su valor y serenidad en el combate, resultando herido y, como consecuencia, perdiendo su pierna izquierda, amputada por debajo de la rodilla. Por su comportamiento fue ascendido a alférez de navío. Tenía entonces 15 años.Deseoso de aumentar su experiencia en la mar, el joven Blas de Lezo rechazó un puesto como asistente de cámara de Felipe V y continuó sus servicios a bordo de diferentes buques de la Armada combinada hispano-francesa. En cuantos combates tomó parte, cada vez con un mayor grado de responsabilidad, demostró que, a su probado valor frente al enemigo (casi siempre inglés), unía una gran habilidad para el empleo de los recursos a su disposición, lo que le llevó en varias ocasiones a lograr victorias frente a un enemigo superior en número y medios. En uno de estas batallas, ya ascendido a teniente de navío, durante la defensa del fuerte de Santa Catalina de Tolón, sufre una herida de metralla en el ojo izquierdo, que le priva para siempre de la visión en el mismo.
Con 23 años de edad, y ya ascendido a capitán de navío, Blas de Lezo continuó enfrentándose en la mar a los ingleses, consiguiendo numerosas presas, entre ellas el navío inglés Stanhope, hazaña que está inmortalizada en un óleo de Cortellini expuesto en el Museo Naval de Madrid. En 1714, durante el asedio final a Barcelona, recibió una herida en el brazo derecho que se lo dejó inútil de por vida. Así, tuerto, manco y cojo, continuó sus servicios en la mar, participando en los últimos momentos de la Guerra de Sucesión, en la reconquista de Mallorca para las armas de Felipe V. Ya por aquel entonces sus subordinados comenzaron a conocerlo por el apelativo de mediohombre, dadas sus evidentes carencias físicas, secuelas de tanto combate en el que había participado, despreciando siempre el peligro.
Finalizada la guerra de Sucesión, continuó incansable sus servicios en la mar: en el Caribe, persiguiendo, una vez más, a los corsarios ingleses; en el Mediterráneo, ya ascendido a Jefe de Escuadra, defendiendo los intereses de España desde Génova (1730) a Orán (1732)Pero la hazaña que lo llevaría a la cumbre de su entrega al servicio de España aún estaba por llegar: La defensa frente a los ingleses de la plaza de Cartagena de Indias. Ascendido a Teniente General de la Real Armada en 1734, volvió al Caribe en 1736 como comandante general de Cartagena de Indias, plaza anhelada por los ingleses para, una vez bajo su dominio, asentar desde ella el dominio inglés en el Caribe y el norte de Sudamérica, para garantizar el libre comercio de su metrópoli con aquellas prósperas tierras.
La excusa para iniciar la guerra la tomaron los ingleses en un incidente naval durante el cual el capitán de navío Juán León Fandiño apresó el buque del corsario inglés Jenkins al que cortó la oreja mientras decía (según el testimonio del inglés) “Ve y dile a tu rey que lo mismo le haré si a lo mismo se atreve” Presentado Jenkins en Londres, el clamor popular ante esta afrenta, hábilmente azuzado por los que pretendían establecer una base comercial en el Caribe, obligó a declarar la que se llamó “La guerra de la oreja de Jenkins” cuyo objetivo principal era la toma de la plaza de Cartagena de Indias.
Esta misión se le asignó al almirante Edward Vernon que, al frente de una flota de 186 buques entre buques de guerra y transportes montando 2.000 cañones, y con una fuerza de desembarco de 23.600 hombres se dirigió a la conquista de Cartagena. Frente a esta poderosa fuerza (superaba en 60 navíos a la Gran Armada de Felipe II contra Inglaterra) las defensas de Cartagena de Indias no pasaban de 3.000 hombres entre tropa regular, milicianos, indios flecheros y la marinería y tropa de desembarco de los seis únicos navíos de guerra que defendían la ciudad.
Entusiasmado por la fácil toma de Portobelo, una ciudad no fortificada en el istmo de Panamá, y unas primeras escaramuzas en Cartagena, Vernon envió noticia a Londres de la toma de Cartagena, mandando el rey Jorge II que se acuñasen monedas conmemorando la hazaña. Los lemas de estas monedas (algunos de cuyos ejemplares se pueden contemplar en el Museo Naval de Madrid) eran: “Los héroes británicos tomaron Cartagena el 1 de abril de 1741” y “El orgullo español humillado por Vernon”.
Tamaña osadía fue un gran error. La flota de Vernon se presentó ante Cartagena el 13 de marzo de 1741, comenzando inmediatamente las operaciones de asalto. Lezo, combinando valor con astucia (una prueba de ella fue la sorpresa que se llevaron los asaltantes a la fortaleza de San Felipe al comprobar que Lezo había mandado cavar un foso junto al muro, lo que hizo inútiles las escalas de asalto y dejó a los asaltantes, sin poder alcanzar la parte superior de la muralla, a merced de los defensores) y con una sabia utilización de las informaciones sobre el enemigo que por diversos canales recibía (lo que hoy llamaríamos “inteligencia”) planteó un defensa de desgaste contando con el apoyo del terreno, de la climatología y de la insalubridad de los parajes en los que maniobraban las fuerzas de desembarco inglesas y, sobre todo, con el heroísmo de los defensores de la Plaza, a los que él en todo momento dirigió. Todo ello condujo a que el 20 de mayo de 1741 la escuadra inglesa levara anclas, dejando cinco buques incendiados en la bahía ante la falta de hombres para marinarlos de regreso a su base en Jamaica. Atrás quedaban dos meses de esfuerzos, 8000 muertos y 7500 heridos y enfermos. A partir de esta derrota, la supremacía naval de España en las rutas que unían la metrópoli con el resto del Imperio se mantuvo aún por casi un siglo más. La derrota significó tanto para Inglaterra, que el Rey Jorge II prohibió a los cronistas de la época mencionarla, como si el desastre nunca hubiera ocurrido. Tras la derrota de los ingleses, Blas de Lezo tuvo que hacer frente a una serie de intrigas políticas provocadas por sus enfrentamientos con el general Sebastián de Eslava, Virrey de Nueva Granada. Estos enfrentamientos provocaron que el Rey, a la vista de un informe del Virrey, diera orden para su detención y procesamiento. Dicha orden no pudo ser cumplida, porque el 7 de septiembre de 1741 moría en Cartagena de Indias, a la edad de 52 años víctima de la peste, el heroico defensor de la Ciudad. Su situación personal en aquellos momentos era tan precaria que fue enterrado en una fosa común; hoy en día se desconoce el lugar exacto de su enterramiento. Su rehabilitación vendría años después, en 1762, cuando el Rey Carlos III concedió a su hijo, Blas Fernando de Lezo y Pacheco el título de Marqués de Ovieco, “en atención a los méritos de su padre, el teniente general de la Real Armada, D. Blas de Lezo y Olavarrieta en la defensa de Cartagena de Indias contra el ataque inglés del almirante Vernon”
La memoria recuperada
Desde primeras horas de sta es, narrada de forma muy escueta, la vida de Blas de Lezo. Como decía al principio de este artículo, un héroe siempre recordado en la Armada española y en la tierra que defendió con tanto éxito: Cartagena de Indias, ciudad en la que una estatua del insigne marino junto al castillo de San Felipe de Barajas, recuerda su gesta. En nuestra sociedad ha sido un personaje poco recordado hasta ahora, pero eso está cambiando: una serie de iniciativas ciudadanas y de estamentos oficiales está contribuyendo a recuperar la memoria del héroe olvidado. Concretamente, en Madrid se ha creado una comisión para erigir, por suscripción popular, una estatua de Blas de Lezo. La estatua ya tiene lugar: la plaza de Colón, junto a la bandera de España que ondea en la misma. En Cádiz, ha sido el Ayuntamiento el que ha erigido una estatua del héroe de Cartagena en el Paseo de Canalejas de la Ciudad, en el que, desde el 12 de marzo de este año, el almirante está frente al mar de la bahía, con su pata de palo y sosteniendo la espada con su único brazo útil.
Todas estas iniciativas han surgido y se han desarrollado en torno a la exposición que con el título “Blas de Lezo, el valor de mediohombre” ha organizado el Museo Naval de Madrid. Su inauguración tuvo lugar el 18 de septiembre de 2013 y se mantuvo abierta hasta el 12 de febrero de este año. Se calcula que pudieron visitarla unas 60.000 personas. Posteriormente, la muestra se trasladó a Cádiz, donde se inauguró el pasado 12 de marzo, estando previsto su cierre el 16 de junio próximo. Después de esta fecha, no hay previsto de momento ningún nuevo destino para su exhibición, salvo que surja la iniciativa de alguna otra ciudad que la solicite para que sus ciudadanos conozcan de primera mano esta apasionante historia.
Esta exposición, cuyos fondos proceden en su inmensa mayoría de la colección permanente del Museo Naval, no sólo se centra en la vida de Blas de Lezo, sino que va mostrando al visitante, mientras la recorre, medio siglo de la historia de España -la primera mitad del siglo XVIII- con la instauración de la dinastía borbónica, la Guerra de Sucesión, la transformación de la Marina con la creación de la Real Armada en 1714, la promoción de los astilleros y la construcción naval etc, todo ello unido a la situación internacional de la época y a los contenciosos mantenidos por España, principalmente con Inglaterra, a propósito del comercio con las colonias americanas. La exposición se complementa con una serie de audiovisuales creados para la ocasión entre los que destaca el que describe con todo detalle cómo fue la defensa de Cartagena de Indias frente al ataque inglés.
Así que, querido lector, si esta historia te ha interesado y tienes la oportunidad de viajar a Cádiz antes del 16 de junio, en la sala de exposiciones de la Casa de Iberoamérica tendrás oportunidad de conocer a Blas de Lezo y la época que le tocó vivir y en la que lo dio todo por la defensa de España y su dominio de los mares.