Calvo Sotelo, abogado del Estado… con principios, por Pedro Fernández Barbadillo

Pedro Fernández Barbadillo

Libertad Digital

 

Los españoles sabemos que mantenemos la Abogacía del Estado, cuyos miembros suelen acabar trabajando de abogados de cualquiera salvo del Estado y que, además, suele proveer los altos cargos de vicepresidente para abajo en los Gobierno de derechas. Uno de sus miembros más renombrados fue José Calvo Sotelo y hoy lo es Soraya Sáenz de Santamaría, que ha colocado a su promoción, apodada La Gloriosa.

Tanto Calvo Sotelo como Sáenz de Santamaría ganaron sus oposiciones con el número uno. Ambos, ya está dicho, fueron abogados del Estado. Y aquí acaban las similitudes. Porque Calvo Sotelo dio la vida por sus ideas, mientras que Sáenz de Santamaría es una tecnócrata que podría servir a cualquier Gobierno.

José Calvo Sotelo nació en Tuy en 1893, hijo de un juez. A los 20 años era licenciado en Derecho con sobresaliente; luego cursó el doctorado, hizo oposiciones, se casó y entró en política. La carrera habitual de un joven inteligente y trabajador de derechas en la España de la Restauración. Aunque la Gran Guerra y el resquebrajamiento del bipartidismo le preparaban un destino distinto al de las generaciones precedentes.

 

Se adhirió a la juventud del Partido Conservador que acompañó a Antonio Maura cuando le defenestraron la Corona, los liberales y sus correligionarios. En esos años, Calvo Sotelo se pronunció en contra del abandono por el Estado de los obreros y campesinos.

El general Miguel Primo de Rivera le implicó en su Dictadura, que quería realizar “la revolución desde arriba” reclamada por Maura. Calvo Sotelo fue un técnico, pero con ideas. Como alto cargo del Ministerio de Gobernación, elaboró el Estatuto Municipal para introducir la democracia en los Ayuntamientos; en él, por primera vez se daba voto a las mujeres, con la condición de que fueran cabezas de familia.

El dictador, que no convocó las elecciones municipales que le pedía Calvo Sotelo, le nombró en 1925 ministro de Hacienda. Calvo Sotelo quería ampliar los ingresos del Estado haciendo pagar impuestos a las clases altas, amortizar la deuda y eliminar el déficit crónico del Tesoro español. Los terratenientes acusaron sus medidas de “bolchevizantes”. Los últimos años de la Dictadura los Presupuestos se cerraron con superávit. Como ministro de Hacienda participó en las negociaciones de renovación del concierto vasco y del convenio navarro, y advirtió de que la extensión de esos privilegios a todas las provincias haría inviable el Estado.

Los republicanos y la izquierda le acusaron de corrupción cuando constituyó el monopolio de la CAMPSA. El mismo 14 de abril, mientras Alfonso XIII huía a Cartagena, Calvo Sotelo marchaba a Portugal.

Se presentó a las elecciones a Cortes Constituyentes por Orense y obtuvo el escaño sin haber hecho campaña. Sin embargo, la mayoría republicana y masónica inició los trámites para solicitar el suplicatorio contra él. En 1932 se exilió a Francia y se ganó la vida (tenía cuatro hijos) como articulista de varios periódicos. También se vinculó a Acción Española, dirigida por Ramiro de Maeztu.

En las elecciones de 1933 consiguió de nuevo un acta por Orense, con casi 90.000 votos. Sin embargo sólo pudo regresar a España cuando el Tribunal Supremo le aplicó los beneficios de la Ley de Amnistía de 1934.

Antes una España roja que una rota

Como casi toda la derecha tradicional, esos años de radicalismo y violencia de las izquierdas, y, también, de crisis económica, le condujeron a una concepción autoritaria del Estado. Seguía siendo monárquico, pero de una monarquía antiliberal.

Sus discursos retumbaron en toda España. A la Generalitat le acusó de ser “subversiva contra el poder central”. En San Sebastián (2-XI-1935) declaró “entre una España roja y una España rota prefiero la primera”.

En las elecciones de 1936 Calvo Sotelo renovó su escaño por Orense con 83.000 votos y la reacción de las izquierdas, con la colaboración del PNV, fue tratar de despojarle de él en la Comisión de Actas. Con Gil Robles desprestigiado y José Antonio Primo de Rivera encarcelado, se convirtió en el portavoz de la derecha.

Una de las primeras amenazas de muerte la recibió de Casares Quiroga, presidente del Gobierno, a la que Calvo Sotelo replicó: “Es preferible morir con honor a vivir con vilipendio”. En el último discurso que pronunció en las Cortes (1-VII-1936), el socialista Ángel Galarza dijo que contra él “la violencia es legítima y se puede llegar al atentado personal”.

La madrugada del 13 de julio de 1936, un comando terrorista formado por policías, algunos de los cuales eran escoltas del socialista Indalecio Prieto, le secuestró en su domicilio en la calle de Velázquez, violando su fuero parlamentario, y le asesinó de dos tiros en la nuca.

Cuando el diputado socialista Julián Zugazagoitia se enteró, exclamó: “Este atentado es la guerra”. En efecto, su muerte disipó las dudas que tenían muchos derechistas sobre si debían mantener la lealtad a un régimen que azuzaba y permitía el asesinato del disidente.

Los alzados, arrebatados por la religiosidad que asociaron a su causa y abonaron sus enemigos debido a la persecución a todo lo católico, consideraron a José Calvo Sotelo el protomártir y le dedicaron calles en todas las ciudades españolas.

Es comprensible que la izquierda descendiente de quienes le amenazaron de muerte quiera borrar las huellas de su crimen. Lo vergonzoso es que la derecha de la pulsera con la bandera rojigualda renuncie a uno de los suyos que, de verdad, lo dio todo por su patria.

 

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