Carmen Miedes Lajusticia, Mártir de la persecución religiosa en España

 
 
PPG – FNFF 
 
 
Carmen Miedes Lajusticia nació en Toledo, el 28 de junio de 1902 y fue bautizada el 10 de julio. Hija de Mariano Miedes Clemente, y de Petra Lajusticia Sanjuán, que tuvieron siete hijos. Eran propietarios de una céntrica droguería, en la calle Comercio, que muchas veces, con anterioridad al 18 de julio de 1936, había sido frecuentado el establecimiento como refugio seguro y cobijo, gracias a la bondad y generosidad de sus propietarios.
 
   Carmen, Doctora en Medicina, era muy querida y conocida entre los humildes y los pobres de Toledo, a quien atendía con cariño y gratuitamente, con todo entusiasmo. En 1934 se atrevió a declarar como testigo ocular del atentado contra los hermanos Félix y Julián Moraleda Miján, dos empresarios toledanos dueños del bar “Toledo”, cometido por los socialistas durante una huelga el 23 de agosto, y en el que resultó asesinado Félix, hecho que conmocionó a toda la provincia, y desde ese momento, fue amenazada de muerte por los marxistas. Tras las elecciones de febrero de 1936 que dieron triunfo al Frente Popular, fueron muchos los criminales a los que se les permitió salir de las cárceles.
 
   Al llegar a Toledo los asesinos de Moraleda, les ofrecieron agasajos y festejos; uno de ellos era entregarles la cabeza de Carmen Miedes. Cuando la familia Miedes se enteró de las intenciones que tramaba la chusma, lo denunció al Gobernador Civil, quien, cínicamente, les respondió: “que lo menos que  tenía que conceder a los vencedores del Frente Popular era la cabeza de una mujer si se la pedían”. Acudió entonces la familia, a pedir protección al Gobernador Militar, el Coronel José Moscardó Ituarte.
 
   Pusieron en su conocimiento los planes de la manifestación marxista, que finalizaría a las puertas de la casa de Carmen con el asalto a la vivienda y la intención de asesinar a su hija, y al comentarle la negativa disposición del Gobernador Civil, el Coronel Moscardó, después de unos momentos de silencio, les respondió:
 
“Bueno, la intervención normal de la fuerza de la calle es incumbencia del Gobernador Civil, no mía. Ahora bien, yo como Gobernador Militar no puedo consentir un crimen excepcional como éste, a la vista del público, sin que la sociedad vele por la inocencia, como es elemental. Yo no puedo intervenir en tanto que no asalten la casa. Arréglenselas ustedes para avisarme cuando empiece el asalto y para defenderse un cuarto de hora. Al cuarto de hora estoy allí y aquello se acabó”.
 
   Llegó la hora y la manifestación se dirigió al frente de la casa de la familia Miedes; se cantaron versos pidiendo la cabeza de Carmen; las mujeres azuzaban a los hombres a que asaltaran la casa pero, después de merodear junto a la puerta, y de grandes momentos de tensión e insultos, nadie atrevió a echar la puerta abajo. Moscardó aunque estaba preparado para proceder de inmediato, no tuvo necesidad de intervenir.
 
   Después del Alzamiento, el 22 de julio de 1936, la familia se dispersó. Sus hermanos, Mariano, y Joaquín, entraron en como defensores en El Alcázar; a su hermano Luis, Abogado, ya le habían asesinado poco antes y su padre fue acribillado a balazos ese mismo día en su droguería de la calle del Comercio. Sin mediar palabra, le dispararon a discreción. Las balas le hirieron mortalmente, aunque no lo remataron. Quedó desangrándose y con vida durante las veinticuatro horas siguientes. En el momento de su muerte, lucía en el pecho su insignia de veterano de la Guerra Carlista. En la saca del 23 de agosto, fueron asesinados sus otros dos hermanos, José y Jaime. Su madre murió de tristeza al cumplirse un año del asesinato de su esposo. Tan sólo sobrevivieron, milagrosamente, su hermana Petra, que era Farmacéutica, Mariano, que salió con vida del Alcázar, y Joaquín, que moriría años más tarde combatiendo en la División Azul.
 
   Carmen tenía pensado el día 22 entrar en el Alcázar, pero antes, decidió ir a visitar a una paciente. Una familia conocida le rogó que se quedara a vivir con ellos para atender a una hija enferma que precisaba atención médica constante, y que ella sería un miembro más de la familia. Gracias a sus desvelos, la niña entró en una fase de recuperación. Al ver los padres la mejoría de su hija, y teniendo miedo de que los marxistas descubriesen que Carmen estaba con ellos, le dijeron que tenía que abandonar la casa porque les podía comprometer… y el 3 de agosto la echaron a la calle.
 
   Al día siguiente, Carmen Miedes se presentó voluntariamente ante el Comité Rojo, siendo arrestada. Quedó detenida junto con un grupo de Monjas de San Juan de la Penitencia que había allí. Por ser el día de la fiesta de Santo Domingo de Guzmán, tres Monjas Dominicas acudieron a hacer compañía a las Monjas Jerónimas, llevándoles unas golosinas y ropa para una enferma, encontrándose con la sorpresa que estaba allí Carmen Miedes, a la que conocían mucho pues muchas de ellas habían sido pacientes de ella.
 
   Las Monjas, con Carmen, se pusieron a rezar el Rosario y al poco tiempo llegaron los milicianos rojos para asesinar a Carmen, que llevaba un Crucifijo grande, su compañero inseparable, y un Escapulario con los cordones tan a la vista que se lo advirtieron las Monjas. Ella contestó: “Conmigo anduvo siempre y no me lo quitaré, aunque me maten”.
 
   El presidente del Comité rojo le había prometido mandarla a cuidar a una enferma, cosa que recelaba creer, pues a las monjas les dijo “Me llevan para matarme”. “Enséñenme un acto de contrición breve. Y si no, empezaré el Credo y hasta donde llegue”, añadió.
 
   En una habitación contigua estaban las togas de los abogados de Toledo, que se entretuvieron en registrar. Conoció ella la de su hermano Luis, ya asesinado y la besaba con delirio. Al llegar los milicianos, se adelantó uno y pronunció su nombre y apellidos. Ella se levantó sin decir nada, mientras por su rostro caían grandes lagrimones. Salió escoltada por seis milicianos armados, tres a cada lado, a pasos presurosos, por la puerta trasera, hacia la granja. Pronto las Monjas oyeron la descarga fatal. Su cadáver quedó allí durante todo el día insepulto, siendo profanado por algunas miserables mujerzuelas que registraron sus vestidos y exhibían luego como un trofeo lo que en ellos habían encontrado.
 
   Carmen llevaba su espiritualidad por todas partes. Frecuentaba la Confesión y la Comunión. Oía Misa casi todos los días, y rezaba diariamente el Rosario. Por su martirio, se le concedió la “Y” de Plata Individual de la Sección Femenina de Falange. Está proclamada Mártir de la Persecución Religiosa en España, y camino de los Altares.