Pío Moa
Salió hace poco mi libro El derrumbe de la II República. Historia de un proceso trágico, que antes iba acompañado de una exposición de la guerra civil misma. He creído que el tema merecía un estudio específico, por su carácter en cierto modo ejemplar, como caída de una democracia o más apropiadamente semidemocracia. Ningún régimen ha sido tanto y tan violentamente atacado por las izquierdas (tres insurrecciones anarquistas, intentos de golpes de estado al perder la izquierda las elecciones del 33, insurrección de octubre del 34 por parte de socialistas, separatistas catalanes, comunistas, sectores anarquistas y con apoyo político de Azaña y los republicanos de izquierda, desvirtuación antidemocrática de las elecciones de 1936… Por comparación el golpe de Sanjurjo –que tan decisivo papel jugó para traer la república— fue casi una broma )… Y sin embargo, los prodigios de la propaganda han logrado presentar a la república como un régimen democrático de izquierdas permanentemente acosado por la derecha. Y esta es la versión que sigue difundiéndose contra viento y marea, prueba también del bajo nivel de la historiografía sobre la Guerra Civil y sus causas. Hace años P. Preston escribió La destrucción de la democracia en España, un relato en que casi cada párrafo contiene una manipulación, interpretación arbitraria o falseamiento de las fuentes, saliendo de tal cocido un PSOE y unas izquierdas defensores a ultranza de la democracia republicana.
El derrumbe de la II República trata el período entre el fracaso de la insurrección izquierdista-separatista de octubre del 34 y el 18 de julio de 1936. No debe olvidarse que la revolución de octubre fue planteada textualmente como guerra civil, y que las actitudes básicas de la izquierda no cambiaron después de la derrota, por lo que después de volver al poder en 1936, devastaron la legalidad republicana e hicieron inevitable la reanudación de la guerra. Este período merece, insisto, un estudio especial.
En el prefacio del libro he señalado:
La Guerra Civil y la II República han engendrado tal cantidad de bibliografía que, para no ser redundante, cualquier libro nuevo que trate esos temas debe empezar por justificar sus aportaciones. He aquí las principales de este libro:
a) El enmarque de los sucesos españoles dentro de las corrientes políticas en la Europa de los años 30, algo que se da casi siempre por obvio en la mayoría de las historias de nuestra guerra civil, sin que lo sea en absoluto.
b) El análisis de las ideologías entonces en pugna, análisis a mi juicio esencial para entender los hechos. Es infrecuente en los libros de historia la exposición de las ideologías, bien porque el historiador las dé por sabidas de los lectores, o porque opine que las mismas carecen de influencia real en los acontecimientos, los cuales se explicarían mejor por otras causas. Creo que se trata de un error, aunque sea muy compartido.
c) El examen de la gran campaña de acusaciones sobre la represión derechista en Asturias durante y después de la insurrección del 34. Campaña creída a ojos cerrados por muy numerosos historiadores, y creo que nunca analizada en su gran trascendencia política. Pero la campaña no solo fue clara y deliberadamente falsaria, sino que tuvo invalorables consecuencias políticas, al situar a la derecha a la defensiva e impedir una reorientación moderada del PSOE. Y, no menos importante, moldeó un ambiente social de irreconciliable antagonismo, el cual explica la saña con que se desataron las pasiones desde julio del 36.
d) Los conflictos dentro del PSOE entre los radicales de Largo Caballero y Prieto, una vez desplazado el moderado Besteiro. Me parece confusa la muy compartida tesis de Madariaga atribuyendo la causa de la guerra a las divisiones dentro del PSOE. Él considera la división entre un radical Largo y un moderado Prieto, pero la moderación de este último era ficticia, y la pelea interna del PSOE en aquellos meses fue de otro tipo. El problema real consistió en el desplazamiento de Besteiro, representante del ala moderada y democrática que resultó muy débil. Su fracaso, como el anterior cuando quiso frenar la bolchevización del PSOE a partir de 1933, hizo prácticamente imparable el empuje hacia la guerra.
e) Se ha solido tratar el asunto del straperlo como un dato sin más trascendencia que la corrupción del Partido Radical de Lerroux. Incluso como prueba de un clima muy poco corrupto, capaz de indignarse por tan pequeñas corruptelas. Desde luego, la idea de unos políticos republicanos incorruptibles o poco menos es falsa. En realidad se trató de una conspiración urdida por Azaña, Prieto y un chantajista extranjero, para hundir a Lerroux, con la colaboración del presidente de la república, Alcalá-Zamora. Y su extraordinario triunfo tuvo la grave consecuencia de hundir a un partido moderado que daba estabilidad a la república y de aumentar el extremismo ambiente.
f) La cadena de errores e intrigas de Alcalá-Zamora para expulsar del poder a Gil-Robles y su partido, la CEDA. Con ese objetivo tensó al máximo, incluso vulneró, la legalidad y el carácter parlamentario del régimen. Ello le empujó finalmente a la apresurada e insensata disolución de las Cortes y convocatoria de las fatídicas elecciones de febrero de 1936.
g) Las votaciones del Frente Popular, en febrero de 1936, cuyo carácter fraudulento rara vez ha sido señalado en toda su amplitud. En el libro anterior sostenía que la república cayó con el reparto de armas a los sindicatos el 18 de julio. Hoy sostengo que aquellas elecciones dieron el golpe de gracia al régimen, ya malherido por la insurrección del 34. Los meses posteriores hasta julio solo pueden entenderse como una acelerada descomposición de la república.
h) Aunque el período entre dichas elecciones y el golpe de Mola cinco meses más tarde ha sido descrito en bastantes libros, creo haber expresado la lógica del proceso con más claridad que en otros estudios.
i) También he epilogado el libro con el problema de la democracia en España, esencial a mi juicio y generalmente no tratado.Cada uno de estos enfoques, aunque no todos, difiere de la mayoría de los de otros autores; pero el conjunto ofrece una visión bastante nueva y, espero, más profunda del período.
Ahora que se acerca el 77 aniversario del alzamiento de julio del 36 no sobra, sino lo contrario, reflexionar sobre la cuestión. Pues de aquella guerra parte entre otras cosas, el período de paz, estabilidad y prosperidad más largo que haya vivido España en al menos dos siglos. Período hoy amenazado por la destrucción del estado de derecho, la corrupción y los separatismos.