Que la Iglesia presentó la llamada Guerra Civil Española como una Cruzada, es mucho más que un tópico. Y si alguno lo considera así, es decir una expresión trivial o muy empleada, un lugar común, tendrá que reconocer al menos que es porque el hecho se impone con toda evidencia. Y carecemos de palabras para calificar a quien atribuye a los obispos españoles de 1937 como frase entrecomillada
“Esto no es una cruzada”. Artimaña con la que pretende hacernos creer que rechazaron esa denominación y para ello propone una lectura sesgada de la
Carta colectiva de los obispos españoles a los de todo el mundo con motivo de la guerra de España, publicada el 1 de julio de 1937.
Baste aducir aquí un texto, entre los muchos que podrían citarse, de uno de los firmantes de la carta, el Obispo de Salamanca D. Enrique Pla y Deniel:
«La explicación plenísima nos la da el carácter de la actual lucha que convierte a España en espectáculo para el mundo entero. Reviste, sí, la forma externa de una guerra civil, pero en realidad es una cruzada. Fue una sublevación, pero no para perturbar, sino para restablecer el orden […] Ya no se ha tratado de una guerra civil, sino de una Cruzada por la religión y por la patria y por la civilización. Ya nadie podía tachar a la Iglesia de perturbadora del orden, que ni siquiera precariamente existía»
(Las dos Ciudades,30 de septiembre de 1936)
Y algunos años más tarde, el prelado ratificaba el apoyo dado a la causa nacional por los firmantes de la
Carta Colectiva:
«Los Obispos españoles en nuestra carta colectiva de 1937 a todos los Obispos del mundo, redactada y suscrita en primer término por nuestro venerable predecesor el insigne Cardenal Gomá, dijimos claramente que los Obispos españoles no habíamos provocado la guerra civil ni conspirado para ella; pero que, colectivamente, formulábamos nuestro veredicto en la cuestión complejísima de la guerra de España ‘porque aun cuando nuestra guerra fuese de carácter político o social, ha sido tan grave su repercusión de orden religioso y ha aparecido tan claro desde sus comienzos que una de las partes beligerantes iba a la eliminación de la religión católica en España, que nosotros, Obispos, católicos, no podíamos inhibirnos ni dejar abandonados los intereses de Nuestro Señor Jesucristo sin incurrir en el tremendo apelativo de los canes muti, con que el profeta censura a quienes, debiendo hablar, callan ante la injusticia’»
(Ecclesia, nº 217, 28.IX.1945, pág. 6.)
En efecto, no aparece en la Carta Colectiva el término Cruzadapero a lo largo del documento se explicita con reiterada argumentación el concepto que bajo dicha palabra se esconde. La Iglesia ni quiso la guerra ni la buscó pero las graves repercusiones de orden religioso que había tenido al ser víctima principal de la furia de una de las partes contendientes justifican sus pronunciamientos favorables al Movimiento Nacional.
Los obispos españoles caracterizaron la revolución española por su crueldad, inhumanidad, capacidad destructora de la civilización y el derecho, antiespañolismo y, sobre todo, anticristianismo. Por eso, coincidían en que no había otra alternativa que ésta: «o sucumbir en la embestida definitiva del comunismo destructor, ya planeada y decretada, como ha ocurrido en las regiones donde no triunfó el movimiento nacional, o intentar, en esfuerzo titánico de resistencia, librarse del terrible enemigo y salvar los principios fundamentales de su vida social y de sus características nacionales». De ahí la consecuencia: «Hoy por hoy, no hay en España más esperanza para reconquistar la justicia y la paz y los bienes que de ella derivan, que el triunfo del movimiento nacional».
Se podrá juzgar el hecho del apoyo de la Iglesia al bando nacional con las categorías que se le quieran aplicar y de ahí que para nosotros merezca encomio y para otros vituperio. Pero la realidad no se puede negar.
Y en TD pondremos en evidencia a los firmantes de manipulaciones históricas y a los medios que les dan cabida porque no estamos dispuestos a que el prólogo de la próxima beatificación de centenares de mártires españoles sea una infame renuncia a todo por lo que aquéllos dieron su vida. Y menos aún a que se utilice su nombre para una burda manipulación histórica al servicio de no queremos adivinar qué intereses.