1ª PARTE:
EL MUSEO DEL EJÉRCITO EN MADRID
El Museo del Ejército madrileño cerró definitivamente el 30 de junio de 2005 para empezar a “hacer el equipaje” con vistas a su traslado a las instalaciones toledanas.
Un año antes, en 2004, en un artículo en Militaria, Revista de Cultura Militar, el General Álvarez Carballa, Director por entonces del Museo y, como tal, organizador de los trabajos de desmontaje y embalaje, explicaba:
«Se trata de un Museo con una extraordinaria riqueza de fondos,que, especialmente en aspectos como artillería antigua,armas blancas y de fuego, con colecciones como la armería de Medinaceli, o piezas como la Tizona del Cid o la espada jineta de Boab
dil, y otras muchas,es uno de los mejores del mundo.
Por otra parte, escenarios como el famoso Salón de Reinos son por sí mismos piezas de museo,y el conjunto de continente y contenido ,la presencia de gloriosas Banderas y de recuerdos entrañables de nuestra Historia,ha conmovido a generaciones de visitantes».
El Museo Nacional del Ejército fue creado por Manuel Godoy en 1803. Era el más antiguo de España tras el Museo de Ciencias Naturales (El Prado se abrió más de 30 años después). Su primera ubicación fue el Arsenal Central de Artillería (parque de Monteleón, de Madrid). Contaba, principalmente, con los fondos de Artillería (allí se depositaban una copia de cada modelo nuevo de arma que se fabricaba). Allí el personal del Museo sacó los cañones de éste a la calle para combatir a los franceses el 2 de Mayo de 1808, bajo el mando de los capitanes de Artillería Daoiz y Velarde y del Teniente de Infantería Ruiz.
En 1815 se trasladó al palacio de Buenavista (sede actual del Cuartel General del Ejército). Incorporó nuevas colecciones, principalmente las 2.000 banderas que eran Patrimonio Real. En tiempos de la regencia de Espartero, éste reclamó para su uso ese palacio. Entonces tuvo lugar el traslado del Museo al palacio del Buen Retiro, que ha sido su sede interrumpida hasta ahora. Fue incorporando fondos, tanto piezas aisladas como colecciones completas, repartidas por casi una treintena de salas.
El palacio del Buen Retiro fue mandado construir el Conde-Duque de Olivares, en terrenos en parte de su propiedad, al comienzo del reinado de Felipe IV, hacia 1623, para ofrecer al nuevo rey un lugar más confortable que el viejo Palacio Real ,un “buen retiro”. Allí, en el salón principal, el Salón del Trono (primero Salón Dorado y luego Salón de Reinos), se interpretaban comedias,a las que el rey era muy aficionado. Este salón fue decorado con pinturas de Velázquez y otros pintores de su época, españoles e italianos; doce grandes cuadros que representaban los triunfos militares del rey; entre las obras destacaba el famoso cuadro de Las Lanzas, o de la Rendición de Breda. Adornaban el techo veinticuatro escudos de los reinos que entonces integraban la Monarquía hispánica. Los Borbones apenas utilizaron el palacio. Napoleón voló tres de sus cuatro torretas y robó cuatro de sus cuadros, de los cuales tres se pudieron recuperar.
Hacia 1842 se acondicionó lo que subsistía del palacio para instalar el Museo .Subiendo por una hermosa escalinata se llegaba a la Planta de Infantería, la más noble del edificio, cuyo centro era el suntuoso Salón de Reinos, que en un tiempo fue el corazón de la Monarquía española, flanqueado, a izquierda y derecha, por otras dos salas, denominadas de la Reina y de Armas. Es esta misma planta había otras salas. Luego había otras dos plantas, de Ingenieros y de Artillería; en la terraza o explanada exterior se exhibían piezas artilleras…
Durante la dictadura de Miguel Primo de Rivera se planteó por primera vez el traslado del Museo al Alcázar de Toledo (por aquel entonces, Academia de Infantería). En 1929 se llevó allí una parte de los fondos. Sin embargo, en 1930 el gobierno del general Dámaso Berenguer dio contraorden,y las piezas volvieron a Madrid.
Durante el franquismo se presentó a Franco una segunda propuesta de traslado del Museo al alcázar. En 1965 se tomaron las primeras disposiciones en tal sentido,pero finalmente las actuaciones quedaron paralizadas, quizás por dificultades económicas, quizás porque Reales Academias y catedráticos universitarios lo desaconsejaron. La iniciativa, pues, no prosperó. El tercer intento de traslado aparece en 1985 y, curiosamente, lo impulsan dos profesores extranjeros: Los hispanistas Elliot y Brown, de la Universidad de Yale, hicieron un estudio sobre el reinado de
Felipe IV y sugirieron que el Salón de Reinos podía devolverse a su condición original.
En contra de este criterio se hallaban dos estudios de profesores españoles, uno del siglo XIX y otro del XX, que manifestaban la imposibilidad de tal recuperación. En 1990, el gobierno de Felipe González dio acogida al estudio de los anglosajones y volvió a hablarse del traslado del Museo a Toledo, pero no se dieron pasos al respecto.
En 1996, el gobierno de José María Aznar recuperó la idea y finalmente la materializó en un decreto en 1997. Las principales Reales Academias dirigieron escritos al Gobierno manifestando su discrepancia, pero fue en vano. El entonces director del Museo,el general Juan Antonio Sánchez,disconforme con la decisión, fue cesado. Miembros de la Asociación de Amigos de los Museos Militares crearon una Asociación específica de defensa del Museo del Ejército, cuyas intervenciones han sido infructuosas.También el Ayuntamiento de Madrid protestó contra el traslado. En 1997 el entonces Alcalde de Madrid, Álvarez del Manzano, ofreció al Ministerio de Defensa, como edificio alternativo en la capital para albergar el Museo, el Cuartel del Conde-Duque, entonces aún sin restaurar, y convertido hoy en Centro Cultural. La propuesta fue rechazada.
En 2005, con el cierre de las salas del Buen Retiro, se ponía fin al Museo del Ejército tal como había existido casi desde su creación. Los salones del Buen Retiro eran soberbios. En ellos, las piezas estaban expuestas de un modo abigarrado,en el que los defensores del nuevo Museo (que no son muchos) han centrado las críticas. El Museo de Madrid necesitaba quizás un nuevo plan museográfico y la incorporación de nuevas tecnologías. Pero ese abigarramiento formaba parte del encanto de un Museo que no pretendía ser una mera vitrina didáctica sino un transmisor de sentimientos. Los aficionados a la Historia Militar, valoraban eso. Para los no interesados en tal Historia, da lo mismo qué criterio expositivo siga el Museo, porque para ellos carece de verdadero atractivo.