El salvamento de las obras del Museo del Prado

 
 
 
Armando Marchante Gil
General de Brigada de Artillería (R)
 
   Al calor de la malhadada Ley de Memoria Histórica que, aparte de su absurdo enunciado, entre otras cosas falsea continuamente hechos y acontecimientos de la Guerra Civil, están apareciendo nuevas versiones de determinados episodios en un vano intento de que cuestiones y sucesos perfectamente aclarados, bien en el mismo momento en que tuvieron lugar, bien en la amplia bibliografía aparecida posteriormente, cambien de significación. Ahora, setenta años después, se trata de dar lustre a los vencidos –que lo fueron por sus propias demasías y errores—atribuyéndoles una especie de justificación histórica que no tiene fundamento en los hechos y que, por lo tanto, no es de recibo. En algún caso, se trata de recuperar el odio que nos llevó a la guerra civil, odio hoy inducido y subvencionado.     
 
   Entre estos intentos de tergiversación figuran videos, reportajes, publicaciones y tesis sobre la peripecia que sufrieron la mayoría de las obras maestras del Museo del Prado, a la que fueron sometidas por los gobernantes de aquella República que, en horas veinticuatro, pasó de ser democrática a convertirse en un anticipo de lo que más tarde habíamos de conocer como democracias populares del Este de Europa.     
 
   El traslado en tiempos de guerra de aquel conjunto de obras maestras de nuestra pintura desde Madrid a Valencia; de allí a Barcelona y luego a Figueras para terminar su incierto y peligrosísimo recorrido en Ginebra, figura por derecho propio en las antologías del disparate cultural. Pues bien, en recientes publicaciones oficiales u oficiosas se nos quiere hacer creer que todo ello demuestra una laudable preocupación de los dirigentes de aquella República por la cultura española.     
 
   Los hechos fueron los que fueron y su conocimiento detallado viene de antiguo, cuando el Gobierno Nacional se hizo cargo de aquellos tesoros en Ginebra y de la documentación que los acompañaba. En este caso hubo más suerte que en las toneladas de oro enviadas a Moscú y que los españoles no volverían a ver al igual que ocurría con sus orejas, según frase expresiva atribuida a Stalin.
El pillaje generalizado     
 
   Expuesto esquemáticamente, lo que se sabe desde entonces y está suficientemente documentado gracias a la abundancia de fuentes documentales y gráficas, es que en la zona dominada por los republicanos se inició el mismo 18 de julio de 1936 un pillaje generalizado cuyas primeras víctimas fueron los templos y propiedades de la Iglesia pero que se amplió hacia palacios, edificios notables, domicilios particulares, depósitos bancarios, cajas fuertes y cualquier punto en que hubiese bienes muebles, joyas o cualquier otro objeto de valor.     
 
   En una fecha tan temprana como el 23 de julio de 1936, se creó la Junta de Incautación, Protección y Salvamento del Tesoro Artístico. Como puede apreciarse, lo primero y más importante era la incautación. De este modo pasaba a manos del Estado republicano toda propiedad de valor artístico para su protección. Según las cifras de que se dispone, esta Junta reunió en diversos depósitos de Madrid, entre otros el Museo del Prado, despojado ya de sus principales pinturas, la friolera de 22.500 cuadros, 16.200 objetos artísticos y 2.200 muebles de época. Fue esta Junta la principal ejecutora del traslado primero a Valencia, luego a Cataluña y finalmente a Francia de los cuadros del Prado.     
 
   Simultáneamente funcionaba dependiendo del Ministerio de Hacienda la llamada Caja General de Reparaciones que dedicaba su atención a objetos artísticos o colecciones de monedas que tuvieran un inmediato valor crematístico, incluyendo en él la posible fundición del oro, plata u otros metales preciosos que formasen parte de estos objetos para sufragar los gastos de guerra. Las disputas entre ambos organismos por la posesión de determinados objetos eran muy frecuentes.     
 
   En este latrocinio participaban también los sindicatos, partidos del Frente Popular, municipios, cualquier elemento protegido por su condición de antifascista, e incluso milicianos a título individual. Los tesoros llevados a Méjico en el yate Vita por Prieto y Negrín y las cajas con objetos sumamente valiosos que acompañaron a las pinturas del Prado hasta Francia tienen este origen.
 
Peripecia de las obras del Museo del Prado     
 
   Según la documentación existente, ya en octubre de 1936 es decir antes de la llegada del Ejército Nacional a la capital, el gobierno republicano preparaba la marcha a Valencia de los cuadros del Museo del Prado; huido el Gobierno, la Dirección General de Bellas Artes ordena el 5 de noviembre de 1936 el envío a Valencia de las principales obras del Museo pues consta en la documentación original disponible que «es criterio del Gobierno que todas las obras de arte y objetos de valor integrantes de nuestro Patrimonio Artístico deben estar depositados en el sitio en el que él resida» . El traslado fue dirigido por José Lino Vaamonde, conservador del Museo del Prado, militante de Izquierda Republicana en las condiciones deplorables que él mismo reconoce: en camiones inapropiados del Ejército y por aquellas carreteras infames, plagadas de huidos que no dudaban en subirse a los vehículos que podían.     
 
   María Teresa León, esposa de Rafael Alberti, con quien mantuve alguna conversación durante su residencia en Roma, escribía en 1969: «una cosa fueron las hordas enardecidas que incendiaron y saquearon templos y conventos, y otra absolutamente distinta las personas cultivadas y conscientes que contribuyeron a salvar una parte de nuestro tesoro artístico hasta donde llegaron. En la hora actual, cuando ya no hay ni vencedores ni vencidos y todos buscamos lo que nos une». No podía adivinar Mª Teresa que cuarenta años más tarde se iba a inducir desde el poder la reaparición de aquellos odios.     
 
   A unos 800 metros del Prado estaban —ya vacías de oro— las cámaras de seguridad del Banco de España que a 36 metros de profundidad eran absolutamente seguras; el propio edificio del Museo siguió almacenando durante toda la guerra obras de arte procedentes del pillaje y lugares seguros en Madrid los había en abundancia. Especialmente cuando Franco decidió suprimir todo bombardeo al Este de la línea Paseo de la Castellana- Paseo del Prado, a pesar del despliegue artillero republicano en el Retiro y de estar allí el Cuartel General del Ejército del Centro.     
 
   Es indiscutible a la luz de la documentación existente que el designio del gobierno republicano era llevar consigo las obras de arte como garantía de los préstamos que necesitaba y también como posible tesoro para acompañar a sus miembros en el exilio. Esto explica que, al llegar los cuadros y demás objetos a Cataluña, el Gobierno traspasase las competencias sobre este tesoro desde el Ministerio de Instrucción Pública al de Hacienda. Se trataba ya de material fungible.     
 
   Los peligros de tales traslados en las condiciones en que se realizaron fueron enormes; así el vuelco de un camión en el traslado desde Valencia hasta Cataluña dañó la Carga de los mamelucos en la Puerta del Sol de Goya. Nada decir de los riesgos corridos en plena retirada, o más bien huída, en los Castillos de Perelada y Figueras y en la mina de talco de La Vajol, así como en el paso de la frontera hasta la llegada a Ginebra de las 1.868 cajas con obras de arte valiosísimas.  
 
Conclusión     
 
   Si las obras de arte del Museo del Prado y parte de las joyas se salvaron no fue por la acción del Gobierno republicano y los funcionarios que realizaron el traslado, sino a pesar de ellos. El despojo sufrido por nuestro patrimonio artístico fue tremendo y solo se puede comparar con el sufrido por la Desamortización de Mendizábal. Que, ahora los epígonos de aquellos se presenten como defensores de la cultura es una monumental estafa histórica.
 
 
Lecturas recomendadas
 
Salvador de Madariaga: España. Ensayo de Historia contemporánea. Espasa Calpe, Madrid-1979.
Pío Moa: Los mitos de la Guerra Civil, La Esfera de los Libros, Madrid-2003.
VV.AA.: Arte en tiempos de guerra, C.S.I.C., Madrid-2009.  
 
 
 
(Tomado de Plataforma 2003. 31 de enero de 2010)
 

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