Pío Moa
En Los orígenes de la guerra civil, reeditada con motivo de su décimo aniversario, escribí:
“Ya durante la campaña electoral de noviembre de 1933, un joven de las JONS murió acuchillado en Daimiel en un mitin socialista, y un mitin de José Antonio fue tiroteado, dejando un muerto y una señora malherida. En enero del 34, nuevos asesinatos (…) como el de un joven de 18 años en Madrid, por vérsele comprar el órgano de la Falange. Estos crímenes iban envueltos en una nube de acusaciones por supuestos crímenes y abusos policiales y derechistas”.
Sigo citando Los orígenes…
Uno de los más fervientes bolcheviques, Hernández Zancajo, llevaba en las Cortes la voz cantante en la denuncia de los pretendidos abusos. El 1 de febrero
José Antonio le replicó despreciando
“los aspavientos y relatos melodramáticos de horrores perpetrados por los fascistas”, y aclaró:
“Frente a esas imputaciones de violencias vagas, de hordas fascistas y de nuestros asesinatos y de nuestros pistoleros, yo invito al señor Hernández Zancajo a que cuente un solo caso con nombres y apellidos. Mientras, yo, en cambio, le digo a la Cámara que a nosotros nos han asesinado a un hombre en Daimiel, otro en Zalamea, otro en Villanueva de la Reina y otro en Madrid, y está muy reciente el del desdichado capataz de venta del periódico FE; y todos estos tenían sus nombres y apellidos, y de todos se sabe que han sido muertos por pistoleros que pertenecían a la Juventud socialista o recibían de cerca sus inspiraciones”.
Los atentados continuaron. En enero y febrero cayó otro falangista en Éibar y uno más en Madrid, aparte de varios heridos. El líder trataba de frenar el ansia de venganza entre sus seguidores:
“Una represalia puede ser lo que desencadene en un momento dado (…) una serie inacabable de represalias y contragolpes. Antes de lanzar así sobre un pueblo el estado de guerra civil deben los que tienen la responsabilidad del mando medir hasta dónde se puede sufrir y desde cuándo empieza a tener la cólera todas las excusas”.
La respuesta de la Falange se limitó a peleas a puñetazos, asaltos a locales de la FUE, colocación de banderas de Falange en sedes socialistas, etc. El 9 de febrero un militante del PSOE asesinaba a
Matías Montero, jefe del sindicato universitario falangista. La crispación subió de tono, pero tampoco estalló entonces la venganza, a pesar de que los monárquicos alfonsinos incitaban con sarcasmo a la Falange a cumplir sus postulados, ridiculizaban las siglas FE como Funeraria Española y al líder falangista como Juan Simón, por la célebre copla (…) José Antonio declaró oficialmente que su partido
“no se parece en nada a una organización de delincuentes ni piensa copiar los métodos de tales organizaciones”.
José Antonio tras el entierro de Matías Montero
Pero en marzo y abril perdieron la vida más falangistas, cinco obreros de la imprenta que tiraba el periódico de Falange salían heridos por explosión de bomba y el propio José Antonio escapó por los pelos de un atentado. Y la lista siguió alargándose. Entonces tomó cuerpo en la Falange la voluntad de replicar con las armas (…). Pero solo en el verano empezaría la primera réplica sangrienta. Las juventudes del PSOE recibían entrenamiento paramilitar en las afueras de las ciudades y organizaban paradas como una en San Martín de la Vega, reseñada el 10 de julio en El Socialista:
“Uniformados, alineados en firme formación militar, en alto los puños, impacientes por apretar el fusil (…) Un poso de odio imposible de borrar sin una violencia ejemplar y decidida, sin una operación quirúrgica”.
Estos datos no han sido, desde luego, rebatidos, y la mayor parte de ellos eran ya conocidos de algunos historiadores. Pero, pese a ser conocidos, casi nadie los mencionaba, fuera de Ricardo de la Cierva y algún otro. Por el contrario, uno podía leer en Tuñón de Lara: “La tensión también se expresaba por la aparición del SEU (sindicato falangista) en la Universidad, cuyos asaltos a locales de la FUE (socialista) añaden una nueva nota de violencia, así como las ventas del periódico falangista FE, en la calle, que originan réplicas también (sic) violentas de los socialistas”.
Tamames escribía por entonces: “Estas fricciones originaron toda una serie de encuentros sangrientos en los que FE de las JONS se convirtió en la fuerza de choque de la derecha”.
Sheelagh Ellwood vela los hechos al resumir que la Falange practicaba “los actos públicos, el reparto de propaganda y las confrontaciones armadas con los socialistas”.
Santos Juliá interpreta: “Es tiempo también en que, tras un acto en la Comedia, los fascistas se lanzan a la calle, asaltan despachos, vocean más que venden su periódico y se dedican a una provocación que encuentra lo que busca en las continuas carreras, enfrentamientos y asaltos que les enfrentan a los jóvenes socialistas y comunistas”.
Y un largo etcétera de manipulaciones por el estilo. Generalmente estos historiadores, faltos de todo crédito para quien conozca algo los hechos, exponen los sucesos al revés, o los velan con afirmaciones generales. O sacan un increíble partido de una frase de José Antonio en el
Teatro de la Comedia aludiendo al
“lenguaje de los puños y las pistolas cuando se ofende a la justicia o a la patria”, frase que no llegó a los hechos hasta después de la serie de asesinatos socialistas. Además, la frase es simplemente suavísima comparada con las de los socialistas y comunistas de la época y muy anteriores.
Unos y otros preconizaban sin ambages la guerra civil para liquidar la “República burguesa” y “las ilusiones democráticas”. Una circular de las Juventudes en febrero de 1934 decía:
“Estamos en pleno período revolucionario (…) Ya se han roto las hostilidades (…) Nuestras secciones tienen que colocarse en pie de guerra”.
“¡¡Estamos en pie de guerra!! ¡Por la insurrección armada! ¡Todo el poder a los socialistas!”.
“El proletariado [es decir, el PSOE] marcha a la guerra civil con ánimo firme (…) La guerra civil está a punto de estallar sin que nada pueda ya detenerla”. Etc.
Estas frases suelen ocultarlas cuidadosamente los historiadores autodenominados “científicos” y “académicos”. Y no solo las frases, sino los hechos, lo que es más grave. La realidad es que la Falange soportó estoicamente numerosos asesinatos antes de empezar las réplicas, ya en el verano del 34. Cabe preguntarse por la legitimidad de estas represalias. A mi juicio sí la tenían, no por los atentados socialistas, sino porque el poder, entonces en manos de la derecha, apenas perseguía a los asesinos, que actuaban con gran sensación de impunidad mientras los Hernández Zancajo y compañía lanzaban nubes de acusaciones sin base.
La derecha mostraba una lenidad asombrosa en su obligación de cumplir y hacer cumplir la ley, con lo que perdía gran parte de su legitimidad y del derecho al monopolio de la violencia. Sólo en octubre, cuando socialistas, nacionalistas catalanes y otros se alzaron en armas, replicó con bastante eficacia; pero una actitud previa más enérgica en defensa de la ley habría impedido que las cosas llegaran tan lejos.
Dos años después, cuando el Frente Popular se impuso en unas elecciones irregulares, la Falange sufrió de nuevo numerosos asesinatos y fue hostigada ilegalmente por un poder que, ante los atentados, perseguía al entorno de las víctimas y dejaba impunes a los asesinos de izquierda. Estas actitudes explican bastante bien por qué y cómo se llegó a la guerra civil en 1934 y se reanudó ésta en 1936.