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Andrés Viola Estany
Abogado de Balaguer, Lérida
Boletín Informativo FNFF
Ignoro si lo que voy a narrar a continuación tiene valor para ustedes. A mí me parece significativo de la corrección, atención, amabilidad y diferencia del que fue Jefe del Estado.
Fue con ocasión de la inauguración del Monumento a la gesta de la Cabeza de Puente de Balaguer.
El Caudillo en viaje de Lérida a Talarn, accedió a entrar en Balaguer para inaugurarlo.
En aquel entonces, creo que era el año 1964, yo era Concejal del Ayuntamiento de Balaguer.
Cuando llegó el Caudillo me hallaba entre la fila de personas que constituían, digámoslo así, la representación de la Ciudad, y me hallaba situado entre el caballero laureado D. Jaime Bofill Gasset-Amell (a mi derecha) y el Notario entonces de Balaguer, D. Pijuan Vila (a mi izquierda).
A pesar de lo protocolario del acto, el Caudillo, cuando llegó a la altura del Sr. Bofill advirtió la Laureada que llevaba en la solapa y deteniendo el paso preguntó: ¿Caballero Laureado? ¿Dónde la ganó?, contestando Bofill: «En Belchite, en el año 1937», a lo que el Caudillo añadió «Le felicito».
Después de darme la mano a mí, al llegar a la altura del Sr. Pijuan, advirtió que el mismo lloraba (el hombre no pudo resistir la emoción del momento), deteniéndose de nuevo el Caudillo, para asirle amablemente los brazos, en clara muestra de agradecimiento, apoyo y consuelo.
Se me quedaron ambos episodios muy grabados, porque me sorprendió que el Caudillo pudiera ser tan atento, afectuoso y humano en una ceremonia tan protocolaria como el saludo a una representación ciudadana, en un acto que llenó de gentío la Plaza del Mercada!, una de las mas amplias de Cataluña, llena de gritos patrióticos, y de exclamaciones de Franco, Franco, Franco, que más parecían invitar a la dispersión de la atención del Caudillo que a la atención que demostró tener para todos los detalles.
Supongo que debía ser algo habitual en él, porque más tarde, cuando la última visita de Franco a Barcelona, al recibir en Pedralbes a los Consejos Provinciales del Movimiento de las Provincias catalanas, al llegar los de Lérida con algún retraso nos tocó permanecer en segunda fila.
Un miembro de la Casa Civil nos rogó, antes de comenzar la recepción, que con el fin de que el acto resultara lo menos agotador posible para el Caudillo, le saludaran única mente los de la primera fila, cosa que como es natural estábamos dispuestos a cumplir.
Pero cuando Franco llegó a nuestra altura, con agradable sorpresa por parte nuestra y a pesar de las indicaciones y delicados forcejeos de los que ordenaban el protocolo, con un gesto abrió un paso en la primera fila, para saludar a todos los que estábamos detrás.
Ignoro si lo que acabo de contar puede tener interés.
En todo caso valga como homenaje a Francisco Franco, cuyo nombre oí por primera vez en zona roja, el año 1936, en una casa donde diariamente se conectaba con las radios nacionales para vivir de la esperanza. Contaba yo entonces nueve años de edad y recuerdo que hice el comentario de que nombre y apellido comenzaban con la misma letra: la F, con el consiguiente susto de las personas mayores asistentes, que advirtieron que yo me daba cuenta de lo que allí se hacía, motivo por el que fui repetidamente advertido, para evitar un desliz por mi parte que pudiera ser inconsciente denuncia de algo que en aquél entonces y aquél lugar: el Balaguer del año 1936, podía ser causa de graves problemas: el escuchar las radios nacionales.