La experiencia Mondragón: el por qué de un éxito (1), por Pedro Bielsa Álvarez y Javier Oñate Fernández

Fieles a uno de los propósitos originales de la Fundación Nacional FRANCISCO FRANCO ya en 1981 iniciamos, con la publicación de este trabajo sobre cooperativismo industrial, lo que llamamos la FUNDACION CULTURAL, sección que aspiramos llegue a ser columna básica de nuestro Boletín.

Una de las tareas de la Fundación es la de contribuir al desarrollo del núcleo de ideas que integran el pensamiento político de FRANCO. Pues bien, una de sus realizaciones en el orden social y económico fue «la experiencia Mondragón», un modelo cooperativista industrial «que pudiera ser un ejemplo a seguir en estos días», como dicen los autores del trabajo. Ella nos revela la capacidad creadora del Régimen de Franco y nos añade razones para afirmarnos en nuestra convicción sobre su eficacia.

El ensayo que hemos elegido para inaugurar las páginas de la FUNDACION CULTURAL y que ha sido posible gracias al patrocinio de la Fundación y al generoso mecenazgo de su colaboradora, doña María Eugenia Sevilla, nos parece una reflexión útil. Como ella podemos proponer muchas más, y vamos a hacerlo.

Creemos que en pensamiento político de FRANCO y en la dinámica de ideas surgidas en su circunstancia ha fermentos, mensajes, claves y fórmulas cuyo debate y cuyo desarrollo pueden contribuir al esclarecimiento de nuestro tiempo y al ordenamiento de la construcción política desde el nivel del espíritu.

Y esta es la significación última de la FUNDACION CULTURAL dentro de nuestro Boletín.

He aquí el primer estudio que fue publicado en abril de 1981.

Pedro Bielsa Álvarez

Javier Oñate Fernández

Boletín Informativo FNFF nº 18 (Abril 1981)

Introducción

El declive económico (casi precipicio) que padecemos ha provocado, entre otras muchas consecuencias, tales como el desempleo, la desaparición de muchas empresas y la disminución en la producción nacional. Todo ello supone una importantísima disminución de la riqueza patria.

No se precisa ser técnico en la materia para adivinar una de las causas principales de esta situación, cual es la inseguridad política que padecemos.

Con estas premisas pretendemos estudiar el modelo cooperativista industrial, no ya en su aspecto teórico, o de laboratorio, sino en la práctica, en la realidad social de Mondragón ocurrida en las dos décadas últimas, y que pudiera ser ejemplo a seguir en estos días.

La importancia del tema nos obliga a efectuar un trabajo técnico, si bien pretendemos realizar ciertas observaciones y extraer conclusiones de tipo político, importantes para la comprensión de lo que fue la experiencia Mondragón.

Y vayan en estas líneas nuestro agradecimiento y dedicatoria a Don Juan Velarde, Catedrático de Estructura Económica de la Facultad de Económicas de la Universidad Complutense de Madrid, por tan acertada elección de este tema y por la grata oportunidad brindada por la Fundación Nacional Francisco Franco para la publicación del presente trabajo.

Reseña histórica

En el sudoeste de la provincia de Guipúzcoa se encuentra Mondragón, pueblo tradicionalmente industrial, en el que aparecen las primeras «ferrerías», en la Edad Media. Dentro de la provincia es un pueblo de los de mayor densidad industrial en un contexto ya de por sí muy industrializado.

Este ambiente industrializado colabora como una de las premisas fundamentales de cara al cooperativismo industrial, habiendo observado BOTTERI que es un fenómeno que se suele reproducir en aquellos lugares que han traspasado la economía de consumo hacia la industrialización y de mercado. Junto con el desarrollo económico aparece un desarrollo cultural y social, necesario para lograr la unión necesaria de cara al cooperativismo.

Hito importantísimo en esta historia es la aparición de la Unión Cerrajera en Mondragón, acaecida en 1906, y que influyó en gran medida en el movimiento cooperativo.

Acercándonos ya a la experiencia Mondragón de cooperativismo industrial, no debemos olvidar a la persona que fue alma e impulso de este movimiento. Nos referimos al Padre José María Arizmendi-Arrieta, que, destinado en 1940 como coadjutor de la Parroquia de Mondragón, realiza una importante tarea de formación humana, social y cristiana entre la juventud mondragonesa. Esta labor comienza en febrero de 1941 al ser nombrado Consiliario de Acción Católica. A su persona nos referimos en líneas posteriores con más profundidad. Vamos a continuar ahora con el estudio histórico.

El Padre Arizmendi comenzó su labor en la escuela de aprendices de la Unión Cerrajera. Pero, por considerarlo marco estrecho y restringido para su labor, crea, en 1943, una Escuela Profesional, abierta a todos y realizada como obra marginal de Acción Católica. Creada en 1948 la asociación Liga de Educación y Cultura es, mediante ésta, institucionalizada la escuela.

La escuela ha evolucionado posteriormente, llamándose hoy Escuela Profesional Politécnica. En 1971 la Escuela de Ingeniería Técnica ha logrado su transformación en Escuela Universitaria.

Son asimismo de destacar, dentro de la escuela, la Formación Permanente, destinada a los adultos, y que organiza cursos especiales de formación y reconversión profesional, como preocupación constante de aquélla, y la organización ALECOOP (Actividad Laboral Escolar Cooperativa), especie de cooperativa escolar en la cual los alumnos aúnan el estudio y el trabajo remunerado para lograr una autofinanciación de sus estudios. Se ha construido también un Centro de Investigación y Desarrollo con objeto de enfrentarse a las exigencias de competencia e innovación.

Este complejo marco que supone la escuela es la auténtica cantera en la que se han formado los actuales cooperativistas mondragoneses.

La importancia de la escuela ha sido fundamental en el desarrollo cooperativo, pues fundada trece años antes que la primera cooperativa, ha inculcado una educación cooperativista grande de cara a la realidad actual. Es necesario destacar la importancia de la educación como conditio previa del cooperativismo.

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ORGANIGRAMA DE LA DIVISIÓN EMPRESARIAL DE LAS COOPERATIVAS DE MONDRAGÓN

En 1947, un grupo de jóvenes, que habían realizado sus estudios de maestría industrial, deciden seguir los cursos de Ingeniería Técnica, matriculándose en la Escuela de Peritos de Zaragoza, como alumnos libres, para poder compaginar el estudio con el trabajo. En 1952 acaba el primer grupo, formado por once personas, entre las cuales se encuentran los cinco fundadores de la primera cooperativa.

Dada su preparación, ocupan puestos de responsabilidad así como de representación en empresas capitalistas. Su especial idea les granjea dificultades en los dos campos de la empresa, por lo cual deciden intentar una nueva experiencia más satisfactoria, lanzándose a la creación de otro tipo de empresa, con todos los riesgos que ello entrañaba.

En 1956 se da el paso decisivo con la creación de una cooperativa de consumo: Cooperativa San José. Con ella se pretendía promover una educación cooperativa, dada su gran sencillez. En cuanto a las cooperativas industriales, hay en una primera fase dudosos tanteos. El intento inicial es construir comunidades de trabajo y crear empresas que, respondiendo a las exigencias de la economía moderna, fuesen acordes con la doctrina social de la Iglesia, idea directriz de todo el movimiento.

En el primer intento, y por no quedar conformes con el marco que dictaban la Ley y el Reglamento de Cooperativas, deciden la creación de una Sociedad Anónima como marco jurídico idóneo para la experiencia.

Así, en 1955 compran en Vitoria un pequeño taller que es trasladado al año siguiente a Mondragón, y en el que se fabrican estufas y hornillos de petróleo. La empresa toma el nombre de ULGOR, tomado por las iniciales de los apellidos de los cinco fundadores (USATORRE, LARRAÑAGA, GORRO-NOGOITIA, ORMAECHEA y ORTUBAY) todos ellos provenientes de la escuela Profesional de Zaragoza.

En 1957 se inician las obras de un nuevo pabellón destinado a la fundición, para completar todo el ciclo de fabricación. En 1958 entra en España el gas butano y ULGOR comienza a fabricar cocinas que lanza al mercado con el nombre de Fagor.

Pero la preocupación por dar forma y estructura definitiva al nuevo tipo de empresa se intensifica y vuelven a buscar soluciones y fórmulas que no fuera la sociedad anónima, ya que, tras estudios y deliberaciones, la considerarán incompatible con su ideal.

A pesar de que la fórmula por ellos empleada no se identificaba plenamente con la contenida en la ley de Cooperativas, vuelven sobre ella buscando una solución definitiva. Una primera lectura no les satisfizo plenamente, pero, tras acudir a expertos en el campo cooperativo y jurídico, se decidieron por esta fórmula, que tenía indudables ventajas sobre la anteriormente utilizada. Y a pesar de su primera indisposición hacia la forma que la Ley y el Reglamento de cooperativas proponían, hoy son acérrimos defensores del cooperativismo como cauce jurídico adecuado a la reestructuración social de la empresa.

Elaborados y aprobados los primeros estatutos sociales de ULGOR el 2 de noviembre de 1958, son aprobados por el Servido de Cooperación del Ministerio de Trabajo el 3 de abril de 1959.

El 26 de abril de 1959 deciden aplicar la regulación estatuaria a los dos ejercicios anteriores con carácter retroactivo, apareciendo aquí el cooperativismo Mondragonés como empresa y comunidad de trabajo, al amparo de la Ley de Cooperación de 1942.

A partir de este momento comienza la expansión industrial de ULGOR y con ello la aparición de otras cooperativas que toman a aquello como paradigma. En demostración de este desarrollo vamos a dar unos breves pero aleccionadores datos que demuestran tal desarrollo. La cooperativa ULGOR contaba en 1956 con 24 trabajadores y una superficie industrial cubierta de 1.835 metros cuadrados. En el año 1970, catorce años más tarde, el personal asciende a 2.500 trabajadores, y la superficie industrial cubierta, a más de 165.000 metros cuadrados.

Además ULGOR es matriz de otras cooperativas. Cuando en 1957 crearon una nave de fundición para lograr independencia, así como un departamento para la fabricación de sus propios útiles, no se pensaba que tiempo más tarde estas dos secciones iban a ser separadas como cooperativas autónomas en evitación de que una excesiva dimensión perjudicase las relaciones entre los socios.

Se fundan asimismo otras cooperativas basadas en el éxito de ULGOR: en 1957 fue ARRASATE, para la fabricación de bienes de equipo basados en la industria del conformado de la chapa; en 1962 aparece COPERCI, especializada en la fabricación de material accesorio de electrodomésticos, y piezas de regulación; en 1963 nace EDERLAN, que fabrica piezas para la industria del automóvil.

Pero dada la situación económica, dominada por grandes grupos capitalistas que intentan monopolizar el mercado, no le es posible al sistema cooperativo rivalizar con aquél si no es de forma coordinada.

Es en este momento de competencia en donde surge como segunda etapa de la experiencia Mondragón la aparición del complejo industrial ULARCO. Surgen, en 1964, como unión de las cuatro cooperativas antes mencionadas, las bases de su funcionamiento, comenzando su efectividad en 1965.

A las cuatro cooperativas originales (ULARCO, ARRASATE, COPERCI y EDERLAN) se unen en 1966 «Fagor electrónica», surgida de la escisión de esta sección de ULGOR, y en 1974, «Fagor Industrial», que constituía, como la anterior, una División en ULGOR, la de Hostelería.

Solución original y válida en el desarrollo industrial de esta comarca, consigue amplias economías gracias a la realización de servicios comunes, así como a la organización y planeamiento de mercado en común basado en la compenetración industrial.

Se basa su organización en un sistema de descentralización de la gestión empresarial, manteniendo la unión mediante ciertos órganos, como son la Junta General y el Consejo General. Dirigida por una Dirección General y asistida por un consejo de Dirección, tiene, además, los siguientes servicios centrales: Personal Financiero, Desarrollo, Organización e Informática.

Hito importante en este proceso es la creación de la Caja Laboral Popular, con sistema de autofinanciamiento del Cooperativismo Regional.

Por acuerdo celebrado el 1 de octubre de 1959 entre ULGOR, ARRASATE, FUNCOR (también cooperativa industrial) y SAN JOSE, de Mondragón (cooperativa de consumo antes mencionada), se establece la creación de la Caja Laboral Popular, bajo la forma jurídica de cooperativa de cara al desarrollo cooperativo. Se fija por sede en Mondragón, extendiéndose una red de 60 oficinas por toda la Región Vasca y por Navarra.

Se recogen dos tipos de socios: colectivos e industriales,. Los primeros lo son aquellas cooperativas admitidas en la C.L.P. por su Junta Rectora, tras la presentación de la solicitud y aceptación de estatutos por la propia Caja. Estos socios ascendían a 81 en 1974, todos ellos de las cuatro provincias antes reseñadas.

Socios individuales lo son las personas físicas miembros de alguna cooperativa asociada, admitidos por la Junta Rectora con los derechos y obligaciones señalados estatutariamente.

La Caja Laboral Popular cumple una serie de funciones que pueden ser encajadas dentro de los siguientes apartados:

a) Servicio social: Uno de los primeros objetivos que se propuso la Caja fue la atención social mediante la cobertura de riesgos de enfermedad y jubilación de los socios de las cooperativas asociadas. Por quedar excluidos de la Ley de Seguros Sociales y Mutualismo estos trabajadores, se arbitró este sistema, siendo atendido a través del Servicio de Previsión Social de la misma Caja. Y siguiendo la línea del cooperativismo se constituye este servicio como cooperativa bajo la denominación LAGUN-ARO, Mutua de Previsión Social. Cifras aleccionadoras son las del número de cooperativas y beneficios, que en 1965 eran de 3.395 y 8.148, y en 1975 eran de 13.693 y 34.309, respectivamente.

b) Servicio Financiero: Los fondos de la Caja fueron pronto importantes, por lo que sirvió de medio de financiación de las cajas asociadas. Así se resuelve uno de los principales problemas del cooperativismo, mediante la autofinanciación entre cooperativas a través de la Caja. El otro problema, el de educación del trabajador, fue re-salto, como dijimos, a través de la Escuela Profesional Politécnica.

En 1973 la C.L.P. supera con su activo las necesidades de la cooperativas. El número de libretas de ahorro era superior a 168.000 en 1974, y no sólo financia a las cooperativas asociadas y a las futuras asociadas, sino además realiza créditos a los cooperativistas y resuelve todo tipo de gestiones bancarias.

Los excedentes de la Caja son destinados a la promoción y desarrollo de las zonas en las que surge el cooperativismo, en consonancia con sus propias aportaciones.

c) Servicio Técnico o Empresarial: Hay división empresarial; es un servicio asumido por la C.L.P. con asistencia humana técnica y empresarial a las mismas y de cara a la organización de servicios comunes de interés general para las cooperativas asociadas. Tanto la creación de meras cooperativas como su innovación y desarrollo entran dentro de este apartado.

La evolución de la división empresarial ha hecho necesaria su estructuración en diferentes servicios:

— Servicios de Organización y Gestión: Se encarga de la organización interna de los departamentos Comercial, Producción y Administración, así como las funciones de Personal, Formación y Dirección.

— Servicio de Ingeniería y Desarrollo: Prepara y realiza proyectos para la creación de nuevas cooperativas, realiza prospecciones de mercado, estudios de producción y fabricación de sus productos, planificación de edificaciones industriales, así como problemas de urbanismo del área.

— El Servicio de Estudios: Su misión es la adaptación de las cooperativas en el marco económico y jurídico mediante análisis económicos, la Asesoría Jurídica y la Auditoria.

— El Servicio de Sectores no Industriales: Promueve y asesora actividades pesqueras, agrarias y de vivienda mediante la elaboración y dirección de proyectos.

Para terminar este apartado vamos a reseñar los datos que la Experiencia Mondragón devengó en el año 1975, frente a la inexistencia del cooperativismo apreciada tan sólo en dieciséis años atrás.

En este año de 1975 el personal ascendía a 13.169 trabajadores. Las ventas sumaron la cuantía de 19.319 millones de pesetas. Las exportaciones, que fueron más bajas que en el año anterior, ingresaron 2.344 millones de pesetas. Por su parte las inversiones realizadas supusieron en este año un gasto de 3.105 millones de pesetas.

Creemos significativas estas cifras de cara a la determinación del éxito de esta experiencia, que debiera servir de modelo y permanezcan de cara al desarrollo de otras regiones más necesitadas y atrasadas, en aras de un mejor desarrollo de la economía nacional.

El Padre Arizmendi y la organización cooperativista: Alcance de la Experiencia Mondragón.

El Padre Arizmendí, como toda persona activa y emprendedora, a lo largo de su vida ha ido realizando obras sociales, encaminadas a solventar en lo que es posible el desarrollo de una comarca; vemos que, jalonadas en su largo andar, hay cosas de indudable valor en sus primeros años, donde el interés social primaba sobre cualquier otro tipo de demagogia fácil y barata, para poder ser manejada por otros grupúsculos, que no cabe duda que al final le hicieron mella.

Con esto se quiere dejar bien claro que el Padre Arizmendi y su obra debe mirarse como tal, sin apasionamiento de ningún género; y que él, como propulsor de una obra en un momento de-terminado, fue apoyado de una forma clara y decidida por el poder establecido, y al que jamás se le miró con desconfianza, sino todo lo contrario, siendo incluso justamente galardonado y recompensado por su prolifera acción sobre las cooperativas.

Así, Francisco Franco, a través del entonces Ministro de Trabajo, don Jesús Romeo Gorría, con fecha 3 de junio de 1965, quiso premiar con la Medalla de Oro al Mérito del Trabajo, como a tantos otros, a nuestro personal por su labor en aras del trabajo y su función de una política social muy avanzada, que quizá hoy, por desgracia, está en trance de retroceso.

Como aclaración, para aquellos que quieran leer entre líneas lo que no existe, diremos que lo que se ha pretendido con este trabajo es dejar bien claro que hay actividades claramente sociales (que más de un socialista quisiera hacer suyas) encaminadas al mundo del trabajador, desligando muchas veces la relación patrono-obrero, para convertirse en una misma cosa encaminada al fin social. Con Francisco Franco jamás se coartó esta acción, sino todo lo contrario, se potenció y se trató de ayudar desde la Administración esta actuación constructiva. Prueba de ello es este trabajo, que va dirigido a cualquier lector que sea capaz de desnudarse de unos determinados odios y clichés ya preconcebidos, para encararse con el presente estudio, que pretendemos sea objetivo, y para que no tenga más remedio que engañarse a sí mismo si no quiere reconocer una serie de resultados, que están ahí o, mejor dicho, estaban ahí.

Más de un lector se dirá que Mondragón fue posible no por la Administración de aquellos tiempos, sino que surgió como algo espontáneo y dirigido por el Padre José María Arizmendiarrieta, como respuesta al sistema económico capitalista. Pero habría que decir en este caso que no hay peor ciego que aquel que no quiere ver, pues a lo largo de todo este trabajo se está viendo cómo la Administración no sólo no negó ningún tipo de ayuda que se le pidió, sino que incluso fue mucho más allá, ayudando en la financiación, allí donde fue posible.

Así hoy podemos decir que lo que consideran los grupos nacionalistas como algo nacido por ellos, disfrutado por ellos y beneficiándose ellos, queriendo ver en esto una salida de «independencia» y autosuficiencia, no seria más que un gracioso espejismo, donde una vez más el orgullo y el fanatismo estarían por delante de la ponderación y de la verdad, pero esto sería pedir demasiado.

Estas líneas orientativas, pero siempre necesarias, pues quizá sirvan para clarificar e ir bien orientados, en el siempre arduo y difícil mundillo de las cifras, y otros datos de interés, nos van a dar pie para seguir con la exposición.

Así tenemos que nos encontramos en el año 1943 en una comarca con más de 50.000 habitantes, llamada Mondragón, cuya población, intelectual y técnicamente, está bien preparada, donde se trata de crear un complejo económico-social en cierta medida autosuficiente. Y ésta será la función de la Caja Laboral Popular, cuya institución se considera el segundo paso, —el primero lo constituye la Escuela Profesional— en la formación de un complejo cooperativo.

El equipo promotor, decidido a poner en marcha una fórmula empresarial condicionada por la doctrina de la Iglesia, empezó su labor creando la Liga de Educación y Cultura, asociación constituida con la colaboración de fuerzas vivas, públicas y privadas, impregnadas de sentido social y espíritu comunitario. Más tarde se modificó su régimen, instituyéndose en forma de cooperativa de prestación de servicios, dedicándose a la formación profesional, pero sin perder nunca de vista la formación humano-social.

Una vez preparado el elemento humano necesario para la renovación social anhelada se decide pasar en el año 1956 al plano de las realizaciones prácticas, creándose una cooperativa de consumo: Cooperativa San José.

Con ella se pretendía promover un entrenamiento económico y una educación cooperativa en sectores amplios y a la vez de mínima complejidad. Esta cooperativa tiene un almacén central y tres despachos, uno de autoservicio. Sus ventas llegan a los 14 millones de pesetas, y sus socios, a los 600.

El siguiente paso fue la creación de la primera cooperativa industrial de producción, ULGOR; ésta empezó con 15 hombres, y superándose en poco tiempo los 700, y el valor rebasando los 200 millones de pesetas.

Más tarde aparecieron otras comunidades de trabajo hermanas: Arraste y Funcor, y en 1957, junto a ULCOR, montaron un servicio de Seguridad Social: La Caja de Previsión Social. Y así necesitaron crear un instituto de crédito, la Caja Laboral Popular, que aseguraría las funciones necesarias para el crecimiento de la empresa. Instituida como cooperativa de crédito seguidamente, absorbió al servicio de Previsión Social.

Así han sido la gestación y el rapidísimo desarrollo del complejo de Mondragón. Hoy forman una comunidad de cooperativas, una de ellas de consumo, otra agrícola y las restantes industriales.

Llegando a este punto, sería injusto no citar el esfuerzo realizado por el Padre Arizmendiarrieta, y así, en palabras de Iñaqui Gorroño, citando al antes mencionado, lo describe así: «…su propulsor y posterior animador, modelo de referencia de todos los cooperados implicados en la experiencia, Profesor de la Unión Cerrajera en 1941, tras su estancia en Holanda dedicado al estudio de Economía Política y realizaciones colectivas industriales, consiguió en 1943 la creación, como actividad dependiente de la Acción Católica, de una escuela profesional abierta a todo el pueblo de Mondragón…» Asimismo por este mismo autor y en el libro «Una experiencia cooperativa», Mondragón, 1967, sigue afirmando que la escuela profesional desarrolla su labor educativa en dos sentidos:

— Técnico profesional.

— Social, intentando transmitir una visión cristiana en esta materia.»

Las reflexiones que a primera vista nos da a través de la lectura de estos renglones sobre dicha iniciativa es la siguiente: qué lejos de buscar por parte de los promotores una iniciativa independentista y autosuficiente, separándolo del resto de producción del Estado, como base para una futura cimentación de nacionalismos trasnochados, creyéndose descubridores de un orden nuevo, amparándose en los resultados positivos de Mondragón. Lo que de verdad buscaban los promotores, y ahí están para el que lo quiera leer los libros referentes a este problema, es una solución social en una época determinada y, no nos olvidemos, en una zona muy castigada, pero con unos valores de responsabilidad, éticos y religiosos, que no tienen que envidiar en nada al resto de España.

Por tanto lo que se pretendía era co-jugar dichos valores, canalizarlos y ordenarlos de una forma seria. Una vez que se hiciera esto, los resultados vendrían por sí solos, y a las pruebas nos remitimos otra vez.

Había que buscar la clave que hiciera posible dicha idea, y no era otra que la más sencilla y a la vez la más difícil de todas; trasplantar la vida cristiana, el evangelio, al mundo de la empresa ¡Ahí es nada! Y para llevar esto a cabo de un manera eficaz había que buscar una salida o darle forma jurídica en la legislación de aquella época. Como se puede apreciar, el camino no iba a ser fácil, sino todo lo contrario.

En primer lugar había que enterrar el cliché de empresario capitalista y obrero como tal, donde ambas partes son esenciales para llegar a buen puerto los fines con que la empresa fue fundada. Pero, claro, aquí, entre el factor «Solidaridad», entre otros muchos, había que derribar ese muro de desconfianza e incomprensiones que a ambos le separan, dando lugar a que cada uno tire en sentido contrario, rompiéndose en detrimento del que todos sabemos.

La solución al problema no puede ser otra sino que ambas partes se unan, formen una unidad de producción, donde el obrero se sienta de verdad propietario en la medida de su aportación a lo que están contribuyendo con su trabajo.

Pero, claro, para que no se rompa la baraja es necesario, otros muchos aditamentos, además de los mencionados. Así es fundamental que la clasificación del nuevo socio sea justa y totalmente parcial, donde los criterios informadores de tal clasificación sean: uno profesional, de acuerdo con la aptitud, conocimientos y títulos del nuevo socio; otro funcional, según el puesto a desempeñar y labor a desarrollar por el nuevo socio. Los coeficientes a aplicar en la clasificación van de uno a tres, según siete niveles.

Esta clasificación determinará la relación entre el asociado y la comunidad. Así, tanto a la hora de la retribución del trabajo como a la de votar en la Junta General.

En las sesiones de la Junta General los socios reciben para votar de 10 a 30 papeletas, según el índice en que hayan sido clasificados.

Tales coeficientes fueron establecidos después de amplios estudios estadísticos en España y en principales países de Europa, llegándose a la conclusión de que las desigualdades entre los miembros de una comunidad no deberían exceder de la diferencia entre uno y tres. En los países más desarrollados esta diferencia, a veces, incluye hasta los ministros. En España, los estudios realizados dieron coeficientes de 1 a 25.

Con lo expuesto hasta ahora se ven claramente los matices inductores que conforman dicho experimento, es decir, se intenta buscar una unidad de producción, tratando siempre de reducir al máximo las desigualdades, por otro lado lógicas, que en toda empresa se dan. Pero para llegar a esa situación idílica hace falta mucho más que palabras; es necesario una serie de sacrificios de todos los integrantes en la cooperativa, desde los peones hasta los cuadros superiores. Como ahora veremos, y es lo que ha hecho posible que esta cooperativa funcione y muchas otras fracasen, por olvidarse del fin primario que las constituyó. Y además es importante no olvidar que en Mondragón subyacía profundamente en la conciencia de los promotores el ideario de cristianos (no olvidemos esto, pues es el punto fundamental de este trabajo, demostrativo de que era esta, y no otra idea, lo que hizo nacer a Mondragón), descontentos de la realidad sociológica que la empresa les ofrecía y decididos a poner todo su empeño en encontrar una fórmula cuya única directriz fuera la doctrina social de la Iglesia, adecuada por ellos mismos a unas circunstancias sociales y económicas concretas.

Para redundar aún más en esto y no quede como simple panfleto ideológico, veamos por qué los promotores no vieron en las figura societaria anónima el encuadramiento de sus ideas; así, tras numerosos estudios vieron

cooperativaCOOPERATIVA DE CONSUMO

cooperativa_-_copiaCOOPERATIVA DE MUJERES CASADAS QUE ATIENDE A LOS COMEDORES DE LAS FÁBRICAS Y MANTIENE EL SERVICIO DE LAVANDERÍAS QUE SE EXTIENDE A TODO EL PAÍS VASCO

que las incompatibilidades eran mu-chas, pero las fundamentales eran:

— La dirección y la autoridad están en manos del capital.

— Los beneficios y la plusvalía aprovechan exclusivamente a los apostadores de capital.

— El trabajo es comparado a un precio y mantenido al margen de la vida de la empresa.

Solo una vez, vista la inadaptabilidad de la Ley de Sociedades, acudieron a la Ley de Cooperativas de 1942, que aunque también ofrecía dificultades, éstas por lo menos podían arreglarse con la creación de sus estatutos.

De esto se deduce clarísimamente que en principio los fundadores no eran cooperativistas, que en ésta no buscaban la panacea a sus problemas, sino que ellos tenían unas ideas cristianas clarísimas, y el único hueco legal que tenían por aquel entonces era la L. de C. de 1942, otra cosa es que, transcurrido el tiempo, hoy se sientan acérrimos defensores del cooperativismo, como cauce jurídico para la restructuración social de la empresa.

Más arriba se mencionaba, como causa final del escrito, de esta experiencia, la solidaridad y, por tanto, muchas veces el sacrificio. Llegando a este punto es importante para el lector, para no perderse, no olvidar nunca el sustrato que anima a esta cooperativa, el ideario cristiano, y como consecuencia de esto, lo veremos claramente al analizar el plano económico y social que a continuación se pasa a detallar, utilizando en este caso el extraordinario trabajo de Alejandro Rojas Marcos de la Viesca, que, con el título «El complejo cooperativo de Mondragón», pone al alcance del profano con una claridad tremenda los grandes fines de Mondragón.

Así nos encontramos con que hay tres prestaciones de servicios, a valorar económicamente, aportados por los elementos que intencionan directamente en la sección de la empresa. Son el trabajo, el capital y el servicio prestado por la comunidad social en la que la cooperativa se halla situada. Las cabezas rectoras de este complejo de cooperativas reconocen la validez jurídico-económica de un cuarto elemento: la gestión empresarial, pero, no obstante, esta aceptación no la valoran económicamente en las actuales cooperativas, pero no por razones doctrinales, sino por motivos de ejemplaridad, pues debiendo ser ellos los beneficiarios de tal valoración, no les pareció oportuno fijar inicialmente su excepcionalidad respecto de los trabajadores restantes.

Ahora llegamos a un punto álgido, donde de verdad se ve si este sistema está infundado en la igualdad social, como es el tema de cómo se establecen los salarios.

Como remuneraciones previas consideradas como gastos fijos de la empresa e independientes de los resultados del ejercicio económico tenemos los anticipos laborales, respecto del trabajo, y el interés fijo más una prima de riesgo, en cuanto al capital. El anticipo laboral es el equivalente del salario y se determina de la siguiente manera: se fija la nómina general de la empresa, de acuerdo con la que tengan las empresas de la región y se reparte en relación a los distintos coeficientes, que sólo van de uno a tres, tomándose como punto de referencia inicial el jornal de peón, que se establece según sus necesidades y lo que se acostumbre en la localidad. El resto de las retribuciones se calculan en relación a éste.

Como pequeño inciso diremos, tal como expone José Luis Aragoneses en su trabajo sobre cooperativismo, y corroborando lo que acabamos de citar, que el sistema económico cooperativista se caracteriza, como tal, por establecer unos principios económicos que eliminan el lucro y destruyen la lucha de clases, por asentarse en el precio justo de las cosas, por transformar la actual forma económica estableciendo la soberanía del consumidor y concluye afirmando: «Cumple el sistema cooperativista con la principal finalidad que se exige a cualquier sistema económico como tal. La de conseguir una recta distribución de los bienes».

Para fijar el precio del capital o interés fijo se hacen estudios que investiguen el que lo sea en el mercado de capitales. A esto se añade una prima de riesgo económica de tiempo y lugar. La prima de riesgo se contabiliza para que cuando con este concepto hubiera sido entregada una cuantía igual a la totalidad del capital, deje en adelante de cotizarse tal prima, pues se entiende que teniendo por finalidad cubrir un riesgo, éste queda cubierto con la íntegra devolución del capital.

El capital social está constituido por las aportaciones que hagan los socios en concepto de capital cedido, retenido y voluntario, en período y cuantía que acuerde la Junta Rectora. Sobre el capital cedido el socio no tiene ningún derecho, ni de devolución ni de interés. En tal concepto, los socios aportarán una cantidad alícuota a los fondos de reservas ya existentes en la cooperativa, a fijar por la Junta Rectora en cada ejercicio.

La aportación de capital retenido oscilará entre el máximo y el mínimo fijados. Esto es así para que todos los ligados a la cooperativa laboralmente también estén comprometidos en el proceso económico.

Una vez pagados los gastos generales y las partidas correspondientes a capital y trabajo, si hubiera excedentes el 15 por 100 se destinará a los fondos de reserva y el 10 por 100, a obras sociales.

Así la obligación de las cooperativas de destinar fondos a obras sociales viene compensada por la exención legal del impuesto de sociedades.

Es principio esencial del cooperativismo de Mondragón el llegar a infundir en la conciencia del socio cooperador la responsabilidad del compromiso económico individualmente contraído; no hay duda de que el único medio de lograr la implicación de todos en el proceso de la empresa es la inversión. A esta inversión vienen obligados los socios a destinar parte de los beneficios anuales que les correspondan. 


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