Pío Moa
No menos que la represión de los nacionales ha sido distorsionada la del Frente Popular. Sus panegiristas la han atenuado o justificado: habría sido un terror de respuesta al de sus enemigos y tenido carácter popular y espontáneo, luego encauzado jurídicamente por las autoridades “democráticas”. Y habría constituido una especie de justicia histórica, idea que empapa la LMH en la línea expuesta por J. Villarroya y J. M. Solé:
“La represión ejercida por jornaleros y campesinos, por trabajadores y obreros y también por la aplicación de la ley entonces vigente, era para defender los avances sociales y políticos de uno de los países con más injusticia social de Europa. Los muchos errores que indudablemente se cometían pretendían defender una nueva sociedad. Más libre y más justa. La represión de los sublevados y sus seguidores era para defender una sociedad de privilegios”.
De ahí a gritar “¡Bien por el aniquilamiento de los opresores!” no media ni un paso, pues la conclusión viene implícita.Pero los revolucionarios no defendían avances sociales y políticos, o una sociedad “más libre y más justa”, como prueba una aplastante experiencia histórica. En los países donde triunfaron los correligionarios de las izquierdas españolas, la población perdió la libertad, sometida a una casta burocrática dueña de un Estado policial. Es más que discutible que España fuera “uno de los países con más injusticia social de Europa“, pero no hay duda de que el remedio propuesto por los revolucionarios empeoraba la enfermedad, si de libertad, justicia y riqueza hablamos.
Estos autores tienen derecho a preferir tales remedios, pero no a invocar en su beneficio la libertad y la justicia. Y aún menos a identificar al pueblo con la minoría de sádicos y ladrones que al hundirse la ley obró a su antojo. Además, la mitad al menos del pueblo estaba con el bando franquista.Más ecuánime, Josep Pla dijo que si se parte un queso por la mitad no es probable que una parte salga camembert y la otra gruyère, indicando que la conducta de los dos bandos fue igual, al ser todos españoles. Sin embargo la frase, aunque ingeniosa, es falsa.
Veamos algunas diferencias:
Primero, como ya indiqué y contra la pretensión citada, las izquierdas iniciaron los atentados, ya desde la “quema de conventos”, así como los asesinatos, 6 en las elecciones de 1933. El terror de respuesta fue el derechista, no el contrario. Es una diferencia moral importante.
Segundo, el terror rojo no fue “popular y espontáneo”, como también se dice. Fue cultivado con una larga siembra de odio y practicado no por “el pueblo”, sino por miles de individuos fanatizados, organizados en partidos y sindicatos y en la policía.
Tercero, así como la represión inicial de los nacionales en la guerra tenía como objetivo asegurar una retaguardia débil, la del Frente Popular perseguía una “limpia” definitiva aprovechando una victoria que daban por segura.
Cuarto, en el bando nacional no se produjo un terror interno, mientras que en el bando contrario sí se dio entre las diversas facciones del Frente Popular, con torturas y crímenes, hasta ocasionar dos pequeñas guerras civiles entre las mismas izquierdas.
Quinto, el sadismo empleado en la zona roja, hasta quemando vivas a familias con niños, crucificando o toreando a presos, etc. no se alcanzó en el bando nacional, sin que ello suponga que este se mostrase muy humanitario (hoy están definitivamente descartadas leyendas como la de la “matanza de la plaza de toros de Badajoz”).
Sexto, el terror rojo tuvo carácter técnico de genocidio contra la cultura cristiana, con intento de exterminio del clero, de muchos católicos practicantes, devastación de templos, bibliotecas y hasta de las cruces de los cementerios. Los cargos de “genocidio” u “holocausto” esgrimidos contra el bando nacional no resisten el menor análisis.
Séptimo, el mayor asesinato masivo de presos fue realizado por el Frente Popular en Paracuellos. Los intentos de buscar algún “paracuellos” cometido por los nacionales, como en el barranco de Órgiva, en Granada, han fracasado.
Octavo, otra leyenda que las investigaciones han descartado es la del bombardeo “de exterminio” en Guernica, achacándole hasta 3.000 muertos. Murieron un máximo de 127, según ha demostrado Jesús Salas Larrazábal en un minucioso estudio.
Por otra parte, Franco prohibió los bombardeos sobre la población civil, mientras que el bando contrario se jactaba en sus partes de los que realizaba en Oviedo, Huesca y otros puntos.
Así pues, aunque hay equivalencia aproximada en el número de muertos por la represión en los dos bandos, las diferencias cualitativas son muy pronunciadas. Y no a favor de aquellos en cuyo honor se ha elaborado la LMH.