La verdad del Valle de los Caídos (Parte 2), por Juan Blanco

Primera parte de este trabajo

 

 

Juan Blanco

 

 

Preferencias de las empresas

Sí es importante traer aquí, casi textualmente, un informe del Patronato, referido a 1949:

Las Empresas concesionarias suelen mostrar su preferencia por la mano de obra de penados, porque saben que hay muchos estímulos que pesan sobremanera en la voluntad de los trabajadores. Las primas extraordinarias que, con muchísima frecuencia, reparten entre los trabajadores de mayor rendimiento, la mejora alimenticia, incluso mayor de lo preceptuado; las cantidades que reciben sus familiares y lo que todos los meses pasan a engrosar sus Cartillas de Ahorro y el Peculio de libre disposición (cantidad en mano al trabajador) son ingresos con que cuenta para hacer frente a las necesidades de los suyos, y aun del mañana, a pesar de su situación de penado. “Decimos de los suyos porque el penado, como tal, tiene cubiertas sus primeras necesidades. El Patronato y el Centro Directivo lo provee de vestuario y calzado y otras prendas, las Empresas son las encargadas de la alimentación y con el fin de que sea ésta más eficiente contribuye, por su cuenta, aumentando la asignación que para ello tiene el penado… Esto se puede comprobar en las papeletas de racionado de cualquiera de los Destacamentos… La correspondiente al día 4 de diciembre del Destacamento del Monasterio de Cuelgamuros arroja una riqueza en calorías de 3.028,18; en proteínas, 105,38; en grasa, 60,40; y en hidratos de carbono, 315,89”. También anunciaba el Patronato que en el Departamento de Carretera de acceso se habían rematado durante el año los perfiles y taludes, así como la explanada contigua a la Cripta y Monasterio, habiéndose terminado también el muro de contención inmediato al Viaducto, con su balconcillo. Se ha construido la presa de contención del depósito de agua que abastecerá al Monasterio. En el mismo año se han iniciado las obras para la construcción del Via­crucis y pista que ha de unir los montículos en que irán instaladas cada una de las Estaciones, rodeando al Monumento. En estas obras se ha empleado un promedio mensual de 175 trabajadores’. Las obras del Monasterio están muy adelantadas “lo que hace pensar en la próxima entrega del edificio… En estas obras se han utilizado durante el año reseñado un promedio mensual de 100 penados”.

Son retirados los reclusos trabajadores

Es lógico que un año más tarde, 1950, y al amparo del Decreto de 9 de diciembre de 1949, se anuncie que “en los primeros meses de 1950 han sido retirados los reclusos trabajadores… porque las obras que quedaban por realizar todas ellas, casi obras de detalle, requería, exclusivamente, la pericia y experiencia de profesionales, y, por tanto, poco o nada podían hacer ya los peones familiarizados con los trabajos corrientes “.

Pero es que, además, el citado Decreto otorgaba el indulto total de las penas de privación de libertad inferiores a dos años, y de la cuarta parte de las penas de privación de libertad hasta veinte años de reclusión, a los condenados por delitos comprendidos en el Código Penal Común y de Justicia Militar cometidos con anterioridad al día 9 de diciembre de 1949. Por ello pudo decirse que había finalizado por completo el problema penitenciario que originó la guerra civil. Ello se había conseguido sin la explotación, como se afirma sin base documental alguna, de los presos calificados de “políticos”, cuando muchos lo fueron por haber cometido delitos tipificados en el Código Penal. De lo que he afirmado líneas arriba da cuenta el informe sobre Regiones Devastadas, correspondiente a 1945: ” es necesario hacer constar que solamente se conceden penados cuando en la localidad no existen obreros libres o son insuficientes, empleando se este procedimiento para no perjudicar los intereses de los mismos “. 

El Patronato señaló en sucesivas ocasiones que las Empresas solicitaban, en general, más reclusos trabajadores que los que se les podían conceder, a la vista de las solicitudes de los penados y del número de éstos, cada vez más menguado. Afirmaba el Patronato, quizás para acallar críticas infundadas hechas en la prensa extranjera, que a las Empresas no les guiaba en este caso el ánimo de lucro “en el sentido que el penado sea obrero más barato, pues bien sabido es que perciben los mismos emolumentos y tienen los mismos derechos sociales que los obreros libres, resultando agravada la cuestión económica de nuestros obreros (reclusos) por el sostenimiento a cargo de la Empresa de las Dependencias, alumbrado y Agua, más una bonificación para la alimentación que por día y plaza hacen, sin excepción, cada una de las Empresas; pero el hecho de ser obrero en todo el tiempo y por vivir a pie de la obra, resulta más manejable a efectos de establecer turnos ya trabajar fuera de hora en tiempos de restricciones de energía eléctrica y con frecuencia de combustible y ciertos materiales, obligan a aprovechar las horas de luz, aunque sea con irregularidad… mientras que los obreros libres, por vivir casi siempre a unos kilómetros de la obra, no pueden prestarse a las necesidades de las mismas por tener que atemperar sus horas a la vida familiar y social”. Más los gastos y los problemas del transporte en años de racionamiento de gasolina que sufrían, entre otros muchos, los camiones da las Empresas que debían trasladar a los obreros hasta sus centros de trabajo.

¿Cuántos reclusos en el Valle?

Deseo aclarar antes de comenzar este apartado que necesitaré bastante tiempo para averiguar la cifra exacta de los reclusos trabajadores que intervinieron en las obras del Valle de los Caídos. y es que, si las del primer año son exactas, las restantes deberán ser depuradas por cuanto al amparo de los sucesivos indultos, beneficios penales, etc, muchos reclusos que podían haber abandonado los Destacamentos de obras solicitaron y obtuvieron la gracia de seguir trabajando en ellas, con una sólo condición: que debían permanecer como pertenecientes a los Destacamentos y seguir con el mismo sistema de vida, tal si fuera un recluso, excepto los días reglamentarios de libranza.

De ahí que cuando el Patronato afirma que en tal o cual destacamento trabajan tantos, ¿cuantos son ya obreros libres, es decir que ya han obtenido la libertad condicional, y cuántos siguen redimiendo pena por el trabajo?

Al principio me pareció extraña la afirmación que hizo aquel hombre fiel y leal, el extraordinario arquitecto Diego Méndez, que concluyó las obras que había dejado inconclusas, por enfermedad, Pedro Muguruza, uno de los primeros arquitectos españoles de todos los tiempos, y proyectó la Cruz que corona el Monumento. Me refiero a la afirmación que hace en su libro -“El Valle de los Caídos. Idea. Proyecto. Construcción”, desgraciadamente agotado-: ” A lo largo de quince años, dos mil hombres aportaron su esfuerzo diario hasta dar cima a la obra. De ellos solamente cuarenta y seis eran personas que redimían por el trabajo anteriores sanciones. Para ellas, cuando me hice cargo de la dirección definitiva de las obras, solicité de S. E. el Jefe del Estado el indulto y la libertad, a los que por su buen comportamiento se hicieron acreedores”. Pues, bien, Diego Méndez tenía razón. Cuando se hizo cargo de las obras, en 1950, sólo quedan en el Valle los reclusos trabajadores condenados a penas más graves. El resto, los pocos que integran los tres destacamentos a punto de ser disueltos -lo fueron a lo largo del año- eran trabajadores que ya disfrutan de la libertad condicional o condenados por delitos comunes.

Verán: durante 1949 se habían seguido aplicando los beneficios de libertad condicional que reguló el Decreto de 17 de diciembre de 1943, modificado por el de 26 de octubre de 1945. Con ambas disposiciones quedó virtualmente finalizado lo referente a los delitos cometidos con ocasión de la guerra civil. Pero es que durante ese año de 1949 se concedieron 4.719 libertades condicionales que, sumadas a las concedidas en 1948, hacían un total de 8.803, resultado práctico obtenido por el Decreto de 17 de julio de 1947 otorgado con motivo de la ratificación de la Ley de Sucesión a la Jefatura del Estado, que se sumaban a las libertades condicionales obtenidas por la redención de penas por el trabajo y otros beneficios penitenciarios.

En el archivo de esta Fundación Nacional Francisco Franco existe un documento, con el número 8.799, sobre la situación penal de España (estadística cerrada al 9 de mayo de 1949), antes del célebre Decreto de indulto de 9 de diciembre, elevado al Generalísimo, seguramente a petición suya, del cual obtengo las siguientes cifras:

– Cumpliendo condena por delitos de la época de la guerra: 2.609

– Cumpliendo condena por delitos contra el Estado y la seguridad pública posteriores a la guerra: 5.551

– Por delitos comunes: 8.097 Total: 16.257

– Procesados por delitos contra el Estado y la seguridad publica posteriores a la guerra: 3.827.

– Procesados por delitos comunes: 10.099

– Total: 10.099.

Volvamos a Diego Méndez, que echa un jarro de agua fría sobre los que, por uno y otro bando, pretenden magnificar el esfuerzo allí realizado, y lo lleva a sus justos términos: “Toda construcción de envergadura es, normalmente, fruto y resultado de un gran esfuerzo. Esfuerzo que descansa en la doble vertiente del trabajo humano y de la inversión económica. En ambos aspectos, el esfuerzo exigido en el valle de los Caídos, con la realidad y precisión de los datos, queda por debajo de las suposiciones desmesuradas y aún legendarias. El trabajo… fue, en ocasiones, duro y arriesgado. Afortunadamente fueron mínimas las bajas sufridas. Tengo la satisfacción de que no se produjera accidente grave alguna en la construcción de la Cruz monumental “.

E, insisto, y repito: ” A lo largo de quince años, dos mil aportaron su esfuerzo diario hasta dar cima a la obra. De ellos solamente cuarenta y seis (la cursiva es del arquitecto) eran personas que redimían, por el trabajo, anteriores sanciones. Para ellas, cuando me hice cargo de la dirección definitiva de la obra, solicité de S.E. el Jefe del Estado el indulto y la libertad, a los que por su buen comportamiento se hicieron acreedores. La maledicencia ha cargado las tintas a la hora de valorar el papel que en la realización de las obras desempeñó dicho personal. Lo rigurosamente cierto es que este pequeño grupo de obreros fue atendido, aunque con las naturales limitaciones derivadas de su situación, en pie de igualdad con el resto de los trabajadores libres. Su especial psicología impulsó a algunos de ellos a asumir voluntariamente las misiones más peligrosas, aquellas que, para vencer a la naturaleza, había de esgrimir las armas del coraje y la dinamita. Sobre alguno de estos hombres, más no sólo sobre ellos, recayó la ciclópea tarea de horadar el risco de la Nava, para hacer sitio a la prodigiosa Basílica que hoy alberga. Ya como personal libre, la casi totalidad continuó su tarea en el Valle hasta el fin de las obras, contratados por las diferentes empresas. Hubo, incluso, algunos, que pasaron después a trabajar en la Fundación “. (La negrita es mía).

A la espera de encontrar la totalidad de los documentos que demuestren que, efectivamente, fue “un pequeño grupo de obreros” los penados que intervinieron en las obras de el Valle de los Caídos, en su mayoría como peones, único trabajo al que estaban autorizados, señalaré que a partir del 10 de junio de 1943 y hasta el final del año llegaron al Valle unos quinientos trabajadores reclusos para desbrozar el terreno e iniciar el trazado de la carretera. En años posteriores, 1944, fueron 400, y en 1949, 275 reclusos trabajadores. En trabajo posterior espero dar las cifras completas desde 1943 a 1950, lo cual derivará de una vez por todas los disparates “numerarios”.

Se ha fantaseado mucho acerca de lo que costó a los españoles el Valle de los Caídos, mejor dicho, lo que costó al Erario el Valle de los Caídos. Ahora mismo daré las cifras exactas y de donde salió el dinero. Desde luego costó muchísimo menos, quizás cien mil o doscientas mil veces menos de lo que cuesta Televisión Española y las Autonómicas, sacos sin fondo, y lo que cuestan los Partidos Políticos y las Autonomías. Según la liquidación final que presentó el Interventor General de la Administración del Estado y del Consejo de las Obras, en mayo de 1961 el coste de las obras se elevó a 1.159.505.687,73 pesetas. Por lo demás, no se invirtió ni una sola peseta del Presupuesto Nacional. Según se dice en el decreto Ley de 29 de agosto de 1957, “a fin de que la erección del magno Monumento no represente carga para la Hacienda Pública, sus obras han sido costeadas con una parte del importe de la suscripción nacional abierta durante la guerra y, por tanto, con la aportación voluntaria de todos los españoles que contribuyeron a ella. Fueron 235.450.374,05 pesetas de tiempos de la guerra. El resto procedió de los recursos netos de los sorteos extraordinarios de la Lotería Nacional que se celebraba anualmente el día 5 de mayo, y que hasta aquel momento se habían destinado a la construcción de la Ciudad Universitaria de Madrid. Según Diego Méndez, a ello hay “que sumar millares de donativos particulares, algunos de ellos de procedencia verdaderamente ejemplar”.

Por lo demás, ni Franco había previsto ser enterrado en la Basílica del Valle de los Caídos -de haberlo querido así lo hubiera dejado dispuesto, al igual que lo hizo pidiendo que le prestáramos al Príncipe de España la misma colaboración que a él le habíamos prestado-, ni Franco deseaba en su fuero interno que en el Valle sólo estuvieran enterrados los Caídos por Dios y por España, sino los caídos de uno y otro bando. ¿Cómo si no iba a permitir lo contrario? Ya en 1947, trece años antes de ser inauguradas por Franco las instalaciones del Valle de los Caídos, Pedro Muguruza, hombre de la absoluta confianza del Generalísimo, le dijo a Raimundo Fernández Cuesta, Ministro de Justicia a la sazón: aquí “reposarán los restos de todos los caídos de la Cruzada, sin distinción de ideologías”. Se publicó en el semanario “Redención”, número 433, de fecha 26 de julio de 1947.

Las patas cortas de la mentira

Me he referido a la campaña de infundios lanzados sobre las obras del Valle de los Caídos. Ahora la desmontaré sin ayuda de documento alguno. Basta con las declaraciones que hicieron a Daniel Sueiro, Damián y Francisco Rabal, a cuya familia pertenecer los dos primeros trabajadores que llegaron al Valle de los Caídos Las entrevistas, grabadas en cinta magnetofónica, fueron recogida: en el libro citado, páginas 25 a 40. El padre, Benito, obrero libre y su hijo Damián, de 19 años, que durante la guerra había sido guardia de asalto, también obrero libre, sí intervinieron en las obras. No así Francisco, el actor, que entonces tenía 12 años de edad. Dicen los hermanos Damián y Francisco Rabal:

Testimonio de los hermanos Rabal

“Todos los Rabal estuvimos en el Valle de los Caídos, todos pasamos por allí en un momento u otro. El padre, la madre, los hijos, las nietas… Durante un tiempo, largo, fue algo así como la sede familiar… y en el principio, al comienzo de las obras cuando aún no había nada allí, o casi nada…

Nuestro padre había sido minero. En la Unión, en Murcia y en el coto minero que se llama la Cuesta de Gos, y en el Lomo de Has, la parte de minas de Águilas, de donde somos nosotros. Minero desde niño. Había trabajado por todos esos sitios, aunque no sólo se dedicó a las minas sino también a las carreteras. y por su experiencia y preparación profesional es por lo que la empresa lo manda a Cuelgamuros. Ya entonces estábamos en Madrid, claro… él y tres o cuatro hombres más (fueron los) que dieron el primer picotazo en Cuelgamuros y yo (Damián) conviví con ellos… Con diez o quince obreros, no más, se empezó a abrir el túnel, a perforar la galería en la roca… Entonces, al llegar nosotros allí, no había más que dos pequeñas casas en todo el Valle… Mi padre es el encargado, por parte de la Empresa San Román, de la obra que entonces da comienzo; el señor Juan es el capataz; yo (Damián), de momento, empiezo a funcionar de sanitario. Entonces no estaban allí Banús, ni Agromán, ni todos los que vinieron después… 

Mi padre había encontrado allí un trabajo, aunque aquel trabajo en la piedra, dentro del túnel contribuyera a agravar su silicosis… A poco de estar nosotros allí, de los pueblos vecinos, como Peguerinos, El Escorial, Guadarrama, donde escaseaba mucho el trabajo, empezaron venir los primeros obreros. Eran obreros libres; los presos vendrían más tarde… Venían allí con siete pesetas diarias de salario. Algunos, muy pocos, volvían a sus pueblos por la noche. Los más se quedaban allí toda la semana, hasta el sábado; entonces volvían al pueblo para regresar el lunes. Así fue como empezaron a improvisarse otras chabolillas por allí por el monte… 

Después ya se hicieron las casas para obreros, los barracones para los presos, la iglesia; se montó el economato y más tarde se improvisó el campo de fútbol. El equipo (de fútbol) estaba formado tanto por presos como por libres. Jugaban uno contra otro los equipos de las distintas empresas: Agromán, Banús, San Román; o bien contra los equipos de Guadarrama, El Escorial u otros pueblos próximos… Yo (Francisco) entonces subía todos los sábados a Cuelgamuros. Habían hecho allí esas casas y ya nuestra madre se había ido también a vivir allí… Al año o así sube mi mujer (Damián) , en el 42 nacen las gemelas ya la tercera, Conchita, la bautizamos allí, en la iglesia aquella. Ya habían subido mi madre y la hermana. Y más tarde iría también a trabajar allí otro tío nuestro, casado con una hermana de nuestra madre… 

Aquello empieza a organizarse cuando se hacen casas medianamente habitables para los empleados, que es cuando suben también las mujeres y viene ya más gente a trabajar…Cuando empiezan a ir las mujeres de los presos a verlos, la mayoría de ellos vivían en casa de nuestro padres. Allí dormíamos hacinados en el suelo unos y otros…Yo (Damián) de sanitario, paso a ser barrenero. Porque al llegar más gente, mi padre me llama y me dice: ” A ver si van a creer que tú estás aquí de señorito”. Y estuve con una perforadora hasta que me llamaron al servicio militar, porque a mí me movilizaron otra vez, después de haber pasado la guerra… 

Nosotros podemos decir que al proceso de ensanchar la cripta (que empezaría siendo un túnel de 2 metros de alto por uno y medio de ancho) y de levantar la bóveda, así como de construir detrás el monasterio, etc., ya no asistimos sino como visitantes de fines de semana. Ya para entonces habían llegado las máquinas, y se imponía un sistema de trabajo mucho más racional. Y habían llegado los presos por supuesto… Al principio, los funcionarios de prisiones eran bastantes rigurosos con ellos. Allí había un director de prisiones y varios funcionarios, como en una cárcel… Al principio hubo bastante rigor; incluso ha habido malos tratos: alguna vez le han dado alguna bofetada a algún preso, eso me consta. Pero luego la gente libre… llamaban la atención de los funcionarios de prisiones en el sentido de que no podían extremar el control, que aquello no podía ser un campo de concentración. Algunos funcionarios se encontraban de repente con que los obreros libres les afeaban la conducta de tal manera que se encontraban marginados… Allí se formó en seguida una relación muy estrecha entre los libres y los presos. Muchos matrimonios ( de reclusos trabajadores) se hicieron amigos nuestros, una amistad que siguió luego de padre a hijos… Nuestra casa todas las noches estaba llena. Cuando los oficiales hacían el recuento y faltaba alguno., ya sabían que estaba tranquilamente en nuestra casa; oyendo, a veces, una de aquellas radios antiguas que tenían mis padres… Yo tengo que decir, no en beneficio del sistema, que no tiene ninguna disculpa, sino en el de la gente que de alguna manera manejaba aquello, que la condena allí era mucho más suave que en las prisiones. Todos procurábamos echar una mano, eso es cierto, porque, la verdad, los presos no eran útiles para aquella clase de trabajo; se lesionaban, no sabían ni podían. Muchos iban solos al Escorial o a Guadarrama y no se fugaban sino que volvían. Además, podían tener allí a sus mujeres; ellas iban y ya se quedaban aunque fuera antirreglamentario… Nuestra presencia en el Valle de los Caídos dura hasta el momento del retiro de nuestro padre, muy castigado ya por la silicosis, que le venía de antiguo, claro, del trabajo inhumano de las minas de plomo de la Unión y de toda la parte de Cartagena. Debió ser hacía el año 1955, cuando Paco estaba ya trabajando de actor, y yo (Damián) estaba metido en el mismo campo del cine…”

Otro testigo, Teodoro García Caña, condenado a treinta años, cuenta (página 44) cómo fue trasladado, a petición propia, desde el penal de Ocaña al Valle de los Caídos:

“Nos montaron en dos camiones Saurer descubiertos, unos treinta o cuarenta en cada uno, con un oficial de prisiones. Al pasar por aquí, por Madrid, nos dijo (Juan Banús, que les acompañaba):” Si alguno tiene dinero y quiere comprar algo, puede hacerlo. y si alguno trata de escapar, no se extrañe, que yo llevo una pistola y tengo que defender mi pan, así que ya sabéis…”. Terrible; Juan Banús, una pistola, y ochenta penados en medio de Madrid…

Jesús Cantelar Canales, condenado a treinta años, encargado de obra, antiguo barrenero (páginas 61 y siguientes), dice:

“Yo tuve que hacer una instancia y mandarla al Ministerio de Justicia, al Patronato que había de Redención de Penas, y si era aprobada, me mandaban al destacamento solicitado; si no, no podía salir de la prisión… Un amigo me dijo: “Vente a Cuelgamuros, que allí relativamente…., allí tenemos…, dentro del recinto de lo que es el valle, una vez que has hecho la jornada puedes pasearte por allí…” Además, en Cuelgamuros nos dieron facilidades para llevar a la familia… Yo tenía a mi madre, a una hermana ya un hermano que fueron allí conmigo, y allí estuvieron conmigo hasta que me dieron la libertad…. Salíamos a trabajar a las ocho. No había guardia civil de escolta, sino funcionarios de prisiones… Había un jefe de servicio más tres oficiales de prisiones… Cenábamos e incluso podíamos ir con las familias a las pequeñas barracas que tenían, a estar con ellas, hasta el toque de oración, y luego ya entrábamos en los barracones colectivos que teníamos… Allí lo que pasaba, a mí como a casi todos, es que trabajando seis u ocho años sabías que tenías la libertad asegurada… Casi todos los que estábamos trabajando, al recibir la libertad, casi todos nos quedábamos allí trabajando”.

El doctor Ángel Lausí, médico del Consejo de Obras del Monumento, que también redimió pena por el trabajo, declara (páginas 72 y siguientes):

“Me ocupé de todos los obreros de las diversas empresas que trabajaban allí. Allí hubo accidentes, enfermos, partos, en fin, de todo… Pero para los heridos graves se organizaba el traslado en ambulancias, que pedíamos de Madrid, o en los mismos coches de las empresas, si no eran muy graves. Los traían a la Clínica del Trabajo, que está en la calle de Reina Victoria… Sí, hubo catorce muertos, en todo el tiempo de la obra, porque yo he estado prácticamente allí todo el tiempo… se han dado bastantes casos de silicosis… Entonces se conocía poco la silicosis. Cuando venía uno con trastornos así bronquiales y tal, lo mandábamos aquí al médico de la empresa, que los miraba y los ingresaba en algo del Instituto de Previsión… De los presos políticos que estuvieron allí hasta el año cincuenta, y yo he estado allí, la mayoría eran excelentes personas, estaban cumpliendo una condena por cosas políticas y estaban ganando unas pesetas para mantener a sus familias. Una vez liberados, muchos se quedaban allí trabajando. Alrededor de los años cincuenta ya quitaron los establecimientos penales y sólo quedó el personal libre. Y empezaron a llegar presos comunes, pero los presos comunes ya no daban resultado. Se escapaban… Ha habido algunos (presos políticos) que sí se han fugado, pocos. Porque aunque no vigilaban, se vigilaban ellos mismos… Allí yo cobraba un sueldo del Consejo de las Obras, como médico de las mismas; pero estaba el seguro de enfermedad, de todos los trabajadores que había allí, y el seguro de accidentes… y claro, cuando había mucho trabajo y mucho personal, había muchas cartillas del seguro de enfermedad, muchos accidentes, y se ganaba dinero, Cuando la obra terminó, sólo con el sueldo de Consejo, no daba para vivir. Entonces hicieron un concurso de traslado al seguro de Enfermedad, y claro, como yo era seguramente el más antiguo de los que se presentaban, me dieron una plaza en el ambulatorio de San Blas, en Madrid”.

Otros testigos

Luis Orejas, practicante, redime pena de una sentencia de nueve años. Le llegará pronto su libertad aunque él preferirá continuar en el Valle, donde empieza ganando quinientas pesetas mensuales…: “Me dieron una pequeña vivienda y me llevé a mi mujer; allí tuvimos los cuatro hijos que empezaron a estudiar el bachillerato con el maestro que teníamos en el mismo Valle y todos han salido muy bien colocados; ahora están casados y ya hay doce nietos”. Cuando salió del Valle fue destinado al servicio de Urgencias de La Paz. 

Gonzalo de Córdoba, maestro, conmutada la pena de muerte a treinta años: “Yo llego allí el año cuarenta y cuatro, el dos de marzo” y “comencé ganando mil cien pesetas mensuales”, de entonces. 

Escuela mixta para los hijos de los trabajadores, construida en en el mismo poblado 

Cierto todo ello, que coincide matemáticamente con los informes oficiales del Patronato Central de Nuestra Señora de la Merced de Redención de Penas por el Trabajo. ¿Que hubo algunos abusos aislados?, seguramente; ¿Que hubo fallos humanos?, seguramente; ¿ Que alguna Empresa abusó de la confianza en ella depositada ? , seguramente. Pero ello no oscurece la gran obra redentora de la Legislación Penitenciaria de aquellos años. ¿Que al terminar la guerra civil los que la ganaron debieran haber hecho borrón y cuenta nueva? ¿Se imaginan los problemas derivados de orden tan injusta para quienes habían sentido en sus carnes la terrible represión frente­populista? ¿No lo habrían considerado un desprecio a los llevados a las chekas, a los que sufrieron expolios, a las violadas, a los asesinados al amanecer con el tiro en la nuca junto a las cunetas, en las tapias de los cementerios, arrojados al agua con lastre en los pies, torturados, martirizados, al fin? Tabla rasa, se pregona ahora, con la ignorancia culpable de que en el mismo Valle de los Caídos hubo penados que habían sido condenados a tres penas de muerte en 1940 y que en 1950 fueron auténticamente reinsertados, como se dice ahora, en la sociedad civil.

En “Misión de Guerra en España”, el Embajador de los Estados Unidos, Carlton J. R. Rayes, hombre de confianza del presidente Roosevelt, señala lo siguiente:

“El recuerdo de los horrores de la reciente guerra civil es aún demasiado vivo, y el temor de precipitarla de nuevo es una obsesión nacional, si se exceptúa a la minoría comunista. Después de todo, el régimen existente representa aquella parte del pueblo español que ganó la guerra, y sería totalmente inédito en la historia del mundo que los vencedores en un lucha como esa diesen a los vencidos a los cinco o seis años: “Lo sentimos; no debíamos haber ganado; hemos ocasionado un desorden considerable; queremos devolveros el poder y dar la bienvenida a vuestros jefes, dejándoles que hagan lo que quieran de nosotros”. ¡ Imaginémonos al General Grant diciendo algo parecido a los Jefes de la Confederación del Sur en plena reconstrucción de nuestra guerra civil!”.


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