Carlos Gregorio Hernández
Ocurrió la madrugada del 13 de julio de 1936. Le dispararon en el cruce de las madrileñas calles de Veláquez y Ayala. En la nuca. Miembros de la guardia de asalto al mando de un capitán de la guardia civil y milicianos socialistas de la Motorizada entraron en su domicilio. José Calvo Sotelo se entregó sin forcejear, conociendo su destino. Quería evitar que su esposa y sus hijos sufrieran. Su cadáver fue abandonado en el Cementerio del Este. Indalecio Prieto, en lugar de entregar a los autores del crimen a las autoridades, les franqueó la salida de España.
Gallego de Tuy, Calvo Sotelo había sido maurista, ministro de Hacienda con Primo de Rivera, exiliado de la República, en noviembre de 1933 diputado y finalmente líder de los monárquicos. Criticó la colaboración de la CEDA con el régimen del 14 de abril. Su discurso más famoso fue, quizá, aquel en el que recapituló las violencias ocurridas en España desde el inicio del gobierno del Frente Popular. También es recordada su frase al amenazante Casares Quiroga “Señor, la vida podréis quitarme, pero más no podréis”. Su muerte, la de uno de los jefes de la oposición, fue el último jalón en una cadena de hechos que devino en uno de los episodios más dramáticos de nuestra historia. Otras guerras civiles se han superado, de aquella aún perduran los rescoldos.
José Calvo Sotelo formó parte de una generación de políticos a los que les tocó adaptarse a la participación de las masas en la vida pública. Ángel Ossorio y Gallardo, Antonio Goicoechea, Manuel Delgado Barreto, César Silió, los Maura, el propio Calvo Sotelo, poco tenían que ver con los viejos políticos que fundaron el Partido Conservador. Siguieron a Antonio Maura, pero sobre todo modernizaron las prácticas y los discursos.
He tenido la fortuna de leer Mis servicios al Estado. Es uno de los mejores libros para entender la Dictadura de Primo de Rivera, sus contradicciones y sus lagunas. No hay tantos políticos de los que se pueda decir que sus obras completas se han editado en nueve tomos. Él, el Conde de Guadalhorce, Yanguas, Eduardo Aunós, fueron los ministros civiles de la Dictadura y les tocó padecer el estigma de aquella colaboración a partir del 14 de abril.
Alfonso Bullón de Mendoza, su biógrafo, dirigió junto a Luis Togores un
documental para Telemadrid sobre su asesinato que en último término es una pieza sobre las razones por las que ocurre la guerra civil española. Tanto la biografía como el vídeo merecen la pena.
Se ha escrito que su muerte contribuyó a que los últimos indecisos se decidieran a apoyar el alzamiento y también a que este se precipitara. Las palabras de Antonio Goicoechea el día de su entierro debieron impresionar a la multitud. “No te ofrecemos que rogaremos a Dios por ti; te pedimos que ruegues tú por nosotros. Ante esa bandera colocada como una cruz sobre tu pecho, ante Dios que nos oye y nos ve, empeñamos solemne juramento de consagrar nuestra vida a una triple labor: imitar tu ejemplo, vengar tu muerte y salvar a España, que todo es uno y lo mismo; porque salvar a España será vengar tu muerte, e imitar tu ejemplo será el camino más seguro para salvar a España”. La guerra había comenzado.