Pío Moa
Este 1 de abril es el 74 aniversario de la victoria de los nacionales sobre el Frente Popular. Aunque el tópico, algo tonto como la mayoría de ellos, sostiene que la historia la escriben los vencedores, no siempre es así, ni mucho menos, y en el caso de la Guerra Civil española la han escrito sobre todo los vencidos o, más bien, aquellos que se han identificado con los vencidos, a menudo gratuitamente. Que la escriban unos u otros es lo de menos, lo importante es el grado de veracidad de lo escrito. Desde finales de los años 60, la actitud de gran parte de la Iglesia por un lado, y la preponderancia del marxismo en las universidades por otro (preponderancia, no en el sentido de que la mayoría lo fuera, sino de que los marxistas eran los más audaces, mientras que sus contrarios doblaban la cerviz), hizo que la historia de la Guerra Civil fuera contándose sobre la base de que el Frente Popular representaba a la república y la democracia, un gobierno legítimo; falsedad radical a partir de la cual se justificaban todas las licencias con la verdad, falsedad generadora de los más groseros embustes. Generadora de todas las políticas que, desde la transición, han impedido consolidar primero una democracia seria, y desde el 11-m han producido una involución, un proceso de descomposición de la democracia y de erosión de la unidad de España.El 1 de abril de 1939 Franco escribía su celebérrimo y sobrio último parte de la contienda: “En el día de hoy, cautivo y desarmado el Ejército Rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado”.
Para entender quiénes habían sido vencidos no es preciso recurrir a la propaganda de los vencedores. Quedan perfectamente retratados por Azaña, por las indignadas diatribas de liberales como Marañón o Pérez de Ayala, por Ortega y Gasset, por Madariaga, por la correspondencia entre Prieto y Negrín a propósito del Vita, por las acusaciones mutuas entre anarquistas, socialistas y comunistas, por tantísimos documentos y exposiciones de las propias izquierdas, que he expuesto muy reiteradamente. Realmente, fue la victoria sobre el totalitarismo y sobre unos dirigentes que quisieron, planificaron y buscaron la guerra civil, por lo menos desde que perdieron las elecciones de 1933 Unos políticos entre iluminados, ineptos y ladrones, despreciadores de España y los españoles, a quienes sometieron a incontables sacrificios innecesarios que pretendían además ampliar catastróficamente introduciendo a España en la guerra mundial.
Besteiro lo decía sin ambages en su declaración reproducida ayer en este blog: el mérito de vencer aquella pesadilla recaía sobre los nacionales que se habían batido en la “gran cruzada anti Komintern”; o, en palabras de Marañón, “¿Cómo poner peros, aunque los haya” a quienes estaban salvando al país de semejante destino? La victoria del 1 de abril lo fue, en definitiva, sobre una coalición de émulos de Stalin, marxistas revolucionarios, pistoleros anarquistas, racistas del PNV, golpistas diversos y separatistas.
La experiencia republicana, y luego la del Frente Popular, habían sido tan devastadoras que no existían entonces demócratas en España y la solución se fiaba a una u otra dictadura. Pero hay diferencias esenciales entre la dictadura autoritaria de Franco y la de sus enemigos. La primera alumbró el período de mayor prosperidad, paz y estabilidad que haya tenido la sociedad española en los dos últimos siglos, con libertades limitadas pero de ningún modo inexistentes; y finalmente permitió el paso a una democracia que ahora, precisamente, están echando abajo unos políticos e intelectuales indecentes, muchos de ellos procedentes del propio franquismo y que en su casi totalidad carecen incluso del mérito de haber luchado contra él.
Por eso tiene tanta importancia revisar y reescribir la historia con respeto a la verdad. Porque la falsificación del pasado envenena el presente y puede abocarnos a la descomposición nacional o a la repetición de lo peor, como advertía Santayana.