¿Tuvo el franquismo legitimidad de ejercicio?, por Pío Moa

 
 
Pio Moa
Diario YA
 
 
   No menos que la legitimidad de origen del franquismo ha sido negada su legitimidad de ejercicio. Según la propaganda  convencional, Franco exterminó a los demócratas, sumió al país en el atraso y el aislamiento y gobernó manteniendo la división entre los españoles. En frase celebrada, “no trajo la paz, sino la victoria”. Expresiones que, una vez más, colisionan con la realidad bien conocida por quienes vivimos en aquel régimen y con todos los datos estadísticos. Pero que, repetidas mil veces en libros y medios de masas, según la técnica atribuida a Goebbels, son tomadas a menudo como verdades indiscutibles y están, nuevamente, en la base de la LMH. Ahora bien, la falsedad no puede  fundamentar una  paz fructífera,  por lo que tiene el mayor interés  luchar contra ella. A un régimen no puede juzgársele por la retórica justificativa o denigratoria, sino por el balance de sus logros, ya iniciados, como vimos, por éxitos tan esenciales como la derrota de la revolución y la neutralidad en la Guerra Mundial. De esto he tratado en dos libros: España, un balance histórico, y Franco para antifranquistas.
 
   Sobre el exterminio de sus adversarios, el “holocausto” como ha querido llamársele, es difícil imaginar un tópico más infundado. La represión de posguerra no afectó  a la inmensa mayoría de los votantes o combatientes del Frente Popular, que permanecieron libres, como indiqué en  otro artículo. Más de dos tercios del medio millón de exiliados del primer momento volvieron ya en el mismo año 1939, reintegrándose casi todos a la vida normal. Depurados los prisioneros de guerra sospechosos, la mayoría de los cuales volvieron a sus casas, el número de presos bajó con rapidez  y en la Transición salieron todos los presos políticos, pocos centenares, recientes casi todos. Muy pocos de los antiguos republicanos y frentepopulistas lucharon contra el franquismo, ni siquiera cuando casi todos daban a Franco por liquidado  al fin de  la II Guerra Mundial. La gran masa de izquierdistas era testigo de los robos y arbitrariedades del  Frente Popular, de su terror incluso entre sus mismos partidos,  había sufrido el hambre… Las ilusiones aludidas por Besteiro se habían evaporado, y con ellas los odios. La reconciliación fue pronto un hecho, bien claro en el fracaso del maquis, que no logró arraigar en el pueblo. Quizá el mayor éxito del franquismo fue el eclipse de los odios frenéticos, destructores de la república; éxito que favoreció extraordinariamente la transición a la democracia desde 1976. Por tanto, hubo victoria y hubo paz. Y esa paz, por cierto, dura hasta hoy,  el período más largo vivido por España en dos siglos.  
 
   La misma inconsistencia tiene el tópico del atraso. Una mentalidad muy extendida juzga el éxito económico como el argumento de más peso para valorar un régimen, y hasta considera que “la economía lo es todo”. Pues bien, de acuerdo con ello debe admitirse que jamás los españoles han aumentado con tanta rapidez su riqueza media como en los últimos catorce años de Franco. España se convirtió en el país de más rápido crecimiento del mundo después de Japón y Corea, alcanzando al 80% de la renta per capita del grupo de países europeos más ricos; proporción que luego descendió y es hoy más baja. Este auge sin precedentes  vino con otro índice no menos significativo: España superó a casi todos los países europeos en esperanza de vida al nacer, cuando anteriormente la mortalidad infantil había sido una plaga. 
 
   Y hay otras realidades demostrativas: el analfabetismo cayó a niveles marginales, los estudios medios y superiores crecieron como nunca antes, y una gran masa de españoles pasó del peonaje a la cualificación profesional. 
 
   Dado este éxito sin parangón en la historia contemporánea, conocido –aunque poco citado– por todos los economistas e historiadores serios,  los críticos antifranquistas prefieren centrarse en los “años perdidos” como llaman a los 40 y 50 del siglo pasado. Y tampoco ahí aciertan.  El franquismo no solo salvó a España de la revolución y de la guerra mundial, sino que a continuación se vio expuesto a un peligro de reanimación de la guerra civil mediante el maquis, y a un injusto, por no decir delictivo, aislamiento por parte de  Stalin y los Aliados occidentales, a fin  de provocar en España un hambre masiva que hundiera al régimen. Pero el país creció incluso en esos años tan difíciles, aumentaron considerablemente las enseñanzas media y superior  (especialmente la presencia femenina) y se crearon las industrias que luego, una vez superado el aislamiento, ayudarían a cimentar el “milagro español”, como se le llamó en Europa.   
 
   Pero, por más que los antifranquistas han encomiado siempre la cuestión económica como decisiva, al llegar aquí le quitan importancia y clavan su aguijón en el problema de la democracia. El franquismo, afirman, es radicalmente condenable por no ser democrático, por ser totalitario como asegura la LMH o, en otros casos, porque pudo haber dado paso a la democracia mucho antes de que esta llegara efectivamente.