Verdadera Memoria Histórica: La mina de Camuñas, un Katyn republicano en plena Mancha

 
Juan E. Pflüger  
La Gaceta
 
 
   En la vieja mina de plata romana de la localidad toledana de Camuñas reposan desde hace más de tres cuartos de siglo los restos de centenares de víctimas de la represión comunista, socialista y anarquista. Situada en la retaguardia profunda, la boca y el pozo de la vieja explotación fueron testigos de los asesinatos y la crueldad de uno de los bandos enfrentados en la Guerra Civil. Bando cuyos herederos hoy reclaman una memoria histórica selectiva que destape unas fosas mientras pretende que se eche tierra sobre las que llenaron de inocentes sus ídolos.
 
   Quien esto escribe pudo participar junto al afamado forense Francisco Etxeberría en los trabajos de individualización y búsqueda de restos. Un trabajo acometido por un equipo de forenses y espeleólogos de la sociedad Aranzadi que tuvieron que trabajar a casi 30 metros de profundidad sobre una sima formada por restos humanos.
 
   Durante los días que permanecí allí pude hablar con los más ancianos del lugar que recordaban perfectamente los hechos. En la mina de Camuñas se asesinaba casi a diario. Primero se aprovechó para llevar a los vecinos, considerados como contrarrevolucionarios, de los pueblos del entorno –Camuñas, Madridejos, Villafranca, Consuegra, Turleque o Villacañas- pero pronto empezaron a llegar camiones conducidos por milicianos de las provincias de alrededor.
 
   En Camuñas, como asegura uno de los vecinos que tenía 12 años cuando empezó la guerra y que a los 86 (era 2010) mantenía intacta la memoria, “se mató durante toda la guerra, a veces venían camiones con gente viva y las fusilaban en la boca del pozo, otras veces los traían ya muertos y los tiraban dentro”. Y eso duró los tres años de guerra ya que la zona se mantuvo hasta el final bajo el control de los revolucionarios del Frente Popular.
 
   Los estudios y las catas realizadas por el equipo dirigido por Etxeberría calcularon queen la sima del interior de la mina no habría menos de 350 cuerpos, pero que podrían ser muchos más. Tras una semana de trabajo se lograron individualizar 40 cuerpos, entre ellos los de tres sacerdotes que la diócesis de Toledo buscaba en el marco de los procesos de beatificación de mártires de la Guerra Civil.
 
   El resto se dejó tal cual estaba ya que la forma en la que se procedió con el exterminio en la mina de Camuñas dificultaba el trabajo que no recibió ningún tipo de financiación como ocurre con las exhumaciones promovidas por las asociaciones de la memoria histórica.
 
   En Camuñas se fusilaba en la boca de la mina para aprovechar la caída de las víctimas hacia el fondo del pozo de casi 30 metros de profundidad. Cuando los cuerpos habían caído, evidentemente sin recibir el tiro de gracia que acortase su agonía, en el mejor de los casos se lanzaba una granada al interior, pero la mayoría de las veces se les dejaba morir lentamente. Algunos de los vecinos con los que se puso en contacto La Gaceta aseguraban que por la mañana, cuando los familiares de las víctimas acudían a buscar información, eran frecuentes los gritos y lamentos desde el fondo de la mina.
 
   Finalmente, cuando la guerra tocaba a su fin, los milicianos incendiaron el interior de la mina lanzando gasolina y prendiendo fuego desde arriba. Después arrojaron toneladas de piedras sobre los restos para evitar que fueran descubiertos. Era inútil, ningún vecino de los pueblos de alrededor podía olvidar el terror que se vivió durante los tres años de guerra en la mina de Camuñas.  
 

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