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Esta es la obra benefactora de la ciencia, a la que hay que rendir el más explícito homenaje de un admirativo reconocimiento. Y es justamente la que nos permite pensar en que con espíritu superior nos preste la ayuda que el mundo necesita en su previsible desenvolvimiento. Tenemos a la vista un asombroso crecimiento de población para los años que se avecinan. Son dignos de consideración los datos estadísticos correspondientes al desarrollo últimamente registrado en los aspectos demográfico, agrícola, industrial y científico por un gran número de países, como denunciantes de una arrolladora progresión en los primeros. Para los expertos de las Naciones Unidas la cifra de habitantes del mundo crecerá en los cuarenta años próximos en unos 3.500 millones de personas, mientras que en los mil novecientos sesenta y un años después de Jesucristo aumentó 2.500 millones.
El gran problema con el que ha de enfrentarse el mundo en tan breve plazo, dentro del hondo sentido cristiano, es el de asegurar la nutrición de esta creciente comunidad, que exigirá triplicar la producción de alimentos. Un sabio economista alemán, que lo estudia racionalmente, con amplia documentación estadística, se muestra optimista respecto del futuro, “con tal de que se exploten apropiadamente, aunque sólo sea de modo parcial, los grandes recursos potenciales que posee a este respecto nuestro planeta”. Ello representaría atender, como objetivos fundamentales, la ampliación del terreno cultivado, el aumento de su rendimiento por unidad de superficie y el aprovechamiento intensivo de las posibilidades que ofrecen los mares como fuente de alimento para el hombre.
(27-VII-1965: Universidad de Santiago de Compostela.)