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En cuanto a esta Facultad de Ciencias, a cuyo Claustro me incorporo hoy por vuestra bondad, conozco bien cuáles son sus merecimientos y categoría. Aquí en esta Universidad, alejada del centro dinámico de la vida intelectual española, en el ambiente acogedor, por recoleto, para el hombre de estudios, de esta ciudad compostelana, se han forjado escuelas de hombres de ciencia en un trabajo investigador que, como en otros casos felices, traspasó nuestras fronteras. Aquí se formaron catedráticos, investigadores, técnicos de la industria que difunden sus saberes en otras Universidades y otras empresas y aquí se ha hecho investigación de rango internacional en pesos atómicos y en Claustro que tanto prestigio ha dado a la Universidad española.
La ejemplaridad de esta vida académica, integrante vivida, ha de ser luminar permanente para las promociones de estudiantes que llegan a estas aulas ávidos de saber. Son de la misma indestructible sustancia de aquellas gloriosas promociones de hace treinta años, pero vienen ahora bajo el influjo turbulento de un mundo que cambia tan rápidamente de fisonomía, justamente por obra y gracia de unos saberes científicos, que, en su constante renovación, se proyectan en fuerte irradiación sobre lo social como sobre lo político y aun sobre lo religioso. Hay que comprenderles para saber orientarles y responsabilizarles de modo que se salven para la grandeza patria la nobleza de sus innatos sentimientos y los caudales de energía de una mocedad de prometedora madurez. La pujanza de vuestra actuación académica, señores profesores, ofrecerá la mejor canalización a esta torrencial vitalidad que hemos de ver llegar hasta nosotros con el más esperanzador optimismo.
(27-VII-1965: Universidad de Santiago de Compostela.)