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Un hecho hay incuestionable: es el daño que a la Iglesia ha venido causando el régimen liberal de partidos políticos y la división en derechas e izquierdas en que cristalizó, en una de cuyas partes se vio la Iglesia acorralada; no porque ella lo hubiese elegido, sino porque no se le dejó opción, ya que constituyó el único espacio en que se le permitía su función apostólica y docente. En la derecha acabó concentrándose el capitalismo, los grupos de presión, el conservadurismo, los empresarios, los ricos, los católicos, los patriotas y los que tenían algo que perder, mientras en la izquierda figuraban los que enarbolaban la bandera social, los liberales, los marxistas y comunistas, los organismos sindicales de lucha, los revolucionarios, los laicos y ateos y los enemigos de la Iglesia. Así, lo católico aparecía falsamente colocado como adversario de los social, el obrero entre los enemigos de la Iglesia y de la Patria, la izquierda, como monopolizadora del progreso social.
El Movimiento vino precisamente a liberar a unos y a otros de tan falsa postura, a colocar a la Iglesia en su superior magistratura por encima de las pasiones políticas y las diferencias entre los hombres, y su consecuencia ha sido ese balance de veinticinco años de paz a que nos hemos referido, y que demuestra que los españoles sabemos vivir la fe hasta las últimas consecuencias sociales y comunitarias, y que en este camino no hemos bajado, ni bajaremos jamás la guardia, y utilizaremos para ello todos los tesoros de energía espiritual que alientan en nosotros.
(8-VII-1964: Cortes Españolas. -Inauguración VII Legislatura.