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La batalla que el comunismo nos tiene planteada es, en el fondo una gran batalla política. Por ello las armas necesitan ser eminentemente políticas. Hay que combatir con ideales, con doctrinas que atraigan y cautiven, que, encerando eficacia, encaucen los anhelos de las masas populares conquistando a los pueblos. Las armas podrán, en último extremo, respaldar a la razón, pero no crearla.
El pretender egoístamente que la acción comunista pueda pararse ante el bienestar alcanzado por las naciones próceres constituye una torpe quimera. El mundo se les escaparía de sus manos y la tensión internacional acabaría arrollándoles. ¿Se ha meditado debidamente en la influencia que, en la ordenación política del mundo futuro, va a tener el paso por el comunismo de más de la mitad de la población del universo? ¿No es una locura el pensar que el remedio pueda estar en que las aguas vuelvan atrás y discurran por sus viejos cauces? La evolución política de los pueblos marcha siempre hacia adelante, nunca para atrás, y las guerras aceleran este proceso evolutivo. Por ello hay que abrir cauces a la política futura, despertar a tiempo a un mundo que, de otra manera, caminaría hacia el suicidio. He aquí por qué si ayer dolía España hoy nos tiene que doler el mundo.
(30-XII-1965: Mensaje de fin de año.)