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Alcanzar los términos de una justicia como la que reclama nuestro lema es la cifra y resumen de los problemas históricos contemporáneos. Con la instauración positiva de la justicia cambiarán las bases de partida de la moral pública y se abrirá el capítulo de un tiempo nuevo. Decir justicia en este mundo de instituciones envejecidas, de privilegios solapados y desorden moral, es decir nuevas bases de la convivencia y una creación revolucionaria capaz de encajar en la lógica y en el marco de los supremos valores católicos en los que apoyamos nuestra doctrina y nuestra conducta. Pero decir justicia, para nosotros, no puede ser decir algo vago y equívoco; no se trata de una palabra comodín para esconder las dificultades del servicio al bien público o cubrir necesidades discursivas. La justicia social necesita ser algo real y tangible, una creación positiva de la Revolución Nacional. La justicia social necesita ser inicialmente, para no perdernos en rodeos, el saldo de más, previamente conocido entre los ingresos y gastos de tipo familiar de rango económico más modesto, saldo conocido por anticipado por la estabilidad de los salarios y de los precios de los artículos en un mercado suficientemente abastecido. La justicia necesita ser inicial-mente la situación satisfactoria de esos saldos, con todo lo que ello pueda representar, y después, trabajo para todos y campo abierto para todas las vocaciones, escalas y rangos de la jerarquía social con los servicios e instituciones para ello necesarios. En relación con este problema fundamental de la justicia social, hay que reconocer, según acredita la experiencia, que es preciso abandonar las formulaciones y consideraciones parciales del asunto para establecer vigo-rosa e inequívocamente nuestro objetivo. No se trata del salario justo, ni de la seguridad social, ni de la previsión aislada, ni determinadas mejoras, ni de la ocupación permanente en el trabajo; se trata de todo eso a la vez en un solo problema general y básico que constituye la razón de ser y uno de los fines primarios y fundamentales del Estado. Para realizarlo nos hemos empeñado en la gran batalla de la producción española, en llevar la renta nacional y el consumo por individuo a los índices alcanzados por las naciones más prósperas, en crear nuevas fuentes de riqueza y trabajo e impulsar la investigación, la técnica y la especialización de la mano de obra en términos y a ritmo desconocidos en la historia de ningún otro pueblo. Quiero decir con esto que sin descender para nada del espíritu realista y práctico más exigente, necesitamos abordar el replantea-miento de las condiciones sociales y económicas de los productores de acuerdo con las necesidades orgánicas y funcionales del establecimiento de esa justicia. Todos los miramientos, todas las precauciones, todas las garantías, todos los contrastes que se quieran para traducir en hechos nuestro ardiente ideal. Nada de arbitrismos, ni de utopías, ni de proyectos arriesga-dos, pero nada tampoco de insinceridad, de conformismos, de frustración del santo impulso y del anhelo revolucionario por el que murieron nuestros mejores. No es cosa de entrar ahora en el examen de los problemas de ejecución que pueda comportar el mantenimiento permanente, como razón de ser del Estado, de servicio público, de cooperación para la instauración de la justicia y del bien común. No es tampoco prudente señalar los plazos y etapas de ejecución, pero si no plazo y detalles que no son del caso, es, por el contrario, necesario que los españoles conozcan la veracidad y los términos esenciales de nuestro designio para que a través de las peripecias, dificultades y peligros de la marcha, nos mantenga unidos y con alto espíritu la visión directa de la meta y lo congruente de los pasos que invariablemente han de conducirnos a ella.
Francisco Franco Bahamonde
(31-XII-1952: Mensaje de fin de año.)
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