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Yo me atrevo a proponer a los españoles, como modelo para el futuro, a estas generaciones que en estos veintiún años no se sintieron jamás débiles en medio de las dificultades y la pobreza de medios en que nos debatíamos; lo mismo en los tiempos primeros de nuestra Cruzada, cuando nuestra fe obraba milagros, sino más tarde, en los días de prueba, cuando la guerra universal rondaba nuestras fronteras terrestres y marítimas, en los que la confianza y el señorial sosiego del pueblo español ayudó sustancialmente a conllevar la situación y alejar los peligros que la guerra mundial nos ofrecía. Y al terminar la contienda, en los momentos en que en el río revuelto de la paz surgió la conjura contra nosotros, la hostilidad de fuera se estrelló contra la unidad y la fría tranquilidad de los españoles. Ni uno solo de los planes y trabajos nacionales a largo y corto plazo se alteraron lo más mínimo. Gracias a esto, nuestras grandes necesidades han podido ser conllevadas. Desde entonces, todos esos pequeños intentos de perturbación de nuestra unidad y de nuestra paz que desde fuera se promovieron, y que en otras épocas hubieran llenado la crónica del tiempo, pasaron sobre nosotros como modestísimas incidencias del quehacer cotidiano de las que nadie se acuerda.
Sólo después de este reconocimiento de los bienes que por nuestra fe, nuestra unidad y nuestra disciplina el cielo nos ha deparado, es lícito examinar y tratar las cuestiones que tenemos pendientes y que nos preocupan en el momento o para el porvenir, porque tan mala o peor que la táctica de pretender ignorar los problemas es la de abultarlos o inflarlos, y sobre todo desconocer, para un juicio de conjunto, los motivos de satisfacción, de fe y de esperanza que tenemos ante nosotros.
Francisco Franco Bahamonde
(31-XII-1957: Mensaje de fin de año.)
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