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En una época en que el mundo se debate ante una ola de materialismo que pretende destruir la moral individual y familiar en aras de un desenfrenado disfrute de los bienes materiales, con abandono de cuanto significa sacrificio y esfuerzo personal, nosotros proclamamos, una vez más, la supremacía de los valores espirituales del hombre.
Nuestro Gobierno, acorde con los sentimientos católicos de la casi totalidad de los españoles, ha mantenido invariablemente a lo largo de más de siete lustros su actitud de respeto y cooperación hacia la Iglesia, brindándole gustosamente facilidades y ayudas de todo orden para el cumplimento de su sagrada misión. Todo cuanto hemos hecho y seguiremos haciendo en servicio de la Iglesia, lo hacemos de acuerdo con lo que nuestra conciencia cristiana nos dicta, sin buscar el aplauso ni siquiera el agradecimiento.
Creemos que las relaciones entre la Iglesia y el Estado han de basarse en dependencia de ambas supremas potestades y en el reconocimiento de la esfera de autonomía propia del orden político, como oportunamente recordó la Conferencia Episcopal Española de 29 de junio de 1966 al afirmar que: «Si cisión de la jerarquía iluminar la conciencia de los fieles en el cumplimiento de sus deberes cívico-sociales, no lo es invadir el terreno de la autoridad civil, adoptando posturas o emitiendo juicios que, por referirse a la elección de medios contingentes en el orden temporal, dependen del ejercicio de la prudencia política.
Francisco Franco Bahamonde
(30-XII-1972: Mensaje de fin de año.)