Luis E. Togores
El Tercer Reich, sin lugar dudas, fue derrotado por el Ejército Rojo. Stalin sacrificó a casi diez millones de sus soldados y a más de veintitrés millones de civiles compatriotas suyos para lograr llegar a Berlín. Pero el objetivo de Stalin no era únicamente vencer al nazismo, del que fue un fiel aliado durante unos años, sino destruir el capitalismo e imponer en el mundo dictadura. Al terminar la guerra los Países Bálticos volvieron a formar parte de la Unión Soviética, así como un buen trozo de Polonia y Finlandia. Checoslovaquia, Polonia, la República Popular de Alemania, Hungría, Rumania, Yugoslavia… quedaron bajo las botas claveteadas de los soldados de Stalin y sus lacayos comunistas.
En la victoria de Stalin sobre los alemanes desempeñó un papel fundamental el que sin lugar a dudas ha sido el más nefasto de todos los presidentes que ha tenido los Estados Unidos, Franklin Delano Roosevelt. Es cierto que Roosevelt era consciente de que la sangre de los soldados soviéticos servía para evitar la muerte de soldados norteamericanos, pero la forma que contribuyó materialmente al esfuerzo de guerra soviético no solo permitió la victoria del Ejército Rojo sobre las tropas de Hitler y sus aliados, sino que sirvió para afianzar la conquista de media Europa por Stalin y sus secuaces.
Inicialmente Estados Unidos regaló a la Unión Soviética 2.000.000.000 de dólares. El 30 de junio de 1942 a Rusia llegaron de manos de Inglaterra y, sobre todo, de los Estados Unidos 2.250 carros de combate, 36.865 camiones, 6.823 vehículos todoterrenos, 400 blindados de exploración y 2.421 lanchas neumática. Todo esto junto a una cantidad ingente de grano, maíz, leche deshidratada, mantequilla, carne y carne en lata, en total 167.995 toneladas, más el 100% del hilo telefónico producido por los Estados Unidos y el 90% del fabricado en los meses sucesivos. Este primer envío hizo un total 613.822 kilómetros de cable más 56.445 teléfonos de campaña. Al plan de préstamo-arriendo de Washington a Moscú además se unieron 1.285 aviones de combate y 300.000 toneladas de petróleo refinado.
En octubre de 1942 Roosevelt prometió a Stalin enviarle entre 8.000 y 10.000 camiones mensuales; 4.000 toneladas de explosivos en noviembre y 5.000 toneladas todos los meses siguientes. Y cada mes hasta el final de la guerra 15.000 toneladas de carne más otras 10.000 toneladas de carne enlatada, si como 12.000 toneladas de manteca, etc.
A todo esto, y mucho más, se unieron fábricas enteras listas para ser montadas y puesta a funcionar, junto a diseños industriales punteros, muchos de ellos secretos civiles y militares. Incluso fue enviado material atómico que sirvió a los soviéticos para fabricar su primera bomba atómica. Todo esto fue posible por la falta de criterio de Roosevelt, que se rodeó de agentes soviéticos como Alges Hiss o el muy próximo al presidente de los Estados Unidos Harry Hopkins. Los archivos de Venona han demostrado que siete agentes soviéticos infiltrados en la cúpula de poder de Washington –White, Salomón Adler, Frank Coe…– fueron fundamentales en el asesoramiento del presidente norteamericano. Ellos fueron los que propiciaron no solo la victoria de los soviéticos sobre Alemania, gracias al entreguismo a Stalin de Roosevelt, también el abandono de media Europa a los comunistas.
De mano de estos comunistas estadounidenses se armó la Unión Soviética,
se abandonó a los nacionalistas polacos y serbios en beneficio de sus compatriotas comunistas, todos esto a las órdenes de Stalin. El armamento yanqui sirvió luego para que los nacionalistas chinos fueran derrotados en su guerra civil por
Mao Zedong.
De los cuatro grandes, De Gaulle no contaba, pues no disponía de los soldados y medios materiales necesarios. Churchill, el político con más sentido común, bastante tenía con salvar a Gran Bretaña de una hecatombe que se presentaba como imparable. Stalin era el más inteligente de los cuatro, con un plan y unos objetivos mejor trazados. Carecía de escrúpulos, de conciencia y pensaba y llevaba a la práctica la idea de que el fin, su fin, justificaba los medios. Quería acabar con el capitalismo y con los sistemas democráticos de sus aliados casi a cualquier precio. Sólo Truman y su bomba atómica le pararon.
Roosevelt era un político mediocre, idiota y enfermo. Rodeado de consejeros y funcionarios que, en la mayor parte de los casos, eran agentes soviéticos o filocomunistas, como se ha podido comprobar con la apertura de los archivos soviéticos. Su ineptitud entregó a media Europa a la dictadura comunista durante medio siglo. Su muerte fue para muchos europeos una bendición pues su sucesor veía el futuro del mundo de forma muy distinta.