El despertar de un pueblo

Jaime Alonso 
Vice-Presidente Ejecutivo F.N.F.F.   
 
 
A ninguno de los que amamos a España se nos ocurriría el más mínimo agravio hacia Cataluña, parte étnica, cultural, histórica y social de la riqueza común.
 
Una de las maneras más sutiles, bárbaras y demoledoras de agraviar a Cataluña es la de considerarla una víctima del resto de España; diferente con exclusión; enfrentada a la historia; y asolada en su territorialidad y lengua por el foráneo español. Ese odio propagado en la enseñanza, reforzado en la administración autonómica y uniformado en los medios de comunicación catalanes contra la rica multiplicidad de los pueblos que configuraron, desde hace V siglos, España, es una falta de respeto a Cataluña, una muestra de complejo y una carencia de “seni” desconocido hasta ahora.
 
Que Arturo Mas no entienda a Cataluña, que la reconduzca a un pleito de familia, a una simulación histórica, a un pacto codicioso que anula y tergiversa sus sentimientos, es la mayor afrenta que se puede hacer, hoy, a Cataluña. Lo único que no es artificial es el sentimiento de su singularidad, arteramente azuzado desde el siglo XIX, contra el resto de los pueblos que configuraron España. Y a ese noble y plausible sentimiento se le ha inoculado el odio del fracasado y el egoísmo del avaro. Así, durante más de treinta años, se ha configurado en Cataluña una oligarquía dirigente, sedicente y perniciosa, corrompida y acomplejada, que ha provocado su ruina económica y la fractura social. Esa parte de España está dotada de una lengua propia, cultura singular, costumbres e historia diferencialmente compartidas desde hace dos siglos. Sus singularidades, como las del resto de las Regiones, Reinos, que conformaron España, debe ser, fue y será, fuente enriquecedora de la Patria común. España se configuró así. Fue engendrada y creada de esa multiplicidad de culturas, lenguas y costumbres, y la voluntad histórica de perpetuarse en su variada singularidad. Fue bendecida con la Cruz y engrandecida en Imperio. La lengua común de origen, el castellano, se universalizó como español, idioma en el que se expresan, sienten y reza una cuarta parte de la humanidad.
 
El problema esencial radica en comprobar si en estos treinta y siete últimos años de nuestra historia, ha sido bien cimentada la base de nuestra civilidad nacional española, la conciencia de pertenecer al pueblo español como unidad, no uniforme, de convivencia, historia y futuro. Si los símbolos, himno, bandera e instituciones han sido respetados y ocupan el lugar que les corresponde en el diario acontecer. Si nos hemos dado unas Autonomías como premio a la diferenciación y resorte de exclusión, a modo de desagravio histórico, sin preocupación alguna por saber si estábamos contribuyendo, por omisión, a inocular en el alma colectiva el arribismo de la política, el germen de la ruptura, la conciencia disgregadora y la voladura controlada de nuestros cimientos.
 
No resulta temerario, después de treinta y siete años de nefasto gobierno Autonómico, el afirmar que los instrumentos de poder puestos en manos de los distintos gobiernos de Cataluña, institucionales, financieros y culturales, han sido empleados para deshispanizar Cataluña, corromper sus costumbres y arruinar su economía.
 
Frente a esta deriva separatista ya no caben escrúpulos constitucionales. O se aplica la Carta Magna que un día se aprobó, o sobra todo el andamiaje jurídico y entramos en un proceso revolucionario. Cuando una Constitución no rige como norma en una parte de su territorio; cuando la ley no se cumple y las resoluciones judiciales no tienen ejecución voluntaria o coercitiva; cuando los derechos básicos de los ciudadanos, como la libertad de enseñar a sus hijos en el idioma e historia común, son prohibidos; cuando se persigue y discrimina el idioma español, la ofensa tiene el carácter de agravio y el agraviado, el legítimo deber de restituir el derecho, el orden constitucional, la libertad y el Estado. De lo contrario, debe asumirse sin ninguna solemnidad ni grandeza, el resultado doloroso y traumático del desgarro de un pueblo, de una Nación, en otro tiempo, Imperial y civilizadora.
 
Pero alguien está escribiendo la historia de la próxima aurora. En la Plaza de Cataluña, sin convocatoria reconocible, sin apoyo mediático, sin dirección partidista; de manera espontánea, natural, como un grito de rebeldía de quien no se resiste a la contemplación de este aquelarre nacional, enarbola en la plaza pública un mar de banderas rojigualdas ensambladas con senyeras, portadas con firmeza por catalanes libres, orgullosos y dignos de ser ambas cosas, de no excluir ninguna de las dos realidades, de los dos sentimientos. Salen a la calle a proclamar su españolidad como catalanes. ¿Hay forma más hermosa de expresar un amor ancestral? ¿Existe un voluntarismo mas explicito que el de enfrentarse  con humildad y valor a la impostura?¿Puede ignorarse ese real sentimiento, silenciado y perseguido hasta ahora?¿Debemos acudir en su ayuda, compartir su anhelo, hacer nuestro su desconsuelo?¿Alguien duda de que el futuro en paz, progreso y libertad les pertenece? Todos nos jugamos todo. Pocas veces una acción minoritaria tuvo tanta trascendencia, oportunidad y valor de señalar el camino a toda España.
 
Con ser mucho y muy profundo el daño que la actual clase dirigente ha hecho al pueblo catalán, al vasco, y al resto de España, por acción u omisión, por cobardía o por perfidia, consciente o inconscientemente, vemos que todavía hay conciencia regerenacionista y articulada respuesta a uno de los peores males que nos aquejan. Aún nos queda la esperanza, la posibilidad de que resurja España como una empresa común, que recobre el rumbo perdido de la historia compartida, que se enfrente a la lacra más perversa y nefasta para un pueblo: El separatismo.
 
Aunque España haya vuelto a ser esa “encina medio sofocada por la yedra. Y la yedra es tan frondosa, y se ve a la encina tan arrugada y encogida, que a ratos parece que el ser de España está en la trepadora, y no en el árbol. Pero la yedra no se puede sostener por sí misma”. Por si mismo el camino de España no tiene perdida, ni admite atajos. Aprendemos de Roma el habla, recibimos el derecho y abrazamos el cristianismo. Civilizamos al mundo y defendimos, antes y más que nadie, esa civilización del Islam. Nos levantamos, después de caer, de los errores de la Ilustración. De ahí que mi esperanza resida en que otro 12 de Octubre, donde la Virgen se apareció a Santiago en el Pilar de Zaragoza, se haya obrado el prodigio de despertar al pueblo catalán y con él, al español, en defensa de una España plural e inmortal. Veamos el signo de los tiempos en el despertar de un pueblo.    
 
 
 

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