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Jaime Alonso
Abogado
Afán nº 26
La historia es el camino que recorre un pueblo en el tiempo, uniendo su destino en los limites de un territorio, una lengua, unas creencias (cultura) y la defensa de todo ello frente a los enemigos exteriores o interiores. Cuando se habla del “fin de la historia” no se están refiriendo a un futuro caótico; sino a un futuro sin raíces, sin denominación de origen, sin un pasado compartido y, por consiguiente, aleccionador. Nos advierten, estos acertados agoreros, de que la historia, en el futuro, será inventada y a la carta, según lo que convenga a la directriz global. Así cesará la vinculación a nuestros ancestros y vagaremos sin mochila y sin rumbo, ni asidero posible.
¡Que ingenuos! ¡Que torpes! ¡Que necios! ¡Que ignorantes! ¡Que malvados! los que diseñaron, a la muerte de Franco, las autonomías, como fórmula descentralizadora de la administración pública española, buscando una mayor eficacia, proximidad con el administrado, eficiencia en los recursos o sensibilidad histórica son, con la fuerza de los hechos y el tiempo transcurrido, el paradigma de alguno de esos cinco epítetos, sino de todos. Ellos sentaron las bases, conscientes o no, del intento de destrucción de la Nación mas antigua de Europa, base y estandarte de la civilización europea. Resulta sencillo adivinar las razones que impulsaron ese “proyecto suicida”, en el fondo, no en las formas, de la llamada “transición política de la dictadura a la democracia”.
Los tintes empleados para enmascarar la realidad, aparecen, cada día, con mayor nitidez y crudeza. Desde aquel ditirambo de la transición, iniciado por algún deudo de que: “Franco era el problema”; hasta las actuales leyes memorialistas donde todas las trompetas del Jericó mediático, político, económico, social e histórico, tocan a rebato sobre el pasado como exordio de futuro. Ya está comprobándose lo contrario: “Franco fue, es y será la solución a todos los problemas ocasionados por la quiebra de la democracia o la desintegración de la nación”.
De ahí el odio iconoclasta hacía su figura y memoria del actual Gobierno, llamado, sin mucho ingenio retrospectivo, “frente popular”; conjunción perversa de la izquierda radical, terroristas y separatistas en busca de excluir del poder toda idea contraria a sus designios; controlar y pudrir todas las instituciones; y usurpar, en su provecho, todo el proyecto totalizador y degradante que sus ideas comportan, sobradamente experimentadas desde el siglo XIX hasta mediados del XX en España.
Con Franco ya hubo que enfrentarse al separatismo que había crecido como Ia yedra en el edificio patrio, alimentada por el odio, el etnicismo y la corrupción de unos; y la inhibición, tolerancia y cobardía de los otros. España mantuvo en todo el siglo XIX permanentes enfrentamientos civiles, guerras cantonales y dinásticas que sembraron de discordia nuestra tierra, contribuyendo al advenimiento de la I y II Republica. Ortega no sabiendo como enfrentar políticamente el problema separatista, propuso el que “habla que sobrellevarlo. Ramiro de Maeztu sostuvo en ese momento histórico que: “España es una encina medio sofocada por la yedra. La yedra es tan frondosa, y se ye a la encina tan arrugada y encogida, que a ratos parece que el ser de España está en la trepadora, y no en el alto!. Pero la yedra no se puede sostener sobre si misma“.
Franco, revirtió radicalmente el signo de los tiempos, atacando el problema en su raíz: Ia enseñanza, Ia historia y la lengua. Sin quitar un ápice de Ia singularidad cultural que aportaron en la historia las distintas regiones hispanas como plural mosaico de unidad, convivencia y grandeza; impidió, desde Ia raíz, la manipulación política que transforma los hechos diferenciadores en antagónicos; imposibilitó que la lengua vernácula y materna fuera excluyente de la obligatoria y común de todos los españoles; anuló la recreación de una historia distinta, parcial e inventada, que se enfrentara a Ia historia común, veraz y contrastada; y suprimi6 Ia creación y mantenimiento de una administración paralela, fagocitando los recursos generales; sin control y abusiva en competencias y funciones.
El Estado era unitario y Ia enseñanza Única, publica y respetuosa con las iniciativas paternas, en todo el territorio español. La descentralización administrativa no admitía la dispersión, duplicidad o enfrentamientos. La unidad rechazaba la uniformidad impuesta, buscando Ia pluralidad enriquecedora. Aquello funcionó y Cataluña y Vascongadas fueron el motor del desarrollo industrial español y de su mayor renta “per cápita”. Se educaba en la ciencia del saber y también en Ia del modo de ser; buscando el conocimiento se adquiría el respeto, tanto a las personas como a sus ideas y símbolos que nos representan.
Otro superior acierto de Franco fue preservar a España, mientras se reconstruía y ejerció su “mandato comisorio”, de Ia vieja partidocracia que, desde Ia Guerra de la independencia, fue una de las causal de nuestra imparable decadencia, ruina económica, desvertebración política, corrupción institucional y mayoritarias masas obreras y campesinas de analfabetismo y exclusión social.
Hasta su Ilegada, durante casi dos siglos, fueron ensayados con idéntico resultado todas las formas de gobierno, todos los sistemas parlamentarios. Gobiernos conservadores seguían a gobiernos liberales; gobiernos de izquierda, siempre mal Ilamados, progresistas, sucedían a gobiernos de derechas; pronunciamientos militares de uno u otro signo; una primera restauración (1874) borbónica, la de Alfonso XII Y XI II, sin contar las de Fernando VII; dos republican, la primera federal, luego cantonal para terminar en tres guerras civiles simultaneas (Cuba, Carlista y Cantonal), con Ia destrucción de vidas y hacienda que ello comporta; Ia segunda proclamada “de trabajadores de todas clases“. Desde 1812 hasta 1931, ocho constituciones distintas pretendieron encajar el traje político en el cuerpo social de España, con escasa fortuna, por su ajenidad a Ia idiosincrasia patria; el escaso respeto en su cumplimiento por quienes las promulgaron; la corrupción generada por las castas gobernantes y el nulo propósito de orientar la política a Ia consecución del bien común, en lugar de dirigirla al clientelismo militante, o al adoctrinado votante.
También acertó Franco, en retrasar la implantación subsidiada de la vieja política liberal triunfadora en la II Guerra Mundial, lo que posibilitó nuestro eficaz, sostenido y general desarrollo económico, lo que se ha dado en Ilamar “Estado del Bienestar”. Nadie desconocía que el sistema de democracia orgánica implantado no iba a ser homologado a su fallecimiento y al no existir un partido único, la transición se suscribía a sus previsiones sucesorias y a un pueblo desarrollado, reconciliado con su pasado, estable por su clase media e integrado en su entorno geopolítico europeo. Gracias a esa previsión han tenido que pasar otros cuarenta y cinco años desde su fallecimiento para que los viejos demonios familiares vuelvan a aparecer en toda su extensión y crudeza.
Con estas breves reflexiones solo aspiro a que no vuelvan a hacerse presentes las palabras de D. Manuel Ruiz Zorrilla, dirigidas a sus compatriotas parlamentarios al advenimiento de Ia la Republica: “Protesto y protestare, aunque me quede solo, contra aquellos diputados que habiendo venido al Congreso como monárquicos constitucionales se creen autorizados a tomar una determinación que de la noche a la mañana pueda pacer pasar a la nacían de monárquica a republicana“. Tampoco que se cumpla el dictado del diputado D. Emilio Castelar, tan buen orador como incoherente político: “Señores, con Fernando VII murió la monarquía tradicional; con la fuga de Isabel Il, la monarquía parlamentaria; con la renuncia de don Amadeo de Saboya, la monarquía democrática; nadie ha acabado con ella, ha muerto por si misma; nadie trae la Republica, la traen todas las circunstancias, la trae una conjuración de la sociedad, de la naturaleza y de la Historia. Señores, saludémosla como el sol que se levanto por su propia fuerza en el cielo de nuestra Patria”.
¡Y vino el desastre y sigue vivo!