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Juan Roig Diggle nació en Barcelona, el 12 de mayo de 1917. Hijo de Ramón Roig Fuente y de Maud Diggle Puckering, también de Barcelona, pero de familia inglesa. Comenzó sus primeras letras en el Colegio de los Hermanos de La Salle, de la calle Condal. Pasó luego al Colegio de los Escolapios de la calle Diputación para iniciar el Bachillerato. Tuvo como profesores a los padres Ignacio Casanovas y Francesc Carceller, que serían como él mártires, y la Iglesia los ha beatificado.
Por un serio problema económico, la familia Roig Diggle tuvo que dejar Barcelona y trasladarse al Masnou, a la calle de Salmerón 47, hoy Jaime I. Para ayudar a su familia Juan entró a trabajar como dependiente en un almacén de tejidos, y luego en una fábrica en Barcelona. No abandonó los estudios. Al llegar al Masnou ingresó en la Federación de Jóvenes Cristianos de Cataluña. Juan Meseguer, Presidente en 1936 de los “avanguardistas” de Masnou, escribe de él:
“Cuando vino a Masnou nadie lo conocía, pero muy pronto se hizo notoria su piedad y ardiente amor a la Eucaristía. Se pasaba horas ante el Santísimo sin darse cuenta. Su ejemplo convertía más que sus palabras. Quería ser misionero. En un Círculo de estudios celebrado pocos días antes del 18 de julio nos dijo que veríamos a Cataluña roja, pero no sólo de comunismo, sino de la sangre de sus mártires, y que nos preparásemos todos, porque si Dios nos había elegido para ser uno de éstos, debíamos estar dispuestos a recibir el martirio con gracia y valentía como corresponde a todo buen cristiano, y así lo hacían los primeros en las catacumbas.”
Fue nombrado Delegado de los Vanguardistas, una veintena de jóvenes de 10 a 14 años, y Vocal de la Sección de Piedad. Trabaja mañana y tarde. Va en tren, ida y vuelta a Barcelona, pero antes ayuda a Misa a las 7 de la mañana y recibe la Eucaristía. Participó en las tareas de la Federación, y fue nombrado Vicepresidente del Consejo Comarcal de la Federación del Maresme, lo que le llevó a establecer gran amistad con su Consiliario, el Padre Pedro Llumá, que fue su Director Espiritual. Trató mucho con el Beato Pere Tarrés, su Médico de confianza, con quien compartió ideales apostólicos.
“Yo no moriré sin sacramentos, -había dicho muchas veces a sus amigos en momentos de peligro-, porque he hecho los nueve primeros viernes, y la promesa del Corazón de Jesús no falla.” Así se iba a cumplir como último acto previo a su detención.
El 20 de julio de 1936, los milicianos rojos quemaron la sede de la Federación. Juan, abatido, comentó: “Ahora más que nunca hemos de luchar por Cristo”. Su madre recordaba: “Fue aliviando penas, animando a los tímidos, visitando a los heridos, buscando diariamente en los hospitales entre los muertos, para saber cuáles de los suyos habían caído asesinados… Cada noche, al pie del lecho, con el crucifijo estrechado en sus manos imploraba para unos clemencia, para otros perdón, y para todos misericordia y fortaleza.”
Su director espiritual le había confiado el gran tesoro de la reserva eucarística ambulante. Dijo a la familia Rosés a la que visitó aquella tarde del 11 de septiembre de 1936: “Nada temo, llevo conmigo al Amo”. Les dejó el Santísimo y, a la vuelta del trabajo, lo recogió y se lo llevó a su casa. Cuando horas después los milicianos golpeaban su puerta. Juan se apresuró a sumir las Sagradas Formas como viático. Cuando se lo llevaban abrazó a su madre y se despidió de ella en su lengua: “God is with me”, (“Dios está conmigo”). La patrulla de las juventudes libertarias de Badalona, tras varios desplazamientos, le llevó junto al cementerio nuevo de Santa Coloma de Gramanet, donde aquella noche, víspera del 12 de septiembre de 1936, festividad del Dulce Nombre de María, era asesinado de cinco tiros dirigidos a su corazón y uno de gracia en la nuca.
Le permitieron dirigirles la palabra. Las últimas que salieron de sus labios fueron: “Que Dios os perdone como yo os perdono”.
Al ser exhumados sus restos se le reconoció la entrada de una bala por la parte posterior del cráneo y otras cinco heridas en el pecho. Los detalles de la muerte de Juan Roig se pudieron saber por su tío Jaime Marés, que cuando se enteró de su detención, temiéndose lo peor, pidió ayuda a un amigo policía, a quien uno de los verdugos le confesó: “¡Ah! Aquel chico rubio era un valiente, murió predicando. Moría diciendo que nos perdonaba y que pedía a Dios que nos perdonará. Casi nos conmovió”.
La benemérita Asociación de Amigos de Joan Roig promovió su causa de beatificación y el traslado de los restos mortales del Siervo de Dios del Cementerio de Santa Coloma de Gramanet al sepulcro preparado en la capilla de la parroquia de San Pedro de Masnou, donde actualmente reposan, en espera de su beatificación.