María Paz Unciti, un Lucero de 18 años

 
 
PPG – FNFF 
 
 
María Paz Martínez Unciti, nació en Madrid en 1918. Conocida familiarmente como Mari Paz Unciti. Hija del Jefe Militar, Ricardo Martínez Unciti, quien no satisfecho con su Servicio a las Armas fue, además, Profesor, Matemático, Arquitecto y  Escritor… Su esposa Agustina, se dedicó en alma y vida a un hogar de diecinueve hijos, de los que Mari Paz era la pequeña. El Militar formó parte de los llamados “Últimos de Filipinas”, e intervino en la Guerra de Marruecos. A los 74 años murió este hombre de Armas y Letras, sin querer servir a la república cuando enarbola la bandera tricolor. Su familia sigue adelante con toda la fortaleza heredada del padre.
 
   María Paz estudia por entonces el Bachillerato. En 1936 conoce la familia a los Primo de Rivera y Mari Paz se alista en la recién creada Falange de Jose Antonio. Vende sellos de la Falange, jabón, revistas, etc…, con el fin de reunir fondos para los obreros que han sido represaliados, para los prisioneros que ya empiezan a llenar las celdas. Asiste a los mítines, vocea por las calles valientemente las revistas La Conquista del Estado, Arriba, FE.
 
   De apariencia delicada, su firmeza interior la mueve a volcarse en una lucha incesante por España y los españoles perseguidos. En Madrid todo empieza a convertirse en hambre, miseria, asesinatos, muerte… Para luchar contra la antiespaña, se crea el llamado Socorro Azul, también conocido como Auxilio Azul, integrado por mujeres que no tardarán en alcanzar el número de seis mil. No llega a ser organizado oficialmente hasta pasado noviembre de 1936.
 
   El Socorro Azul prestó un gran servicio, y fueron millares las vidas salvadas por éste. Por otra parte, su contribución a la victoria no fue pequeña, teniendo en cuenta el gran volumen de evadidos de zona roja que ingresaron en el Ejército Nacional. Las tareas a las que se dedicaba el Socorro Azul eran las de conseguir fondos, para lo cual hacían todo tipo de tareas: ocultar evadidos, proporcionar documentos, alimento y escondrijo, visitarlos y llevarles noticias, etc. Como la cifra de los perseguidos ocultos aumentaba, el Socorro Azul organizó dispensarios. No es necesario hablar de los riesgos continuos que corrían las mujeres del Socorro Azul.
 
   Mari Paz, acompañada de su hermana mayor, Carina, piden limosna, buscan escondrijos, colaboran en las fugas, van a las prisiones, jugándose la vida una y otra vez. Como ellas otras mujeres, pocas al principio, se juegan la vida en esta retaguardia. Durante el trágico final del Cuartel de la Montaña, Carina y María Paz se encuentran en el balcón de su casa, en la calle de Santa Isabel, y desde el mismo presencian la barbarie y el ensañamiento de los milicianos rojos hasta con los muertos. Desvalijándolos, pisoteándolos, arrastrando sus cadáveres por la Gran Vía madrileña.
 
   Cuando un muchacho enarbola en su mano, como un trofeo, el brazo de un teniente coronel, señalando las estrellas de su bocamanga, María paz no puede contenerse y grita: -¡Cobardes! ¡Asesinos! ¡Arriba España! ¡Arriba siempre España! Y levanta la mano con el saludo ibérico. Su hermana Carina, a duras penas, puede agarrarla y meterla en la casa sin que, milagrosamente, nadie oyera a María Paz, en la oleada de milicianos frentepopulistas borrachos de sangre, y de lo que no era sangre, que descendía por la Gran Vía.
 
   La contemplación de aquella horrible matanza del Cuartel de la Montaña, en la que caerían muchos camaradas conocidos por las hermanas Unciti, les desgarró el alma. El 30 de octubre de 1936, Mari Paz acompaña a un muchacho perseguido, Emilio Franco, un estudiante de su edad, para ocultarle en la Embajada de Finlandia y evitar así que le asesinaran los rojos. El muchacho también sería detenido y asesinado. Son los días en que las cunetas de España, especialmente en Madrid, comienzan a poblarse con los cadáveres del tiro en la nuca y las embajadas extranjeras se convierten en refugio seguro para algunos afortunados. Los dos fingen ser una pareja de enamorados pero son apresados y Mari Paz conducida a la Checa del Comité Provincial de Investigación Pública, la tristemente conocida como Checa de Fomento, que se distinguió en el robo y el asesinato de hombres, mujeres y niños. Esta checa era el brazo ejecutor de tan siniestro comité, al que el Director General de Seguridad, Manuel Muñoz Martínez, de la Izquierda Republicana de Azaña y grado 33 de la masonería, había entregado licencia para asesinar a cualquier persona.
 
   El “tribunal” estaba formado por representantes de los partidos y sindicatos del Frente Popular, que hacían turnos de ocho horas ininterrumpidamente. Especialmente intensos eran los turnos nocturnos, que eran los preferidos por los milicianos para cometer las ejecuciones. Cuando esta checa fue disuelta, el gobierno rojo autorizó a sus “jueces” a quedarse con treinta mil pesetas cada uno –equivalentes a unos 150.000 € actuales- procedentes de los robos y saqueos de las personas que habían asesinado. En este siniestra checa se encuentra también una monja escolapia, la Madre Cándida, Escolapia, Profesora de la apresada que será la que más tarde revelará a su familia el martirio y los últimos momentos de la hija y hermana.
 
   La farsa de juicio de Mari Paz se realizó la misma noche de su detención. Las tres malas bestias encargadas de juzgarla eran miembros del PCE. En realidad, no es un juicio, sino un interrogatorio en que tratan de intimidarla para que delate a sus camaradas. Fue interrogada hasta la saciedad, insultada, vejada… Sin embargo, Mari Paz calla, rezando en silencio. Su fatídico destino está sellado cuando le muestran su ficha de militante de la Falange. Es encarcelada por intentar salvar a un “fascista” introduciéndole en la embajada. No tiene escapatoria. Al ver su cara de adolescente uno de los acusadores dice:
   -Bonita si eres, compadre; ya te habrás mirado al espejo. ¿No te da pena perder esos ojos tan bonitos? Verdes, pero qué bonitos de verdad. Te vamos a pegar un tiro en cada uno. ¿Y a ti no te da lástima?
   María paz responde:
   –Estos ojos no morirán. Sé que seguirán viviendo donde están los luceros.
   
   Acaba de pronunciar su sentencia con la terminología Joseantoniana. Aquello fue demasiado para aquella cuadrilla de bandidos que, como endemoniados, lanzaron un torrente de alaridos, insultos y amenazas contra aquella criatura con odio furibundo, profiriendo horribles blasfemias. Dicen que la van a matar de forma horrible si no revela quiénes son sus camaradas y les proporciona su paradero. Ofrecen perdonarla la vida a cambio de dar nombres de compañeros “fascistas”. Pero Mari Paz ya ha recibido las fuerzas que Dios da a los Mártires, y contesta:
   –No me importa morir. Lo siento por mi madre. Acabamos de perder a papá, y si ahora yo… Por mí sé que seguiré viviendo, que paso de una vida a otra. ¡Que se salve España!
 
   En la celda pide a la Madre Cándida que la ayude a rezar el “Señor mío Jesucristo”. En aquellos breves instantes, hacen un Acto de Contrición. La Monjita hace la Señal de la Cruz sobre la frente de Mari Paz y la besa, con lágrimas en los ojos. Se la llevan, dicen que a declarar de nuevo, pero la Monja escucha al miliciano:
   –“Que te van a fusilar en donde se ‘afusila’. Un paseíto por el campo…”
 
   Poco después, unos milicianos se llevan a Mari Paz en un camión, junto a otros presos, hasta el Cementerio de Vallecas, donde los representantes de la democracia republicana la apean. Allí morirá asesinada, fusilada en las tapias del Camposanto, bajo aquellos luceros de los que habló a los criminales que la juzgaron.
 
 
   En un descampado de la carretera de Valencia yace su cuerpo de niña. Vida que entregó a Dios por la salvación de sus hermanos. Se le dedicó una calle situada entre las calles de Arrollo del Olivar y Alcalde Alfonso Vázquez, en el Barrio de San Diego del Distrito del Puente de Vallecas. Murió joven, casi niña, y joven la recordarán los falangistas de todas las generaciones.
 
   El juicio de Mari Paz recuerda mucho a Santa Juana de Arco, la jovencísima Mártir que dio su vida por la liberación de su Patria. También recuerda a la reina Isabel La Católica, que desde su más tempana edad se entregó, con entusiasmo y sin regatear sacrificios, al Servicio del ideal de una España fuerte y genuina.
 
   Como Isabel, Mari Paz Unciti pudo ver sólo germinar las semillas que sembraba, en los espantosos días de la persecución roja, porque la muerte le llegó antes de ver la derrota del comunismo. Fue enterrada en el Cementerio pequeño y pobre de Vallecas. Sus hermanas, Carina y Pilar, elevaron al Cielo del otoño madrileño su rezo:
¡Mari Paz, Presente! ¡Arriba España!
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

Publicado

en

por