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El Fuero del Trabajo, promulgado en medio de las urgencias y los dolores de la lucha, era un compromiso que adquiríamos con el porvenir.
Urgentes e inaplazables eran entonces los problemas que nos imponía la guerra, pero no menos inaplazable y urgente nos parecía el deber de empezar la obra de edificación de la nueva vida española. El Fuero del Trabajo se promulgó así con el mismo orden de prioridad y con idéntico compromiso, a vida o muerte, con que se luchaba en las líneas del frente. Por eso mismo pudo aparecer a algunos escépticos un simple gesto de propaganda, una acción de guerra psicológica; pero los hechos han probado de forma contundente que estaban en un error y que la lealtad y la sinceridad más acentuadas presidieron aquel acto solemne. Mas de nada hubiera servido la virtualidad ética de nuestra doctrina, ni su capacidad de ajuste al ritmo del tiempo, si hubiera fallado la voluntad de los hombres para servirla, la imaginación de los gobernantes para traducirla a fórmulas concretas y eficaces, armonizando los legítimos intereses en tensión para encontrar su justo equilibrio dinámico, y el sacrificio de todos, en aras de la paz social y del bien común de la Patria.
Francisco Franco Bahamonde
(9-III-1963: Madrid.—IX Consejo Nacional.)