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Una buena política nos hubiese permitido luchar con armas iguales, pues todo se crea o todo se reemplaza. No había más que un problema político desde el año 1830 hasta la restauración de la Monarquía en el año 1870, por causas de las guerras civiles, que nos apartaron de Europa y de la revolución industrial. Cuando la Restauración intentó recuperar el tiempo perdido, cincuenta años habían transcurrido ya, y poco después, en el momento de la pérdida de los últimos vestigios del Imperio, nuestra economía se basaba en la agricultura y en los intercambios comerciales importantes con lo que nos quedaba aún de nuestras colonias. La pérdida de dichas colonias ha tenido consecuencias económicas de una incalculable importancia. Nuestra neutralidad durante la primera guerra mundial contribuyó para mejorar la situación —España tenía entonces menos habitantes—, pero una agravación se produjo entre las dos guerras por causa del desequilibrio permanente de nuestros intercambios comerciales, lo que trajo consigo la desvalorización de nuestra moneda.
Los hombres de la República se mostraron incapaces de considerar objetivamente estos problemas; sus sectarismos les empujaban a dar al problema político, enfocado según criterios de clases, más importancia que a los intereses nacionales.
Nuestra Victoria hizo posible la unificación del Poder, necesaria para la renovación económica urgente y para el progreso social de la Nación. A la generación llamada del 98 —pensadores y «dilettantes»— se ha opuesto la generación de los hombres de acción surgidos desde 1935, cuyas realizaciones se han traducido en el desarrollo económico de España.
Francisco Franco Bahamonde
(13-VI-1958: Declaraciones a «Le Fígaro».)