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La revolución no es una quimera, ni una palabra vacía, ni un simple símbolo en torno al cual nos congregamos. Es un quehacer completo, sagrado y excepcional que España necesitaba y que promovió la exaltación y la grandeza del 18 de julio de 1936, después de haber movido a los mayores riesgos y sacrificios a una juventud heroica que se sintió llamada al honor y a la lucha por el resurgimiento de la Patria. La revolución nacional nos pide restaurar los medios de la vida histórica de España en sus leyes e instituciones, porque se había roto la continuidad con imitaciones burdas en el interior con el debilitamiento producido por las dimensiones de la lucha y los trabajos de fundación y sostenimiento del Imperio, aprovechados por el exterior para introducirnos el germen de nuestra discordia. La revolución nacional exige que promovamos intensamente las fuentes de la riqueza nacional, que la Patria recobre las masas trabajadoras, haciendo que lleguen a ellas verdaderamente por sus Sindicatos, los derechos políticos, no sólo las cargas, sino también las ventajas, los honores y las satisfacciones de la prosperidad, como ya llegaban las dificultades y sacrificios.
(31-XII-1951: Mensaje de fin de año)