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Dentro del respeto a los valores eternos y tradicionales, pues sin ellos cualquier transmutación social, por muy enérgicamente que se manifieste en algunos aspectos, es realmente la pura subversión, las revoluciones triunfan a o se derriban de acuerdo con el grado de acierto con que sean capaces de ordenar las soluciones más convenientes en el tiempo y en el espacio. Por eso, para conducir la revolución, hay que ser inasequible a la fácil tentación de la espectacularidad, a la utilización fácil del poder. Hay que someter a las bridas del rigor más exigente la acción del gobierno, renunciar al éxito momentáneo por la obra permanente y bien hecha, administrar con honestidad las energías sociales y no dilapidar el gran tesoro que supone la adhesión de un pueblo. La función de capitanía se opone por igual a la demagogia y a la cobardía, a la jactancia y a la indisciplina, a la arbitrariedad como a la indecisión.
(2-X-1961: Monasterio de Huelgas, Burgos.)