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En el orden económico nuestra política en estos veinticinco años ha tenido que rectificar, y la realidad ha venido a confirmar todas nuestras previsiones. Ya en 1939 decía en Burgos: «El primero y más urgente problema que se presenta a nuestra economía es la nivelación de la balanza de pagos.» Pocos meses más tarde exponía: «Que su necesidad más inmediata es el restablecimiento de los equilibrios, que, mejorando nuestra producción y balanza de pagos, nos permita una libertad de comercio, pues dado el aumento progresivo de nuestra población y del nivel de vida de la nación, las necesidades imprescindibles absorben hoy todos los márgenes de nuestro intercambio.»
En ocasiones sucesivas volvía a reiterar: «Uno de los problemas que se nos presentaba con carácter más grave y acuciante era el de la situación, permanente y contraria, de nuestra balanza de pagos con el exterior. No nos bastaba la recuperación de una situación anterior; era necesario mucho más: atacar en su entraña este gravísimo problema, que paraliza y condiciona nuestra vida económica futura.»
¿Cuál ha sido nuestra posición doctrinal de siempre ante las cuestiones de «economía abierta y cerrada», de autarquía o de intercambio? Está contenido también y reiteradamente expuesto en estos postulados:
«Ningún pueblo de la tierra puede vivir normalmente de su sola economía» (1942).
«La vida económica de un pueblo no puede ser hermética y encerrarse en sus fronteras, sino que está enlazada con la vida económica de los otros pueblos» (1947).
«Los planes de industrialización de España… no persiguen el producir lo que nosotros podamos obtener por intercambio, sino aquellos otros artículos que no tienen en nuestra balanza posible compensación» (1950).
«Nuestra meta es la libertad económica» (1951).
«En la vida moderna no bastan los mercados interiores, sino que hay que competir con los exteriores, y esto sólo se logra con la calidad y la formalidad comercial, bajo el estímulo y la vigilancia de un Estado atento al servicio de nuestros intereses y los de la nación» (1954).
De todo ello se desprende, con claridad meridiana, cuál era nuestra respuesta, teniendo en cuenta la base real de la que arrancábamos, y que hemos concretado en términos como éstos o similares:
«Hay quienes no quieren darse cuenta de que vivimos tiempos de excepción. No se quieren apercibir de las condiciones en que la nación se encuentra y de las obligaciones que esta situación impone, porque no sólo hay que atender a las necesidades corrientes derivadas de abandonos seculares, sino a transformar al tiempo su economía próspera.»
«El que en esta situación el Estado se vea obligado a intervenir en muchas cosas no caracteriza el que nuestra política pueda ser intervencionista; antes al contrario, perseguimos con ahínco el llegar en el menor tiempo posible a una situación de nuestra economía que nos permita una libertad comercial, y que puedan volver a ser las Aduanas las que regulen automáticamente nuestro comercio.» Esto decíamos en 1956.
Francisco Franco Bahamonde
(2-X-1961: Monasterio de las Huelgas, Burgos.—IX Consejo Nacional.)