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Señor Santiago:
En nombre de la nación vengo hoy a Santiago de Compostela, en nuestro Año Jubilar, a ratificaros nuestra profesión de fe, en la que nos habéis lo hace veinte siglos.
España y Santiago viven desde entonces íntimamente unidos. Hablar de a y de su Historia es hablar de Santiago, y no podemos referirnos a Santiago sin tener en cuenta a España.
Como en los mejores tiempos, brillan hoy en nuestra Patria la fe y devoción que os debemos. No tenemos que remontarnos a siglos atrás para 3cer la protección que nos brindasteis al correr de estos treinta y dos le paz, así como en los azares anteriores de la guerra.
En los meses de nuestra Cruzada de Liberación se repitió el hecho de que los combates decisivos de la guerra se resolvían decididamente en los días en que se celebraban las mayores festividades de la Iglesia, como con toda claridad se acusa en la batalla de Brunete, que después de varios días de empeñados combates se resolvió la pugna a las doce de la mañana del día de nuestro Santo Patrón. Y no podía ser de otro modo cuando se combate por la fe, por España y por la justicia: La guerra se hace más fácil cuando se tiene a Dios por aliado. Así lo pregonan los cientos de templos levantados con la advocación de Santiago, tanto en tierras de España como en América.
Emociona el recuerdo de los tiempos de la Europa medieval, cuando las peregrinaciones de los países europeos cruzaban las tierras y las montañas españolas siguiendo las rutas del Camino de Santiago, en las que los peregrinos se exponían a todos los peligros, dando lugar a la creación de las Ordenes de Caballería para protegerlos y ampararlos en los pasos peligrosos. No tienen comparación los sacrificios de hoy, en que todas las vías son claras y seguras, con el caminar a pie por la dura geografía española; pero la Historia no se detiene. Hoy venimos a impetrar vuestra protección para las batallas de la paz, que nos permita salvar a España de la invasión del materialismo que amenaza el orden espiritual de nuestro tiempo. En esto no caben inhibiciones. Yo quiero recordaros que la crisis que nuestra Iglesia sufre no es un problema de la Iglesia sólo, sino de los católicos todos, que también formamos parte de la Iglesia. Las preocupaciones de la Iglesia son nuestras propias preocupaciones. No por haber intervenido en el Concilio podemos inhibimos, por cuanto nos alcanza la descristianización que el mundo sufre.
Los males que en la Iglesia afloran no son tampoco cosa nueva. Existían los mismos con anterioridad al Concilio, que al removerse los fondos, los males salieron a la superficie. Esto es un bien para poder corregirnos.
Por todo ello, os ruego hagáis llegar a Dios Nuestro Señor nuestra especial gratitud por la ayuda y protección que recibimos y nuestro reconocimiento por haber hecho posible que en este Año Jubilar bendigamos al Altísimo y se abra nuestro corazón a la esperanza.
Francisco Franco Bahamonde
(25-VII-1971: Santiago de Compostela. Coruña.)