Un legado imprescriptible, por Jaime Alonso

 

Jaime Alonso García

Abogado

 

La historia, es el ser primigenio de un pueblo, fundamento de su existencia; transformado, con el tiempo, en nación, y en permanente disputa con el resto de las naciones que configuran su vecindad, posición política, área de influencia o interés creado. También, el deber ser, siempre perfectivo de nuestro legado a las futuras generaciones. De ahí que, entre ese ser y deber ser, se encuentre nuestra conciencia colectiva, sin la cual no es posible existir y menos aún avanzar. Por ello, destruyendo nuestra historia, vuelan los pilares donde se asienta la conciencia de nuestra existencia y la razón del futuro perfectivo que anhelamos. De ahí el empeño en legislar contra la historia e imponernos un único, falseado y antidemocrático relato.

Si preguntáramos en la calle, ¿qué piensan de Franco?, nos encontraríamos con las tres respuestas seguras de todo debate teológico; pues Franco, como realidad patria en la victoria frente al comunismo y transformador del retraso secular de siglos, resulta incontestable. Por tanto, con Franco se está, desde la afirmación, desde la negación y, desde la duda. También con la certeza de que, dependiendo de la formación del entrevistado, su edad y extracto social, advertiremos el proceso de manipulación obrado desde hace cuarenta y cinco años contra Franco y su régimen, como compendio de todos los males y ningún bien posible. Desde el prisma político, es el enemigo invisible a batir, el fantasma que representa a la izquierda como epítome de su derrota. El vencedor, en la paz y la justicia social, al que hay que secuestrar hasta en su tumba.

Unos dirían que no lo conocieron, otros que era muy malo y alguno que, algo haría bien, sin mayor precisión; pero, al ser un dictador, para la izquierda y tontos útiles de la derecha y compañeros de viaje, resulta inadmisible en nuestro presente democrático. Solo Franco configuró su régimen, sin nadie que le apoyara; a tal extremo llega el ridículo de sus detractores. Ninguno advertirá, seguramente, que nos salvó de la dictadura del proletariado soviética, evitó la II Guerra Mundial, industrializó España sin ayuda exterior (Plan Marshall), nombró a su sucesor en la Jefatura del Estado, a título de Rey, y creó todas las Instituciones que hoy conocemos, aunque deterioradas por su politización sectaria.

Pero la pregunta clave, a un interlocutor versado en historia de las ideas, de edad media, con cierta experiencia y objetividad contrastada, sería: ¿Qué queda hoy del Franquismo? La inmediata respuesta del hombre o mujer inteligente nos sorprende: “Todo y nada”. Todo, porque resulta imposible impedir su referencia en el convulso siglo XX español, tanto en la guerra de Marruecos (liberación de Melilla, desembarco de Alhucemas etc.); como en la creación de la Academia General Militar de Zaragoza que dirigió; la defensa de la legalidad republicana frente al golpe de Estado perpetrado por Largo Caballero, Prieto etc., en 1934; y su paso al Alzamiento después del asesinato del líder de la oposición Calvo Sotelo el 13 de Julio de 1936. Fracasado el “golpe de estado” en todas las ciudades más pobladas de España, incluido Madrid; hubo de dirigir la guerra civil en las condiciones más difíciles y con la brillantez y eficacia acreditadas. Fue proclamado victorioso conductor y Caudillo. Y, en la paz, demostró que lo era, sorteando todas las dificultades, incluida la Guerra Mundial, el bloqueo económico y la hostilidad de la potencia comunista victoriosa, después de haber sido derrotada en España.

Todo, porque en cuarenta años tejió en un haz de principios -solidaridad, humanismo cristiano, igualdad de oportunidades, justicia social, promoción de la riqueza individual y colectiva- desconocidos hasta entonces. La política del compromiso, la paz, el derecho y el progreso social. Suprimió la política partidista, de egoísmos, vanidades y corruptelas, de enfrentamiento social estéril, de ruina económica sin remedio, de permanentes promesas imposibles de cumplir y del señuelo de la lucha de clases que iba a redimir al proletariado y arruinar a los ricos. Y, en menos de cuarenta años de esfuerzo colectivo, de pautas de conducta armonizadoras de la convivencia y de vacaciones para los aspirantes a la vieja política liberal, se consiguió convertirnos en la 8ª potencia industrial del mundo. ¡El milagro español, era una realidad, con Francisco Franco! 

 

Nada, porque transcurridos cuarenta y seis años de su muerte, sus herederos, aquellos que más le debían, sus beneficiarios más evidentes, se entregaron, con armas y bagajes, a una paulatina vuelta a la raíz de las contiendas civiles que lastraron todo el siglo XIX y desemboca en la guerra civil del XX. Sin cautelas, ni resortes, que impidieran la vuelta al precipicio conocido, hemos hecho lo que en el exterior se nos pedía y más, hasta no respetarnos a nosotros mismos, con 17 mini/estados, a modo de Taifas, que acabarán en un seguro desastre y ya lastran cualquier recuperación económica, dada la burocracia, corrupción e insolidaridad que generan.

Nada que puede transformarse en todo, dependiendo de la deriva que tomen los acontecimientos nacionales; pues Franco siempre será el referente cuando la situación se vuelva irreversible. El proyecto de España bajo la égida de Franco siempre representará la némesis del gobierno social/comunista/separatista de Sánchez. Por ello el obsesivo intento de que no quede nada, ni huella de la existencia de Franco en España. No sólo como visión histórica, imposible de ocultar; esa condena de la memoria de Franco “damnatio memoriae” practicada, a petición del Senado, en la Roma imperial; también se emplea como instrumento político que evite comparar, el desarrollo económico y social de aquel régimen, con el actual.

Nada queda, ciertamente, del tejido industrial conseguido desde 1953 en los planes de desarrollo y estabilización; ni del Instituto Nacional de Colonización; Ni del Instituto Nacional de Industria y todas las empresas públicas creadas a su amparo; tampoco de los Planes Hidrológicos, Forestales o de carreteras; ni de las Viviendas de Protección Oficial; hasta se han borrado las lapidas y referencias a todas las Obras Hidráulicas y Pantanos efectuados en ese época, la mayoría; y de los Hospitales Públicos. Pronto, cuando hagan quebrar la Seguridad Social, dirán que era insostenible, faraónica, dictatorial e inasumible. En este lamentable “estado de atonía” de Sánchez, frente al “estado de cosas o bienestar” de Franco; sólo la Monarquía como institución, instaurada, no restaurada, por él, permanece; razón por la cual está llamada a desaparecer junto a la nación española.

Que la historia es una concatenación de hechos similares, en cualquier época y latitud, que es preciso conocer en evitación de sus perniciosas causas-efecto, es una verdad incuestionable que las sociedades en decadencia y las élites pervertidas se obstinan en ignorar y hasta perseguir. Así conocemos del legado histórico de Tito Livio sobre la “Historia de Roma”, cómo Nerón, cantando con su lira, contemplaba extasiado el incendio de Roma. Hoy vemos con estupor e indignación cómo un “presidente por accidente” legisla contra la historia, profana la tumba de un Jefe de Estado fallecido y, un parlamento autonómico liliputiense y estrambótico, sigue desafiando, mientras sostiene al gobierno, la unidad de España, Patria común e indivisible de todos los españoles. Mientras esto ocurre, nuestro Emperador/presidente sigue jugando con la pandemia y la distribución de los fondos europeos, en su reparto arbitrario y corruptor, ajeno al drama empresarial y el paro. ¿tendrá esa actitud efectos jurídicos y políticos? Me contesta Tito Livio, desde el pasado: “cuando la situación es adversa y la esperanza poca, las determinaciones drásticas son las más seguras”.

Octavio Augusto, Tiberio, Calígula, Claudio y Nerón escenifican la dinastía Julia-Claudia, como Suarez, González, Aznar, Zapatero, Rajoy y Sánchez representan la dinastía del régimen instalado en España en 1978. Aquellos y estos se comportaron y ejercieron su poder como auténticos Patriarcas; inmunes e impunes a toda responsabilidad por sus actos. Aquellos y estos auspiciaron, mantuvieron y acrecentaron una plutocracia, una cleptocracia y una partidocracia ajena al bien común y a los intereses de su Nación. Aquellos y estos no reclamaron para sí el título de deidad en vida, aunque la persecución de la historia y “las memorias” interesadas y laudatorias confirmen su intento. Aquellos y estos formaron una endogamia clientelar y de casta que hacía imposible la libertad, la honestidad, el decoro, la dignidad, el progreso y la justicia. Aquellos y estos hicieron creer al pueblo que su felicidad dependía de “colocarse y al loro”, de “pan y circo”, para debilitar su espíritu, nublar su inteligencia, domesticar su voluntad y, conservar así, mediante la propaganda, el poder. Aquellos y estos para ocultar sus desmanes y corrupción, buscaron culpables internos y exteriores.

La verdad puede ser eclipsada, un mayor o menor período de tiempo, pero nunca se extingue. El final de la corrupción, institucionalizada desde la llamada transición a la democracia, llega a su fin, como no podía ser de otro modo, arruinando al pueblo, desintegrando la Nación y corrompiendo la vida ciudadana. El aventurerismo, la demagogia y el oportunismo van sentando plaza ante los despojos del tsunami que se avecina, predicando utopías fracasadas del pasado. Su final ha comenzado el 4 de mayo en Madrid, como casi siempre.

Sostiene Luis Pío Moa, la voz historiográfica más autorizada del panorama nacional: “Lo más terrible en la profanación de la tumba de Franco fue la acción colaboradora del PP, de la banda farisaica de los obispos y de los monárquicos, afectados por una pulsión suicida”. Para añadir a continuación: “Franco es la cuestión clave de la democracia y la subsistencia de España. Es preciso verlo a tiempo. Y muy fácil de defender”. “Porque el antifranquismo exige la anulación de las libertades. Porque su versión de la historia necesita una ley soviética para sostenerse”. Esa es la piedra angular del edificio patrio. Antes de que aparezca otro Sánchez Guerra, con peor dicción y verbo, sosteniendo aquello de…”no más atormentar mi alma, del sol que apagar se puede, ni más servir a señores que en villanos se convierten”, como paso previo a la revolución patibularia. ¡Franco siempre será el mejor legado hispano! ¡Imprescriptible!

 


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